Conclusión general








1. La Iglesia Católica, en su último Concilio ecuménico, se preguntaba: "¿Tú, quién eres? ¿Qué dices de tí misma?"[1] El Papa Juan Pablo II, a través del Código de Derecho Canónico y de la Constitución ECE, más recientemente, formulaba esas mismas preguntas, con un valor permanente, a las Universidades católicas: ¿Qué dicen Ustedes de sí mismas? ¿Quiénes son y qué están llamadas a ser para la Iglesia y para el mundo? ¿Qué nos deben decir acerca de Dios, hoy, y cómo?

Esta investigación ha querido aportar en la respuesta a estas y a otra serie de problemáticas existentes en la realidad, que pueden ser observadas desde diversos ángulos. En cuanto tiene que ver con las estructuras antropológicas culturales de sentido y a la historia, hemos podido constatar que los seres humanos, en desarrollo de sus capacidades individuales, de su interrelación social y cultural, y de su vocación de plenitud, están llamados a buscar, a conocer, a abrazar y a mantenerse en la verdad, inclusive respecto de Dios y de su Iglesia
[2]. De otra parte, hemos podido comprobar, de igual manera, que, cuando se actúa con tales propósitos, y no al contrario, se ha facilitado y anticipado un esperado progreso de las ciencias que acompaña el paso de cada persona “de condiciones menos humanas a condiciones más humanas”. Esta tarea se ha desarrollado dentro de las posibilidades y límites que presenta cada época, pero es, así mismo, un llamado a que se perfeccione en cada época, y, en la perspectiva de la fe, se habrá de culminar en la plenitud de todas las épocas, es decir, en el Reino de Cristo, cuando se dé el abrazo de los hombres con la verdad total y salvífica. Son innumerables y fidedignas las experiencias humanas al respecto. Tal es el caso, entre otras instituciones, de las universidades, comprendidas entre ellas, las Universidades católicas y las universidades y facultades eclesiásticas. Hemos constatado que ellas no sólo han dado a lo largo de su existencia un excelente testimonio de este compromiso con la verdad, sino que, de modo particular estas últimas, y por razones íntimamente vinculadas con la fe cristiana, están llamadas en todo el ámbito de la cultura humana a hacer presente y a contribuir a desenvolver una pregunta insistente e incisiva acerca de la verdad, y, sobre todo, de la verdad última de todas las cosas. Precisamente esto las mantiene en su identidad gracias a su vinculación con Cristo y con la Iglesia, pero, de igual modo, le proporciona y le asegura a la humanidad una permanente fuente de renovación y de elevación.

En lo que tiene que ver con la pedagogía, con la administración educativa y, jurídicamente, con el Derecho canónico, de igual manera hemos hecho otros hallazgos. Hemos visto indicativamente de qué manera las universidades, las Universidades católicas y las universidades y facultades eclesiásticas han de realizar esa misión y bajo qué criterios de exigencia se han de orientar para cumplirla. En especial, en desarrollo esencial de esa misión suya, a las universidades, en general, concierne la preocupación por hacer que todas las disciplinas se cualifiquen, desarrollen y avancen más por medio de la investigación, de la docencia y de la mutua cooperación entre ellas, y hemos propuesto algunas de las maneras que ellas han de implementar para lograrlo. En particular a las Universidades católicas les incumbe, en consonancia con esa misma misión, crear, desarrollar y mantener unas asignaturas teológicas, cuyo objetivo sea investigar y transmitir el potencial que posee una teología verdadera y propia elaborada en diálogo respetuoso con las variadas y autónomas disciplinas que se cultivan en las diversas facultades. Así mismo, hemos hecho notar que a las autoridades y profesores de las universidades y facultades eclesiásticas corresponde, en relación con las demás universidades, especialmente de las católicas, un incansable papel motivador y propositivo de su acción académica y algunas propuestas para realizarlo.

Ampliamente hemos tratado de observar y de reflexionar no sólo el porqué de tales asuntos, sino, especialmente, el para qué de todo ello. Como podemos observar se trata de cuestiones que son de primerísima magnitud también para el Derecho canónico, reconocido como marco global institucional de la vida de los cristianos.

Ahora bien, ha quedado demostrado lo que, de manera original, confiesa la fe cristiana: que la persona de Jesucristo es propiamente aquello que diferencia, distingue, fundamenta y, especialmente, urge las normas canónicas. Así, pues, al tratar acerca de estas cuestiones debemos, pues, volvernos a Él como la motivación última y definitiva del obrar cristiano que prescriben los cánones 748 § 1; 809; 811 § 2 y 820. Y hemos procedido a ello mediante la implementación del Modelo hermenéutico.

Su utilidad se demuestra, en efecto, si se tiene en cuenta, primeramente, como afirmaron en su momento el Papa PIO IX (1846-1878) (DS 2853s) y, sobre todo, el CONCILIO VATICANO I, que existe el ámbito correspondiente a aquellas verdades que son “estrictos” misterios de la revelación, y, en consecuencia, sólo son accesibles por la fe (cf. DS 3015; 3041; DV 6a), como es el caso del artículo del credo que se refiere al Verbo encarnado, “verdadero Dios, y verdadero hombre”.

Dadas las constataciones, inducciones, deducciones y relaciones que hemos venido observando y refiriendo a lo largo de los capítulos anteriores acerca de unos hechos y de unos procesos relativos a la implementación de nuestra propuesta de Modelo hermenéutico empleado como procedimiento de la teología del Derecho canónico, dentro de los límites inicialmente establecidos, esta investigación nos ha permitido reconsiderar el lazo existente entre el orden de la creación y el orden de la redención, y, a partir del mismo, avanzar en la profundización de las exigencias que plantean el conocimiento y la observancia de toda la ley moral así como de la norma canónica.

De esta manera, la naturaleza misma de las cuestiones científicas, en cuya investigación y docencia participan las Universidades católicas, ha contribuido a percibir que las conclusiones teológicas morales que las involucran son, por lo menos en numerosos casos, no-definitivas, como, de otro lado, se puede constatar en varias de las evoluciones (y circunspecciones) que ha presentado la exposición por parte del Magisterio. Pero, por otra parte, nos ha inducido a intentar comprender mejor las razones del Magisterio cuando ha considerado o considerare que es necesario dar unas normas éticas precisas – y, eventualmente, a ampararlas mediante una norma canónica – sobre determinados asuntos, y que ello no sólo es parte de la responsabilidad del fiel cristiano individualmente considerado, sino también tarea de las Universidades católicas, llamadas no a hacer estrépito sino a ser laboratorios en los que todo se somete al máximo test de la verdad: a juzgarlo todo conforme al espíritu de Jesús y a los valores que él mismo encarnó en su vida y en su enseñanza. Participando del oficio profético de la Iglesia, como auténticos profetas, las Universidades católicas en el mundo de hoy deben saber ejercer su papel de suscitar, como Jesús, comprensiones amplias y generosas acerca de Dios y de los seres humanos, en cuyas relaciones debe regir el primado del amor[3].

Al investigar las cuestiones relativas a la fe, como hemos tratado de realizar en la presente indagación, las Universidades católicas tampoco pueden desconocer las consecuencias morales (o éticas, como algunos prefieren denominarlas) que de ellas se derivan, y esto por razón de la misma fe: una fe sin efectos en la vida de los creyentes es inauténtica y se corrompe. A las Universidades católicas les corresponde, entonces, penetrar en el depósito de la fe, porque muchas de tales consecuencias no son siempre explícitas, ni se pueden deducir con facilidad e ingenuidad de sus premisas. La fe cristiana, en efecto, expone y propone unos valores y unos bienes del Reino que, por necesidad, condicionan la búsqueda que efectúa la razón en pos de un juicio moral y de la determinación del comportamiento digno de todo ser humano.

Las Universidades católicas, en consecuencia, son mucho lo que pueden y deben contribuir para que se valoren correctamente en la sociedad los argumentos procedentes de la fe y a que esta experiencia de originalidad evangélica continuada a través de los siglos siga nutriendo, estimulando y clarificando los debates presentes más delicados y complejos, indagando en todos ellos la significación humana más profunda; debates que, ciertamente, sin la fe o contra ella, adquirirían una repercusión o una trascendencia bien distinta.

2. Si bien es cierto, por otra parte, que la revelación contiene enseñanzas morales que de por sí pueden ser conocidas por la razón natural, también hemos podido constatar que el acceso a dichas enseñanzas se hace difícil por la condición pecadora de hombres y mujeres. Gracias al proceso metódico llevado a cabo desde la fe de la Iglesia y en esa misma fe, “purificando la razón”[4], como ha afirmado el Papa BENEDICTO XVI, hemos tratado de potenciar lo primero y de disminuir cuanto sea posible el impacto de lo segundo, es decir, efectuar un intento válido, razonable y demostrado, que permita penetrar en “la lógica” de la vinculación existente entre la cristología y la teología moral, y, más aún, entre la cristología y las normas del Derecho canónico.

Así mismo, nuestra investigación ha mostrado que el Derecho canónico no sólo, en cuanto tal, es una auténtica expresión actual de “teología práctica”, sino que, desde su mismo origen, él mismo, por siglos, ha sido un ejercicio teológico realizado por parte de las comunidades cristianas: quizás, en un principio, de una manera no diferenciada en cuanto disciplina autónoma en la vida de la Iglesia y en el ámbito de los saberes; pero, a partir de un momento determinado – ayudado, si se quiere, por los aportes del derecho romano con el que estuvo tan relacionada la Iglesia desde la antigüedad: aún para padecer algunas de sus leyes – adquirió ya su ubicación eclesial, teológica y canónica específica – inclusive pedagógica –, que es plenamente legítima y rigurosa, y que ha sido origen, en nuestros tiempos, de otra disciplina, hoy en día, por eso mismo, muy necesaria, la “teología del Derecho canónico”.

La implementación del Modelo hermenéutico, realizada para hacer más explícitos los fundamentos de los cánones del Código de Derecho canónico actualmente vigente y para demostrar los vínculos orgánicos que se encuentran y se entrecruzan interactivamente en el mismo, ha demostrado ser de una gran ayuda, por esto, desde estos diferentes ángulos de vista. Ha sido justificado que, en últimas, los cánones elegidos, aunque seguramente también los demás, sometidos a las mismas o a similares exigencias, evidencian su vinculación con el misterio total de Cristo del que sacan a relucir sus consecuencias prácticas y válidas para el momento presente. No son, no pueden ser, dos realidades antagónicas la revelación realizada en Jesucristo, por una parte, y las normas canónicas de su Iglesia, por la otra, ni, muchísimo menos, pueden las segundas anular a la primera, al menos en principio y en su dimensión teórica: quizá, en algunos casos, ello haya podido haber ocurrido en la práctica bajo ciertas condiciones verdaderamente lamentables, que, desafortunadamente, han existido y existen.

Pero, como explicábamos en su oportunidad, dicha conexión se ha ido haciendo explícita mediante el Modelo hermenéutico de Teología del Derecho canónico llevado a cabo de manera estricta en todas sus partes y momentos, y acudiendo a los múltiples análisis metódicos que su ejecución iba imponiendo. Quizás, precisamente, esta haya sido una de las limitaciones más importantes que hemos tenido – que se haya querido abundar en los análisis; pero, lamentablemente, no han sido más completos por diversas razones, sobre todo, entre ellas, la penuria del tiempo, las propias limitaciones personales del autor, y la importancia que hemos evidenciado acerca de los trabajos realizados no por investigadores aislados sino en equipo (y equipos de equipos: lo que habría de ser típico de las Universidades católicas, según la orientación del ECE 12-20) – para no hacer un trabajo muchísimo mejor consolidado.

Con todo, los resultados que hemos obtenido vienen a reforzar lo que era una intuición al comienzo de este trabajo. En efecto, el procedimiento seguido estrictamente a lo largo de esta investigación nos ha permitido llegar a establecer que, efectivamente, en la normativa canónica se puede detectar que uno, al menos, de los principios fundamentales sobre el que se soporta toda la teología de la Universidad católica está indicado por el c. 748 § 1, que es central y abarcante: todos los seres humanos están llamados a buscar, a conocer, a abrazar y a mantenerse en la verdad, inclusive en lo que atañe acerca de Dios y de su Iglesia. El c. indica, pues, quién debe (todo ser humano) y qué debe hacer en cuanto tal (buscar, conocer, abrazar y mantenerse en la verdad, inclusive en lo que atañe acerca de Dios y de su Iglesia).

Así mismo, el proceso metódico nos ha permitido comprobar, una vez más, la existencia (el hecho) de unas capacidades-vocacionales en cada ser humano, y, más aún, de la necesidad del desarrollo de las mismas (es decir, su concreción antropológico-biológico-fisiológico-psicológico-epistemológica) en orden a buscar, conocer, abrazar y mantenerse en la verdad, de modo tal que se la llegue (o se la pueda llegar a) establecer como válida para el otorgamiento de un sentido a su propia vida y a las relaciones que construya con los demás y con el cosmos (su concreción antropológico-sociológico-cultural: moral, jurídica y religiosa). El mismo c. 748 § 1, pues, nos advierte por qué cada persona humana debe hacerlo, y para qué ha de hacerlo.

Los cc. restantes, de la misma manera, nos han llevado a comprobar nuevamente que, a partir de este desarrollo individual, social y cultural, históricamente han ido apareciendo instituciones, bajo diversas denominaciones, cuyo objetivo expreso, desde su nacimiento, ha sido la búsqueda y la realización del saber y del saber verdadero. Se pueden mencionar, entre otras: las universidades en general (c. 809), las Universidades católicas (c. 811 § 2) y las universidades y facultades eclesiásticas (c. 820). De esta manera aparece claro que la búsqueda humana de su realización verdadera y de la verdad en cuanto conoce, no ha sido una entelequia ni una fantasía, sino que se ha desarrollado en unos escenarios sumamente precisos, caracterizados por un “cómo, cuándo y dónde” que expresan, no sólo el desarrollo de su capacidad sensible, inventiva y creativa aplicada a esa búsqueda insaciable de la verdad, sino la posibilidad de llevarla a cabo de una manera razonable y razonada, como un ejercicio y triunfo sobre la pereza y lo comodón, sobre la imprevisión, sobre lo absurdo y sobre las posibles conductas que violentan, incoherentes e injustas.

De cada una de tales Instituciones hemos podido destacar: el papel motivador, propositivo e incansable de las autoridades y profesores de las universidades y facultades eclesiásticas en relación con las otras universidades, especialmente de las católicas, cual es el de mostrar la fe cristiana como fermento de cultura humana, como luz para las inteligencias, y como estímulo que desarrolla todas las potencialidades positivas que contribuyen a lograr el verdadero bien del hombre; de las Universidades católicas, la importancia y necesidad de que existan unas asignaturas “teológicas”, cuyo objetivo sea investigar y transmitir el potencial que posee una teología elaborada en diálogo respetuoso con las variadas y autónomas disciplinas que se cultivan en las diversas facultades; y, de todas las universidades, finalmente, la preocupación por hacer que todas las disciplinas se cualifiquen, desarrollen y avancen cada día más mediante la investigación, incluso de las maneras que adquiera su docencia.

Más aún, ninguna de estas acciones se ve impedida, sino, por el contrario, potenciada, cuando ella se realiza en mutua cooperación (inter)universitaria, ya que, de esa manera se facilita y se anticipa aquel esperado progreso de las ciencias que debe acompañar el paso de cada persona desde condiciones menos humanas a condiciones más humanas (“verdad antropológica y moral”), hasta culminar finalmente, en cada época, sin duda, pero también en la plenitud de todas las épocas, en el abrazo de los hombres con la verdad (“verdad epistemológica y moral”), inseparable, sin duda, de aquella fundante y del orden de la creación-salvación, la relativa a Dios y a su Iglesia (“verdad ontológica y revelada”). Los cc., pues, nos refieren a los por qués y a los para qués intermedios.

Por último, a las respectivas autoridades de la Iglesia, como las Conferencias Episcopales, así como las propias Universidades, en lo que corresponde a ellas, se encomienda de manera particular el cuidado de que este plan divino se dé a conocer y se profundice mejor, se preserve y, sobre todo, se lleve a cabo en la conciencia de cada persona, sociedad y cultura que lo acojan, a lo largo de la historia humana y del devenir del cosmos, si bien ellas no están solas en dicha actividad genuinamente humano-divina, por cuanto en esta concurre la gracia de Dios (“verdad salvífica”). De esta manera, los cc. seleccionados nos remiten a los por qués y a los para qués finales de dicha constitución humana y de su vocación a la verdad.

3. Una importante consecuencia del examen cristológico llevado a cabo ha sido la de encontrar las raíces y los fundamentos del seguimiento de Jesús en lo que concierne a los cc. referidos en el ámbito de los correlatos antropológicos. Entre otros aspectos considerados, al interrogar por el sentido y contenido del poder en cualquiera de los ámbitos de su ejercicio, sobre todo el político, observábamos, en efecto, cómo “la verdad nos hace libres”. De esta manera se denunciaba que, cuando un régimen despótico se impone, la fe es convertida en un asunto irrelevante; por el contrario, cuando se pretende construir un sistema o un modelo socio-económico-político en el que se pretenda una libertad auténtica, la fe y su expresión se convierten en señal imprescindible y legítima de ello.

Más aún, abogar hoy por las libertades humanas, por las obligaciones y los derechos para todos los seres humanos – “universales” –, reconociéndoselos, incluso, a quienes los niegan, es otra muestra de nuestro carácter y dimensión social tal como se ha mostrado en Cristo y en desarrollo del querer de Dios. Tales libertades, obligaciones y derechos son estructurados jurídicamente a partir de nuestro ser mismo – su “verdad objetiva”, proclamada en 1948 –, no otorgados por las leyes. Por eso, no son objeto de “disponibilidad”: son irrenunciables e inderogables. En nuestro mundo que aspira a ser democrático, en el que tanto se apela a la pura “legalidad” y a la “laicidad” de sus instituciones, ello tiene unas consecuencias muy serias. Gracias a esa peculiaridad de los derechos, obligaciones y libertades humanas, la libertad religiosa exterioriza su sentido típicamente teológico y su carácter substancial y central alrededor del cual se han desarrollado los demás derechos, obligaciones y libertades humanas. Incluso, cuantas veces se quiere verificar el respeto efectivo de dichas libertades, obligaciones y derechos, y la acogida que se hace de los mismos en los diversos ordenamientos jurídicos, o cuando se quiere calibrar la cientificidad de todo tipo de análisis en los estudios de derecho comparado, es, precisamente, la libertad religiosa la que permite llegar a las conclusiones reales y más verdaderas.  

Cuando la tutela de las libertades y de los derechos humanos está no sólo sobre el tapete de la actualidad noticiosa, sino que se trata de un problema, sin duda, dramático, es entonces necesario incluir en sus análisis no sólo sus aspectos políticos sino también teológicos. Esta aproximación, que si bien es cierta para todas las Universidades, lo es sobremanera, con razón, para las Universidades católicas, así como para ellas se aplica, igualmente, aquello de que lo que ha sido “contemplado”, ha de ser “transmitido”.

4. Las no menos de 200 Universidades católicas pertenecientes a la FIUC – de las casi 1210 existentes en la tierra hoy –, que actúan en un mundo cada vez más globalizado y en el que los intercambios entre naciones y culturas urgen mayormente el anuncio del Evangelio, permiten la realización de un trabajo compartido por Obispos, sacerdotes, diáconos, personas consagradas, y laicas y laicos. De ahí surge el hecho de la preocupación por una auténtica formación integral de todos los miembros de sus comunidades universitarias, y, en particular, en lo que se refiere a sus maestros y estudiantes: es necesario, en forma permanente, seguir buscando y encontrando posibilidades ciertas y eficaces para que todos se puedan capacitar para realizar el examen más profundo y pertinente de los diferentes problemas que les someten las diversas disciplinas científicas y artísticas, a la luz y con la fuerza de la verdad evangélica.

Corresponde de modo particular, pues, primeramente, a las facultades de teología que en ellas existen – y a las otras instituciones que participen en esa misma preocupación – ofrecer a sus docentes e investigadores todo el soporte, inclusive normativo, a fin de que se dispongan para ellos las condiciones del medio (formación integral) y académicas propicias y suficientes para penetrar cada día más en el misterio de Cristo y en la comunión con Él.

Esto, que es cierto para todos los miembros de la comunidad educativa universitaria, lo es, con particular razón, respecto de los docentes de teología. Afirmaban, en efecto, dos grandes teólogos jesuitas del siglo XX, Karl Rahner y Bernard Lonergan, que, para hacer teología hoy y siempre, era imprescindible no sólo ser “creyentes”, sino que sólo la práctica de la oración y una buena formación religiosa permiten al creyente adquirir la espiritualidad necesaria para producirla[5]. Como hacía Jesús (cf. cap. IV). Con razón nos preocupamos por atender nuestro crecimiento y nuestra salud física, intelectual y psíquica, pero también es importante no descuidar nuestro crecimiento interior, que consiste en nuestro conocimiento de Dios, en un verdadero conocimiento suyo nacido no meramente de la información recolectada de libros, sino de la comunión con Él y con su Iglesia, para experimentar la ayuda divina en todo momento y en toda circunstancia.

Pero, por otra parte, hemos podido constatar que, desde estas mismas raíces cristológicas, es decisiva y característica de las Universidades católicas la importancia que se dé en ellas a las investigaciones teológicas y a su docencia. No es en ningún caso un “añadido” a su identidad y misión constitutivas, sino por el contrario, una de las más cualificadas expresiones de las mismas. Reconocerlo debidamente a su interior, no sólo manifiesta una delicada sensibilidad e intención de poner en práctica las normas canónicas, sino una manera efectiva de expresar su unión vital con Cristo, de efectuar la vocación evangelizadora correspondiente a estas Instituciones en un mundo cuyas características desde el punto de vista de la fe y de los derechos humanos ha sido ya diagnosticado en sus realidades, en sus valores y antivalores (cf. cap. V).  

5. En lo que toca a la praxis canónica[6] de los cc. 748 § 1; 809;  811 § 2 y 820 del CIC, de la legislación análoga del CCEO y de la complementaria de la Constitución ECE podemos indicar, respetuosamente, algunas de sus implicaciones concretas y de las prioridades que de ellas derivan, fijándonos en los respectivos “sujetos” a quienes van dirigidas las normas:

1°) Con respecto a la propia Santa Sede, y, en especial, a la Congregación para la Educación Católica (“para los Institutos de Estudios y los Seminarios”: a la que se ha confiado la “aplicación de la Constitución”: art. 9 de ECE); a los demás Dicasterios (muy particularmente al Pontificio Consejo para la Cultura), a las Pontificias Academias (Ciencias, Ciencias sociales, para la Vida) y a otros Organismos[7] vinculados a ella que, de algún modo, tienen qué ver con las Universidades católicas o con las materias que en ellas son tratadas:

a) De la misma manera como las Universidades establecen contactos con otras Universidades del propio País y de otros Países, inclusive del otro extremo del mundo, con el objetivo de incrementar la actualización e intercambio de los talentos humanos mediante la educación, la ciencia y la tecnología, sobre todo en áreas como las lenguas, la salud y la biotecnología, así mismo prudencialmente se deberían constituir convenios y reciprocidades más intensos y permanentes (institucionales), y a diverso nivel, entre tales Pontificias Academias y Dicasterios de la Sede Apostólica y las Universidades católicas[8] (más aún, si se trata de Universidades o Facultades eclesiásticas, o de aquéllas que poseen de estas últimas) - hablo desde la situación de un “profesor de planta” -. Así también, facilitar mediante acuerdos la “rotación” temporal de miembros de las Universidades por las oficinas de la Congregación para la Educación Católica les proporciona a aquellas no sólo un incremento en el conocimiento y cercanía con el servicio del Sucesor de Pedro, sino una mejor comprensión de los criterios, procedimientos, métodos de trabajo, e, incluso, de los archivos documentales con que cuentan (¡tan lejanos, tantas veces para nosotros!), con los que allá se gestionan los asuntos de las Universidades católicas. Se trata de otras maneras de realizar la deseada “internacionalización” de las Universidades – y de la misma Sede Apostólica - , de modo que se produzca, bajo este punto de vista, un real enriquecimiento de las mismas Instituciones gracias al intercambio con otros modelos de cultura y de gestión y con otras formas de proyección social. Es necesario aspirar a colmar las múltiples expresividades de “La Católica”.

El empleo en los últimos años, por parte de la Congregación para el Clero[9], de tecnologías de la comunicación y de la información aplicadas al diálogo teológico sobre diversos asuntos, podría servir de ejemplo y de estímulo para acometer nuevos, más variados, amplios y provechosos intentos[10], sobre todo de “escucha”.

El caso de los estudios propiamente “eclesiásticos”, cuyos títulos académicos tienen reconocimiento internacional cuando son expedidos por las Universidades y Facultades eclesiásticas que cuentan con la aprobación de la Congregación para la Educación Católica, bien podría servir de ejemplo y, aún, de estímulo para facilitarles a los estudiantes de otras áreas del conocimiento el logro del reconocimiento internacional de sus títulos conferidos por una Universidad católica[11]. Así mismo, sería muy necesario avanzar en el reconocimiento de los estudios realizados en instituciones no-universitarias de educación superior, particularmente de los estudios seminarísticos filosófico-teológicos, cuya validez o validación canónica debería ser más explícita y efectiva, así se les impusieran unas exigencias adicionales, cuando quisieran ser homologados a los estudios efectuados en las Facultades Eclesiásticas.

b) A propósito de las relaciones entre la Santa Sede y las Universidades católicas esparcidas por todo el mundo, no debemos perder de vista el caso colombiano. Aunque reconocemos que el asunto concierne más directamente al Derecho Internacional y de los Tratados que, propiamente, al ámbito canónico, tratándose de una cuestión, la de la educación universitaria católica – que, como vimos, ha dado origen a ciertos conflictos y reparos por parte de y ante la Jurisdicción constitucional colombiana – convendría que se tuviera en cuenta este aspecto en un eventual y deseable intercambio de impresiones entre la Santa Sede y el Estado colombiano, con vistas a una completa “regularización” de sus relaciones y a la vigorización de las mismas mediante un nuevo tratado[12].

Sirva la ocasión, igualmente, para referirme también al ámbito del derecho eclesiástico colombiano, a propósito del cual, inclusive, sería deseable que, por parte del mismo Órgano legislativo – en el que toman parte también, sin duda, fieles laicos (cf. cc. 225 y 227) – se asumiera ese asunto de una manera democrática, de modo que se regulara la materia insistiendo en los principios que permiten reglamentarla de una manera integral.

A este efecto es necesario anotar que en la noción misma de “bien común” – e, inclusive, bajo el concepto de “interés general” que es promovido en nuestra Constitución Política[13] – se incluye, bien sea como esencial o al menos como propia de él, la cuestión de su “sentido”. Como han señalado los Obispos latinoamericanos reunidos en Aparecida (13-31 de mayo de 2007),

“muchos estudiosos de nuestra época han sostenido que la realidad ha traído aparejada una crisis del sentido. Ellos no se refieren a los múltiples sentidos parciales que cada uno puede encontrar en las acciones cotidianas que realiza, sino al sentido que da unidad a todo lo que existe y nos sucede en la experiencia, y que los creyentes llamamos el sentido religioso. Habitualmente, este sentido se pone a nuestra disposición a través de nuestras tradiciones culturales que representan la hipótesis de realidad con la que cada ser humano pueda mirar el mundo en que vive”[14].

Desde este punto de vista, las Universidades católicas, y, en ellas sus Facultades de Teología, como hemos comprobado, proporcionan, hoy por hoy, un aporte fundamental, en la permanencia, difusión, reflexión, aplicación y puesta en práctica de este “sentido”, sobre todo en los ámbitos de la academia, en el cual se toman muy importantes decisiones.

Por eso, aun independientemente de esta afirmación, no habría de ser equiparable, y menos aún, confundible, considerar que se trate de “bonificaciones”, “donaciones” o “auxilios” toda transferencia de fondos nacionales a entidades particulares o “privadas”, como podrían ser las Universidades católicas, por ese concepto. Prestan ellas, sin duda, un servicio público – que no prestan, por cierto, las Instituciones del Estado: cada día lo consideran más algo “extraño” a su índole propia: “secularismo”, “mercado”, etc. – desde su especificidad, y retribuírselo adecuadamente forma parte de la justicia distributiva y social, como ya ocurre válidamente en otros países[15], en un ejercicio de corresponsabilidad que se puede acrecentar, aunando a los padres de familia y a los estudiantes con la industria, con el Estado y con las propias instituciones educativas. Cuando ello no se hace, el incremento en el costo de las matrículas de estas Universidades se impone, ya que estas son, si no el principal componente – aunque, en la realidad, parece que lo es, al menos para muchas de ellas – de los ingresos que sufragan sus presupuestos, sí un porcentaje decisivo para su acción y supervivencia. Más aún, sería sumamente interesante posibilitar a los fieles cristianos ejercer su derecho humano y político – y su obligación canónica (c. 793 §§ 1 y 2) – en esta materia a través de un procedimiento contributivo y fiscal justo; y, en reciprocidad, asegurar lo que correspondería hacer en esa dirección a las Universidades católicas. Reconozco, sin embargo, que también son válidas las razones que se sostienen en contra de este modo de proceder y que aspiran a enfatizar aún más la libertad y la identidad universitaria católica, para lo cual, dicen, es menester, más bien, acudir a la conciencia de los católicos y a su responsabilidad para sostenerlas exclusivamente mediante las contribuciones libres que hagan ellos – como, por otra parte, también lo señala el CIC en el c. 800 § 2 para las escuelas católicas, pero por extensión también sugieren algunos que abarque a toda obra educativa católica: ¿qué tan (in)sostenible sería esta carga? –. Esto, sin olvidar que existen regímenes socialistas en los que cualquier privatización (nada se dice la “autonomía universitaria” en este contexto), sobre todo de la educación (universitaria) – tan valiosa ésta en orden a una legítima y necesaria “socialización” del individuo, para el logro de una sociedad más justa y próspera, así como para avanzar en la unidad interestatal –, es vista como una injusticia o una inequidad. Se trata, pues, de un terreno propicio para el ejercicio de la subsidiariedad tal como la entiende la DSI (cf. CIV 60b).

2°) En lo que concierne a las Conferencias Episcopales, así como en lo que tiene que ver con las relaciones entre los Obispos diocesanos y las Universidades católicas, ya hemos hecho notar los diferentes aspectos de la cuestión.

Por eso, es de destacar la importancia que el Consejo Episcopal Latinoamericano, reproduciendo las oportunas estructuras pastorales de la Santa Sede y atendiendo a las necesidades locales, ha brindado a los problemas relativos a la “Familia, Vida y Cultura”, creando un Departamento en el que se incluyen las Secciones de “Familia y Vida”, “Juventud”, “Indígenas”, “Afroamericanos”, “Castrense”, “Educación”, “Cultura” y “No-Creencia”.

De la misma manera, la Conferencia de los Obispos de Colombia ha dado su pleno respaldo a esa preocupación pastoral tan delicada a través de la creación de una Comisión especial en su seno (Pastoral para la Evangelización de la Cultura y la Educación), y dos Secciones (una de “Cultura” y otra de “Universidades”).

Como hemos podido observar, de igual modo, no son pocas las circunscripciones episcopales que, en Colombia y en otros países de América Latina y el resto del mundo, poseen, o en las que ellas tienen su sede, una o varias Universidades católicas. Con ellas las relaciones de los Obispos son, no cabe duda, muy estrechas, pues no sólo algunos de ellos son, además, sus fundadores, sino, sus “patronos” (o son definidos por sus estatutos con otros nombres). De ahí la importancia que podría tener, si acaso el mismo señor Obispo no lo realiza por sí mismo, como sería lo más deseable, un oficio eclesiástico destinado a cuidar y a intensificar estas provechosas relaciones mutuas, sobre todo cuando las instituciones universitarias, como personas jurídicas autónomas, no dependen en su régimen interno ordinario de los Obispos diocesanos.   

3°) Las mismas Universidades católicas y las otras Instituciones católicas de educación superior son, como hemos visto, en calidad de personas jurídicas, sujetos de derechos y deberes muy específicos. Por eso, así como a cada fiel cristiano en particular, como a cada familia cristiana, como a cada comunidad local y particular, y como a la Iglesia universal, también a las Universidades católicas y demás instituciones católicas similares de educación superior les corresponde efectuar el seguimiento de Jesucristo en los momentos y condiciones actuales de nuestra historia.

Para ellas, pues, también está dicho lo que todavía recientemente afirmaron los Obispos en la V Conferencia General de Aparecida (13 al 31 de mayo de 2007):

“¡Sigamos al Señor Jesús! Discípulo es el que habiendo respondido a este llamado, lo sigue paso a paso por los caminos del Evangelio. En el seguimiento oímos y vemos el acontecer del Reino de Dios, la conversión de cada persona, punto de partida para la transformación de la sociedad, y se nos abren los caminos de la vida eterna. En la escuela de Jesús aprendemos una «vida nueva» dinamizada por el Espíritu Santo y reflejada en los valores del Reino.
Identificados con el Maestro, nuestra vida se mueve al impulso del amor y en el servicio a los demás. Este amor implica una continua opción y discernimiento para seguir el camino de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-26). No temamos la cruz que supone la fidelidad al seguimiento de Jesucristo, pues ella está iluminada por la luz de la Resurrección. De esta manera, como discípulos, abrimos caminos de vida y esperanza para nuestros pueblos sufrientes por el pecado y todo tipo de injusticias.
El llamado a ser discípulos-misioneros nos exige una decisión clara por Jesús y su Evangelio, coherencia entre la fe y la vida, encarnación de los valores del Reino, inserción en la comunidad y ser signo de contradicción y novedad en un mundo que promueve el consumismo y desfigura los valores que dignifican al ser humano. En un mundo que se cierra al Dios del amor, ¡somos una comunidad de amor, no del mundo sino en el mundo y para el mundo! (cf. Jn 15,19; 17,14-16).” (Documento conclusivo, 26-27).

A lo largo de los capítulos anteriores hemos registrado diversos aspectos concretos que, en este sentido, podrían ser susceptibles de acogida por parte de las Universidades católicas, y, en sus propias circunstancias, podrían ser hechos parte de sus ordenamientos particulares, o, al menos, considerados de una manera propositiva y suscitando la creatividad en la fidelidad a las normas. No creemos conveniente proponer muchas nuevas indicaciones o sugerencias, y, más bien sí volver a subrayar la importancia y el reconocimiento que ellas gozan en la Iglesia por el hecho mismo de participar en la misión de enseñar el Evangelio a todas las gentes. Con todo señalemos tres cuestiones prácticas que pueden resultar útiles. En primer término, la importancia que tendría destacar de manera suficiente y adecuada el anuncio, la investigación y la docencia de aquellos contenidos precisamente “sustanciales” o “fundamentales” de las doctrinas relativas a Dios y a la Iglesia, sobre todo las relativas a la Encarnación del Verbo – o más estrictamente “a la revelación y a la fe” –, así como, proporcionalmente, de aquellos conocimientos referentes a la aplicación de las mismas doctrinas y a sus relaciones con la razón[16] (cf. DS 2851; 2853; 3005; 3136; 3776; DV 6b). En segundo término, reiterar la exteriorización de la necesidad sentida de armonizar de manera aún más adecuada, actualizada y de forma permanente las exigencias del CIC y de las Const. Apost., con sus estatutos y reglamentos internos – asunto para el que los canonistas deben prestar toda su pertinente colaboración –. Y finalmente, aunque algunos consideren que ello no necesariamente debería establecerse en torno a problemas graves vinculados con (los artículos esenciales de) la fe cristiana, sí se constata la necesidad de establecer efectivos y múltiples enlaces locales, nacionales y regionales, con otras Universidades, católicas o no, que promuevan (o al menos permitan) el ejercicio de la interdisciplinariedad sobre todo entre la teología y las ciencias y una presencia alentadora y esclarecedora de la fe en las culturas: es sumamente necesario trabajar por la constitución de un ethos universitario como proyecto cultural que aúne saberes.

Con mayor razón debemos atribuir lo dicho en el párrafo anterior a las Universidades y Facultades eclesiásticas, directamente dependientes de la Santa Sede. Independientemente de las exigencias y conclusiones que ha evidenciado esta investigación, el sólo hecho de que el Código les dedique también un capítulo especial es indicio de su particular e indispensable carisma y misión en la Iglesia. El establecimiento de una peculiar forma de “cultura de la calidad” para dichas instituciones escolares es una realidad para nada fantástica (como lo representa la acción de la Congregación para la Educación Católica y, muy especialmente, de la “Agencia de la Santa Sede para la Valoración y la Promoción de la Calidad de las Universidades y Facultades Eclesiásticas” – AVEPRO por sus siglas en italiano: http://www.avepro.va/ –, una institución similar a nuestro ICFES colombiano que se rige por las normas de la Constitución Pastor Bonus, arts. 186 y 190 a 191[17]. De hecho, ha de interpretarse esta acción como implementación de la “Adhesión de la Santa Sede al «Proceso de Boloña»” iniciado con la Declaración de Boloña (1999) destinada a acrecentar la calidad de tales instituciones mediante criterios cualitativos válidos a nivel internacional. Ya existen - 2005-2011 - las primeras “cartas circulares” orientadas al “Aseguramiento de la calidad educativa de las Facultades eclesiásticas” – documentos generales, evaluación interna y evaluación externa de las instituciones – emanadas de AVEPRO).

4°) Debemos requerir la atención más inmediata de quienes ejercen como Directivos – personales o colegiales – de las Universidades católicas (y, en ellas, si las hay, de las Facultades eclesiásticas). Como hemos podido ver, sobre todo los cc. 811 y 820, con los respectivos desarrollos por parte de la Const. Ap. ECE, les confían trascendentales tareas en lo que concierne al avance de todas las áreas del conocimiento, promoviendo por diversas formas su desarrollo y el intercambio mutuo. A ello deben dedicar, sin ninguna duda, sus energías. Pero, si cabe, en sus manos la Iglesia pone una misión del todo peculiar: el anuncio y la profundización en la Verdad salvífica, que debería estimular en ellos todas sus capacidades, toda su inteligencia, toda su buena voluntad y generosidad.

a) Con el concurso de los docentes y de expertos, después de hacer el necesario diagnóstico y pronóstico local, regional, nacional e internacional de las necesidades más apremiantes en los órdenes social, político, cultural, económico, etc., y de examinar atentamente las necesidades de la Iglesia, universal y local, y de las propias situaciones internas, corresponde a los Directivos fijar un programa de prioridades a las que se desea y puede atender primariamente, de modo que se planee con la mayor dedicación la acción de los próximos años (quinquenio, decenio, etc.), se la evalúe constantemente, sobre todo, al final del proceso para reconocer sus logros y deficiencias, y trazarse planes de mejoramiento y cambio. Se hace necesario que las formulaciones estatutarias y de principios incluidas en el PEI (Proyecto Educativo Institucional) de tales instituciones se desarrollen y concreten al más alto nivel (¿Vicerrectorías académicas, por ejemplo?) en políticas que traten específicamente sus componentes relacionados con la formación “integral” y “teológica” con vistas a la elaboración, revisión y aseguramiento de la calidad de los diversos currículos de sus Facultades.

Es así como – y en esto expreso simplemente mi opinión – para el caso (de las Ciencias Básicas y de la Salud) al que hemos querido dar mayor relieve a lo largo de esta investigación, entre las situaciones que podrían considerarse más urgentes bien podrían atenderse: las relativas a la teología moral de la “vida”, en toda su amplitud, y de la “familia y la pareja”; así mismo, la teología moral fundamental y de las profesiones; y la teología moral social, incluida en ella la doctrina social de la Iglesia.    

b) Uno de los aspectos más prominentes en esa planeación ha de consistir en establecer los medios oportunos, institucionales y personales, que les permitan o les faciliten a los directivos, académicos y administrativos, la adquisición y perfeccionamiento de las propias competencias necesarias para desempeñar su labor, tan exigente, y para el desempeño de la misma. Esto es particularmente válido en relación con cuanto expresa la identidad católica de la Universidad y, sobre todo, en lo que toca con la administración del currículo “personalizado” al estudiante y a los cursos teológicos vinculados con su carrera, especialización y otros posgrados. De la misma manera, se considera necesario que los avances que van siendo logrados en la investigación a partir de los diálogos interdisciplinares sean propuestos de inmediato a través de la docencia, es decir, siendo asumidos por los currículos y por los planes de estudio de las Carreras y los Posgrados de las Facultades. Se ha de atender a todo ello teniendo en cuenta además y sobre todo que los destinatarios, nuestros estudiantes y los mismos docentes y administrativos, viven en nuestra época, en medio de condiciones no siempre favorables para el anuncio del Evangelio. Sin embargo, aún en las peores condiciones imaginables, sabiéndose “embajadores de Cristo” (2 Co 5,20), en lugar de desanimarse, tal situación debería invitarlos a acrecentar su fe, esperanza y amor (cf. c. 231), siendo creativos.

Por lo cual, se hace del todo necesario establecer, si fuera el caso, y dotar a un nivel de coordinación y de dirección institucional con las prerrogativas propias de lo que denominamos entre nosotros una “dirección de carrera” (o una figura similar) en dependencia directa del Decano académico de Teología, pero, en el caso, para cuidar especialmente las relaciones con los estudiantes de las diversas carreras de la Universidad, cuyo servicio esté en línea con los anteriores criterios en lo que se refiere en forma específica a la docencia-discencia teológica: - atienda a los estudiantes que requieran su actuación (orientación, información, consejería, evaluación, ocasionales procesos disciplinarios); - posea un comité apropiado a su función con el que formule las ofertas de “cursos” académicos profesional y socialmente adecuados y pertinentes (asignaturas, v. gr.), y con el que evalúe constantemente la calidad académica de cada propuesta; - sirva de articulador con cada uno de los programas académicos de pre-grado y de pos-grado de las Facultades, con sus directivos y con sus currículos; - apoye cuanto contribuya a promover la unidad e integralidad de los procesos formativos de los estudiantes; - y coordine y solicite al (a los) Departamento (s) de Teología los profesionales docentes necesarios para cubrir los requerimientos que tales programas le formulen.

Este aspecto de la planeación-acción ha de ser cuidadosamente articulado y equilibrado (en modos, tiempos y espacios) en su práctica con el siguiente.

c) Hemos señalado que el CIC distingue las “universidades y facultades eclesiásticas” de las “Universidades católicas” con sus diversas facultades, y que sus respectivos regímenes deberían claramente diferenciados y equitativamente relacionados, sobre todo cuando una universidad católica posee no simplemente la facultad de teología que pide el c. 811 § 1, sino una de las que define el c. 815 (cf., en tal caso, ECE II Parte “Normas generales”, art. 1 § 2).  Más en particular, habrá que considerar qué sea más conveniente, en el corto, mediano y largo plazo, para atender a tales situaciones que prevén los cc. citados. En efecto, es posible que la Facultad, instituto o cátedra provea[18] de diversas maneras los requerimientos que la investigación y la docencia de la teología en conexión con las distintas disciplinas y con la realidad nacional, en actividad de “ida y regreso”, le plantean:

Primera alternativa: un único “departamento” o unidad de docentes-investigadores que preste servicios a las otras Facultades (también y sobre todo a las no-eclesiásticas), podría acentuar la unidad de dirección, evitar la dispersión y centralizar las responsabilidades, pero, tal vez, podría disminuir el énfasis por la particularización (campo de conciencia estrechado) de los diálogos, de las interacciones y de la investigación consecuente. Cosa que, probablemente, se podría obviar mediante la creación, en su interior, de áreas o sectores teológicos disciplinarios con sus competencias bien señaladas.

Segunda alternativa: varios “departamentos”, cada uno constituido con adecuado número de profesores, suficientemente configurado por su propio dinamismo y desempeño en las respectivas áreas teológicas, cada una con proporcionado desarrollo y autonomía, podrían, de igual manera, facilitar los diálogos con las diversas disciplinas y su servicio especializado a las diferentes carreras, pero, quizás, tendrían el inconveniente de interferir en la realización de los contactos provechosísimos entre los profesores de la teología considerada como “ciencia una” así como en la coordinación de la prestación de los servicios. Dichos “departamentos” se deben en su servicio, por supuesto, al conjunto de la comunidad universitaria con todos los saberes que allí se cultivan, y esto habría que tenerlo en cuenta.

El suscrito, teniendo presente las anteriores consideraciones, se ha atrevido a diseñar una propuesta básica e ideal que va procesualmente de unas “áreas” a unos “departamentos”, proyecto a desarrollar en un lapso prudencial de tiempo. No se trata de una propuesta exhaustiva pero cuyas bondades y limitaciones merecen ser discutidas y adaptadas para cada caso particular así como de acuerdo con sus tradiciones y sus prioridades. Estos son sus términos[19]:


“1. Créense las siguientes Áreas de Investigación-Docencia dentro del Departamento de Teología:

Áreas Teológicas
Comprende:
Área de Sagrada Escritura
Introducciones
Exégesis
Antiguo Testamento
Nuevo testamento
Teología bíblica
Área de Teología Dogmática
Misterio de Dios
Cristología
Eclesiología
Sacramentología
Eucaristía
Antropología
Escatología
Mariología.
Área de Teología Moral
Fundamental
Disciplinar-profesional de la vida y del medioambiente
Disciplinar-profesional de la verdad, de la comunicación y la información, de la cultura
Disciplinar-profesional de la sexualidad, el matrimonio y la familia
Disciplinar-profesional de la justicia conmutativa y de la caridad personal y comunitaria
Disciplinar-profesional de la justicia social, del Estado e Internacional, incluido el Magisterio moral social [1]
Área de Teología Espiritual y de la Vida consagrada
Teología Espiritual
Vida religiosa.
Área de Liturgia, Música, Arquitectura y Arte Sacro y Religioso
Liturgia
Música y Arte Sacro y Religioso.
Arquitectura
Área de Teología Pastoral
Fundamental y bíblica de la acción pastoral
Pastoral de conjunto, Pastorales especializadas y sus escenarios, Planeación pastoral
Profética
Homilética
Catequética
Educación Religiosa Escolar
Educación Religiosa Universitaria
Litúrgica
Social
Juvenil
Familiar
Misionología
Teología y pastoral de las culturas
Área de Historia de la Iglesia y de los Bienes culturales de la Iglesia
Historia de la Iglesia
Patrología y Patrística
Arqueología cristiana y Bienes culturales de la Iglesia
Estudios Orientales
Área de Teología Fundamental y cuestiones fronterizas
Introducción a la Teología, al método y a los métodos teológicos
Ecumenismo, Ateísmo, Diálogo interreligioso. Derecho en las Religiones.
Historia, Fenomenología y Filosofía del hecho religioso
Pedagogía, Sociología, Antropología y Psicología de la religión.




[1] Se trata de relacionar la Teología especialmente con las Ciencias Sociales relacionadas con la cultura, la economía y la política, y con la Filosofía (ética).



Esquema 56



“2. Cada Área estará conformada por los Doctores y Licenciados eclesiásticos o canónicos en Teología o en la respectiva Área de la Teología católica, así como por Doctores y Magísteres con grado civil en Teología, sea ella católica o no. A las Áreas que aquí se establecen pertenecerán todos los Profesores del Departamento de Teología, incluso quienes poseen sólo grado en Teología o en Ciencias Religiosas, o sus equivalentes, sin importar el tipo de vinculación que tengan vigente con la Universidad, y durante el tiempo que esta vinculación esté vigente. El número de teólogos católicos ha de ser siempre mayor que el de aquellos que no lo son.
Parágrafo: En calidad de Profesores Correspondientes de una determinada Área, pero en las modalidades contractuales que eventualmente fueren oportunamente consideradas, pueden participar los Profesores de las Instituciones teológicas con las cuales la Facultad de Teología posee algún tipo de convenio, incluso así sean ellas asociadas, afiliadas o agregadas.
“3. Los Profesores Doctores y Licenciados miembros de cada Área deberán proponer una terna de ellos al Decano Académico de la Facultad para que, de entre ellos, éste designe a quien será denominado Coordinador del Área y quien será su representante en el Comité del (respectivo) Departamento de Teología. Excepcionalmente, para su funcionamiento, el Área deberá poseer, al menos, un Licenciado eclesiástico en Teología o en la respectiva Área teológica, y el Decano determinará si este mismo la representará ante el respectivo Comité del Departamento.
“4. En el Comité del Departamento de Teología tendrán asiento, por derecho propio, los Coordinadores de las Áreas Teológicas (asignadas), y se reunirá con ellos con la frecuencia que sea necesaria y de ellos recibirá los informes periódicos correspondientes a la actividad efectuada por su Área.
“5. Corresponde al Coordinador del Área Teológica efectuar las actividades que los Reglamentos de la Facultad de Teología y de la Universidad señalan al Director del Departamento, exclusivamente en lo que se refiere a la investigación teológica, en dependencia suya y en coordinación con él, y dentro de lo pertinente al Área del saber teológico respectivo. Las materias mixtas para dos o varias Áreas se emprenderán según acuerdo realizado entre ellas, y serán impulsadas y decididas con la participación de los Coordinadores de tales Áreas, bajo la dirección del Director del Departamento.
“6. El período para el que se designa un Coordinador de Área no puede exceder del período correspondiente al del (respectivo) Director del Departamento. En caso de ausencia definitiva o parcial del Coordinador, quien lo reemplace ejercerá por el tiempo restante del período de quien había sido designado inicialmente.
“7. Entre las actividades orientadas a la investigación, cada Área debe propender por el incremento y por la formación de excelencia, en lo atinente a los avances mundiales de la propia Área, de los Profesores que la integran, incluso propiciando la participación de ellos en docencia y en certámenes nacionales e internaciones. Deben procurarse, con la ayuda de las demás personas y medios que ofrece la Facultad, y por iniciativa propia, los recursos conducentes a obtener tal incremento e actualización. Todo, dentro de los lineamientos, de los Planes, y de las posibilidades que ofrece la Facultad, y bajo la dirección del Consejo de Facultad y del Decano Académico de la misma.
“8. Así mismo, cada Área teológica debe aspirar al desarrollo de sí misma, hasta llegar a convertirse en un Departamento. Cada trienio, coincidiendo con la designación del Decano Académico, el Consejo de Facultad ordenará la evaluación del actual Departamento (y de los futuros Departamentos existentes) en este sentido, y tomará las decisiones oportunas para contribuir a atenuar o eliminar las falencias, y para vigorizar las fortalezas encontradas. Para que un Área teológica pueda llegar a ser considerada por el Consejo de la Facultad susceptible de convertirse en un nuevo Departamento, además de las provisiones presupuestales, debe contar con un mínimo de cinco Doctores eclesiásticos en dicha especialidad y, al menos, cinco Licenciados eclesiásticos en la misma, sin contar entre ellos a los Profesores Correspondientes y a otros que posean títulos civiles; además, tener unos equipos y planes de investigación consolidados, y unas líneas investigativas efectivas y con publicaciones que la sustenten.
“9. Las diversas Áreas teológicas deben procurarse variadas ayudas mutuas, sobre todo, en lo concerniente a su permanente actualización y búsqueda de síntesis. Esta misma colaboración habrá de continuarse prestando entre los Departamentos de la Facultad, una vez fueren creados. El (cada) Departamento de Teología tendrá en cuenta en su planeación la actividad de las Áreas y subáreas teológicas que le corresponden.  
“10. Los miembros de cada Área teológica deberán reunirse, al menos, una vez cada semestre, bajo la orientación de su coordinador, o bajo la orientación de quien sea designado por éste, para presentarse sus propuestas y los resultados, parciales y finales, de sus investigaciones orientadas al servicio del pueblo de Dios; para ofrecerse apoyo y estímulo en su investigación; para reconocer sus dificultades y limitaciones, y presentar proposiciones conducentes a superarlas ante las autoridades respectivas; y para progresar en sus relaciones académicas y comunitarias. Las investigaciones mencionadas deben ser informadas al Comité de Investigaciones del Departamento para lo pertinente a su encargo, así como seguir las instrucciones pertinentes provenientes de la Vicerrectoría Académica de la Universidad.
“11. A fin de que los estudiantes de pregrado se familiaricen con los trabajos de investigación realizados por sus Profesores, es muy importante que se organice, al menos en forma bienal, un programa de actividades en el que las Áreas teológicas presenten los resultados finales de sus investigaciones.
“12. Para que los estudiantes de postgrado, tanto de Licenciatura y Maestría como de Doctorado, se vayan familiarizando con el trabajo de las respectivas Áreas, participarán, al menos, al comienzo de sus períodos de formación, en una jornada de inducción organizada para ellos por el respectivo Director de los Posgrados de la Facultad de Teología, sin perjuicio de las normas relativas a su participación en las líneas y equipos de investigación, que son requisito para obtener su título en Teología.
“13. No descuiden las Áreas teológicas sus interrelaciones con otras áreas del conocimiento humano, recibiendo de ellas las aportaciones necesarias, colaborándoles en lo que fuera menester, y proponiéndose y desarrollando actividades investigativas conjuntas. De la misma manera, deben promover la cooperación con otras instituciones universitarias, inclusive no católicas. De todo ello se deberá informar oportunamente al (a los) Comité (s) del (de los) Departamento (s).”[21]


5°) Los Profesores de diversas disciplinas no teológicas que prestan sus servicios en las Universidades católicas y en las Universidades y Facultades eclesiásticas suministran, con sus calidades humanas y desde sus especialidades, un aporte fundamental al desenvolvimiento de la investigación y la docencia que en ellas se realiza. Se hacen presentes allí, en ocasiones, profesionales y futuros profesionales de diversas regiones del mundo, y, sin discriminación alguna por razones de procedencia cultural o étnica, religión, sexo, condición social, económica o política, pueden ser contados entre los más prestigiosos cultivadores de ciencias matemáticas, sociales, biomédicas, experimentales, etc.

Se da por supuesto que los Profesores así vinculados respetarán “fielmente los principios de la doctrina católica” (c. 810 § 2).

La calidad personal de estos Profesores (cf. c. 810 § 1) ha de ser una preocupación constante principalmente de ellos mismos. Pero las Universidades católicas, dado el criterio fundamental que se ha reiterado acerca de la importancia de la “formación integral”, no deberían descuidar también el múltiple apoyo y la asesoría psicológica y, muchísimas veces, pastoral, de acompañamiento y cura personal, a lo largo de todo el período de su participación en la vida de la comunidad universitaria, y, especialmente, en los momentos de eventuales crisis y de transiciones[22]

En relación con sus estudiantes - además de lo que he dicho antes - ellos llegan a tener una notable influencia, positiva en la generalidad de las veces y no sólo en cuanto a la formación estrictamente profesional. Al respecto ha afirmado el Papa FRANCISCO: "Esto requiere encontrar educadores capaces de comprometerse con el crecimiento de los muchachos. Requiere de educadores movidos por el amor y por la pasión de hacer crecer en ellos la vida del Espíritu de Jesús, de hacer ver que ser cristianos exige coraje y es algo bello. Para educar a los adolescentes (y jóvenes) de hoy no podemos continuar utilizando un modelo de instrucción meramente memorístico ("escolástico" dice el texto), sólo de ideas. No. Es necesario seguir el ritmo que tiene su crecimiento. Es importante ayudarlos a adquirir autoestima, a creer que realmente pueden alcanzar aquello que ellos se propongan. Siempre en movimiento" [22 bis].

6°) Algo similar se podría afirmar en relación con los Profesores de Teología de las Universidades católicas y de las Universidades y Facultades eclesiásticas, sean ellos clérigos, religiosos o laicos. Con todo, ya que, como hemos visto, de modo muy particular en sus manos se coloca la “identidad y la misión” católica de la Universidad, es conveniente recordar las normas de los cc. 218 y 231 y desarrollarlas, quizás, mediante un régimen interno adecuado y equitativo, y públicamente divulgado.

-          El primero de ellos, efectivamente, señala para todos los fieles cristianos:

“Quienes se dedican a las ciencias sagradas gozan de una justa libertad para investigar, así como para manifestar prudentemente su opinión sobre todo aquello en lo que son peritos, guardando la debida sumisión al Magisterio de la Iglesia”.

En los dos capítulos finales de la investigación hemos tenido ocasión de ocuparnos más pormenorizadamente de este aspecto, que alienta al ejercicio responsable de la vocación y de la profesión del teólogo y del canonista, así como del pedagogo en estos campos.

-          El segundo canon, por su parte, hace una precisión sobre todo en relación con los fieles laicos, válida, en cuanto corresponde, para las Universidades católicas:



“§ 1. Los laicos que de modo permanente o temporal se dedican a un servicio especial de la Iglesia tienen el deber de adquirir la formación conveniente que se requiere para desempeñar bien su función, y para ejercerla con conciencia, generosidad y diligencia.
§ 2. Manteniéndose lo que prescribe el c. 230 § 1, tienen derecho a una conveniente retribución que responda a su condición, y con la cual puedan proveer decentemente a sus propias necesidades y a las de su familia, de acuerdo también con las prescripciones del derecho civil; y tienen también derecho a que se provea debidamente a su previsión y seguridad social y a la llamada asistencia sanitaria.”

Por eso, habría que examinar detenidamente el asunto y armonizar adecuadamente las normas estatutarias y reglamentarias de las Universidades católicas teniendo en cuenta lo dicho anteriormente en relación con los “departamentos” u otras formas prácticas organizacionales para ejecutar las tareas concernientes a la investigación, la docencia y el servicio en un determinado ámbito del diálogo interdisciplinar de la teología (pero lo mismo habría que decir si se tratase de cualquier actividad teológica disciplinar); pero también, y muy especialmente, con el fin de prevenir cualquier conflicto eventual que pudiera presentarse al interior de la Universidad si se causaran diferencias reglamentarias ostensibles e inequitativas (por ejemplo, acerca de salarios, de exigencias para ascensos, etc.) entre sus profesores por razón de su vinculación a una Facultad eclesiástica y aquellos que no lo son (no sólo por razones constitucionales estatales o civiles, sino también por razón del c. 208; cf. c. 1286).

7°) No por quedar al final es menos importante destacar el deber-derecho de los estudiantes, en cuanto fieles cristianos, en lo que concierne a su formación cristiana, y, ojalá, teológica. Nos referimos, de manera particular, a las normas de los cc. 217 y 229, consideradas en la perspectiva de su vinculación con una Universidad católica.

En efecto, en primer lugar, el c. 217, dentro del elenco de los deberes y derechos propios de los cristianos, determina:

“Los fieles, puesto que están llamados por el bautismo a llevar una vida congruente con la doctrina evangélica, tienen derecho a una educación cristiana por la que se les instruya convenientemente en orden a conseguir la madurez de la persona humana y al mismo tiempo conocer y vivir el misterio de la salvación.”

Aun tratándose de la educación universitaria, ha de recordarse lo que hemos señalado en otro momento: cada estudiante – y, dolorosamente, cada día con mayores penurias en este punto – llega en unas condiciones muy particulares en lo que se refiere a su relación con Dios, con Jesucristo y con la Iglesia. Inclusive, las situaciones y experiencias vividas son muy propias de cada uno y los caracterizan transitoria o permanentemente. De ahí que habría que ofrecerles itinerarios diferentes, que se adecuen a esas situaciones personales: se hace necesario tener un consejero – o un “padre/madre espiritual”, como decíamos en algún momento – que, así sea breve e inicialmente, trate de reconocer o identificar tales situaciones; y que, con paciencia, les explique esas posibilidades, los anime y los oriente a proseguir su itinerario y a culminarlo.

Más en particular, por ser fieles laicos, los estudiantes y futuros profesionales también tienen las siguientes obligaciones y los siguientes derechos, conforme al c. 229:

“§ 1. Para que puedan vivir según la doctrina cristiana, proclamarla, defenderla cuando sea necesario y ejercer la parte que les corresponde en el apostolado, los laicos tienen el deber y el derecho de adquirir conocimiento de esa doctrina, de acuerdo con la capacidad y condición de cada uno.
§ 2. Tienen también el derecho a adquirir el conocimiento más profundo de las ciencias sagradas que se imparte en las universidades o facultades eclesiásticas o en los institutos de ciencias religiosas, asistiendo a sus clases y obteniendo grados académicos.
§ 3. Ateniéndose a las prescripciones establecidas sobre la idoneidad necesaria, también tienen capacidad de recibir de la legítima autoridad eclesiástica mandato de enseñar ciencias sagradas.”

Sería muy de desear, entonces, que las nuevas generaciones de profesionales egresados de nuestras Universidades católicas, además de perfeccionarse en el conocimiento de sus disciplinas y de prepararse para el ejercicio profesional de las mismas, quisieran participar en proyectos de investigación y docencia conjuntos con sus colegas de las facultades de teología. Más aún, sería enormemente benéfico que una meritoria experiencia, en la que participa ya un buen número de excelentes profesionales de diversas áreas del saber, fuera también objeto de predilección y elección por parte de estudiantes y docentes, y, sobre todo, de investigadores procedentes de las áreas de la vida y de la salud: obtener también su título en teología. Dadas las condiciones – económicas, especialmente – de muchos, una estrategia planeada en este sentido sería sumamente provechosa.

5. Por último, el trabajo realizado a lo largo de estos capítulos nos permite llegar a tener una visión sinóptica del problema tratado y a estar en capacidad de presentar esquemáticamente una propuesta de acción e intervención. En algunos de sus aspectos ya ha sido puesta en ejecución, como se indica en el Apéndice, y de ella se ha ido nutriendo; pero no ha sido puesta en práctica en su integralidad. Esperamos que quien con interés lea estas líneas pueda, también, aprovecharse de ella y compartirnos, quizá, sus experiencias.



En el contexto de la Misión y el Proyecto Educativo de la Universidad Javeriana y del Proyecto educativo del SFT del Departamento de Teología
Descripción de hechos
Estrategias pedagógicas
Cursos teológicos:
Ejes de Formación:
Algunas situaciones actuales juveniles y personales propuestas por los estudiantes
Algunas situaciones actuales juveniles y personales vividas y/o propuestas por los estudiantes Aborto, Paternidad responsable, Conflictualidad familiar, Experiencia religiosa y religiosidad, Arte y espiritualidad, Deporte y espiritualidad, Animadversión o desconfianza a la institucionalidad religiosa, Sida, Personalidad, Valor de la vida, ¿Qué puedo corregir en mí? Alcoholismo, Drogadicción, Autoestima y afectividad, Sexualidad, Crisis de sentido, Psicología del desarrollo, Formación moral, Fortalecimiento de valores, Una ventana hacia el futuro, Atención a la persona humana concreta y completa para ayudarla a crecer en todas sus potencialidades
Asumimos y tenemos en cuenta las solicitudes de cursos que la Facultad hace al Sector Deportivo en lo que se refiere a la formación física. Formación artística en colaboración con el Sector Cultural y la Facultad de Artes. Trabajar en combinación con Decanatura del Medio, Sector Pastoral, Asesoría Psicológica y Facultad de Psicología. Apoyar la realización de convivencias y ejercicios espirituales. Realización de Talleres de Afectividad. Traer expertos a Plenarias. Emplear como pretexto de cursos y clases estas problemáticas. Dar mayor énfasis a estas temáticas en los primeros cursos.
Introducción al fenómeno religioso y a la reflexión teológica:  

Estudio comparado de las religiones y del fenómeno religioso
Introducción a la teología y a la historia de la teología

Introducción a la Sagrada Escritura:

Nociones generales sobre los Biblia y teología bíblica

Teología de la fe cristiana:

¿Qué decimos los cristianos cuando decimos “Dios”?
Cristología
Antropología teológica
Eclesiología
-  Teología del laicado
Los sacramentos
Liturgia
El diálogo interreligioso y el ecumenismo


Teología de la moral cristiana:

Teología Moral Fundamental
Teología Moral de la Religión
Teología Moral Social y DSI





Teología Moral Especial Profesional:

- Sexualidad, Vida, Familia, Verdad, Justicia

Teología espiritual y Profesión:

- Corrientes contemporá
neas de espiritualidad
Focos Temáticos Profesionales: Pre-Grado
Bacteriología:
Nutrición y Dietética:
Microbiología Agrícola y Veterinaria:
Ecología
Mediante:
Inmunología, Microbiología, Virología, Parasitología, Hematología, Banco de Sangre y Química Clínica
Composición, comportamiento y transformación bioquímica y metabolismo de los Alimentos y de la Nutrición balanceada, adecuada, suficiente y equilibrada. Planificación, desarrollo y evaluación de programas y servicios de alimentación y nutrición
Diagnóstico, prevención y control de los problemas en suelos y plantas, a través de análisis físico, químico y microbiológico, que contribuyan a mejorar la calidad de vida y la productividad en el sector agrícola.  Obtención y análisis microbiológico de muestras animales, correlacionando los resultados obtenidos para contribuir al diagnóstico, prevención y control de enfermedades.
Los desarrollos recientes en el campo de la Ecología hacen evidente la necesidad de ampliar el espectro del conocimiento de los sistemas ecológicos, hasta hace poco circunscrito casi exclusivamente a la biología. Esto implica necesariamente ir más allá de la manera como se ha trabajado tradicionalmente en biología, incorporando de manera fundamental, aspectos de las ciencias de la tierra y de las ciencias sociales.
Más recientemente y a raíz de la problemática ambiental resultante del impacto de las actividades humanas, se ha considerado explícitamente al hombre como uno de los componentes fundamentales de los ecosistemas. Dada la amplia gama de temas pertinentes a este campo del saber, el plan de estudio propuesto mantiene básicamente una mirada desde las ciencias naturales, pero haciendo énfasis en la dimensión espacial, las dinámicas temporales y el papel del hombre en la configuración de los ecosistemas. El plan de estudio se fundamenta en el paradigma de la complejidad y en el carácter transdisciplinar de la ecología.
Solicitamos incrementar a seis créditos el valor de nuestras asignaturas. Cursos específicos. Seminario interdisciplinar con profesores de la Facultad. Comunicación de experiencias en Foros de Moral Profesional. Desplazar el curso de Bioética para un semestre posterior a la Moral Fundamental. Intensificar las relaciones con Bioética y con Filosofía.
Biología:
Las Matemáticas y los Sistemas Informáticos
Microbiología Industrial:
Teoría, métodos y técnicas biológicas. Conocimiento, conservación y manejo racional de los recursos naturales, la fauna y la flora colombiana. Investigación biológica en los campos agropecuario, de la salud, de la industria filoterapéutica, industria de alimentos, zoocriaderos, mejoramiento genético, etc.
Dominio Matemático proyectado hacia sus aplicaciones en Informática (en el sector empresarial y en centros de investigación, en áreas como las ciencias puras y aplicadas, algoritmos y computación, sistemas de información, finanzas y actuaria)
Conocimiento, producción, control de calidad e implementación de nuevas microbiotecnologías que contribuyan a la solución de problemas de la comunidad (tratamiento de residuos industriales causantes de contaminación ambiental) y del sector productivo industrial (manejo de alimentos, fármacos, insumos comerciales y de otros bienes y servicios). Adaptación de técnicas microbiológicas para la investigación de la microdiversidad autóctona con capacidad de biodegradación y de producción industrial. Producción industrial de material biológico
Situaciones sociales nacionales y mundiales
Socioeconómicas:
Sociopolíticas:
Socioculturales:
Apoyamos la realización del semestre social de la Facultad. Proponemos campamentos-misión con nuestros estudiantes
Autogestión. Extinción de especies biológicas. Educación. Salud. Globalización y Libre mercado. Empleo
Relaciones de poder. Violencia. Violación de Derechos Humanos. Corrupción. Participación política. Ideologías. Relaciones internacionales
Eclesiales. Religiosas. Medioambiente. Exclusiones. Biología genética. Aplicaciones tecnológicas. Nueva cultura.
Agresiones desde el interior y del exterior que sufre América Latina. Familia. El aporte de los profesionales a la solución de nuestros problemas nacionales
Elementos de las Ciencias Sociales y Humanas
Asumimos y tenemos en cuenta los cursos de servicios que se soliciten a las Facultades de Comunicación y Lenguaje y de Ciencias Sociales.
Formación Teológica
(1) Privilegiamos como criterio fundamental al Ser humano, imagen y semejanza de Dios e hijo de Dios en Cristo, cuyo desarrollo integral abarca a todos los hombres y a todo el hombre (Proyecto de Dios para el hombre)
(3) La Justicia social: En lo económico, en lo político, en lo cultural. La comunión de bienes con los pobres y la solidaridad
5) Criterios pastorales específicos: Necesidades de la Iglesia hoy: - Acrecentar la vida cristiana mediante una vida sacramental  testimonial (personal y social) y comprometida en la historia; - Promover el ecumenismo; - Ofrecer en la cultura de hoy un auténtico sentido de la vida humana, en todas sus dimensiones, mediante el anuncio de la fe cristiana; - Necesidades del laico profesional:- Necesidad de profundizar en el razonamiento de la fe y en la fe para entender
Necesidad de  avance en procesos que posibiliten una síntesis teológica: Queremos que los estudiantes puedan comenzar una reflexión conducente a una síntesis teológica y a fortalecer la relación fe-vida. Queremos que, en calidad de fruto de un esfuerzo articulador y articulante de todos estos elementos, se puedan producir unos textos de apoyo de los cursos que, en la medida de lo posible, reflejen el avance en el diálogo fe-ciencia.
Requerimos un mayor desarrollo en la Pastoral de la Cultura especialmente orientada al diálogo y a la colaboración con los científicos en la academia y en la industria
(2) Conforme a lo cual privilegiamos los siguientes valores morales: La Vida:  En relación con la salud, en relación con la naturaleza; La Verdad: En la actividad científica y técnica: Su investigación, comunicación, aplicación; La Justicia: En la praxis profesional: El acto profesional, la empresa
(4) Asumimos como criterios: la importancia de la institución universitaria comprendida como la comunidad de docentes y estudiantes en torno al saber y del esfuerzo realizado en un trabajo interdisciplinar.


Esquema 57




Resumiendo, pues, podemos afirmar que estas páginas nos han permitido realizar lo que pretende el Modelo hermenéutico: nos han llevado a penetrar con nuestra mirada en las palabras, gestos y acciones realizadas por Jesús en su tiempo así como en su misterio personal, y a considerar esta totalidad suya en la perspectiva niceno-constantinopolitano-calcedonense de que, siendo Él “verdadero hombre” y “verdadero Dios”, nos revela el horizonte genérico y personal de nuestra vocación humano-divina también para nosotros hoy. Esta percepción de la persona de Jesús, el Cristo, nos indica hoy, en consecuencia, lo siguiente:

El querer salvífico de Dios en su expresión actual, en lo que se refiere a las Universidades católicas y a sus Facultades de Teología, se manifiesta de manera particular en la constatación de la capacidad y en la necesidad humana de investigar y de participar socialmente el conocimiento, aprendiéndolo y enseñándolo. Dadas sus condiciones actuales, este conocimiento se obtiene mediante diversos saberes, y cada uno de ellos va ganando y reclamando paulatinamente su autonomía con respecto de los demás y con respecto de los otros ámbitos de la cultura: se trata de otro indudable “signo de los tiempos”, siempre y cuando, tales saberes no se desliguen de la intrínseca relación que tienen con la Verdad – la verdad teo-lógica y antropológica, ciertamente, pero también epistemológica y ética –, relación que las dimensiones religiosa y moral, ponen en evidencia, recuerdan y urgen permanentemente. A las disciplinas respectivas corresponde proseguir incesantemente esta misma indagación.

Este conocimiento, por cuanto forma parte del bien humano que individual y colectivamente deben realizar todos los hombres y mujeres, y es digno, por tanto, de ser llamado verdaderamente obligación y derecho humano fundamental, requiere y exige asegurar una educación – y las posibilidades reales de la misma – que garantice simultáneamente la formación de los miembros de la comunidad académica tanto hacia la especialización como hacia su substrato sintético humano, y se convierte en una de las características definitorias de las Universidades católicas. Corresponde a una bien comprendida y necesaria flexibilidad curricular saber dar buena cuenta de ello.

A estas mismas Universidades corresponde, en consecuencia, y de la misma manera como lo hacía Jesús, hacer explícita en la enseñanza de estos diversos saberes su enraizamiento común en el querer salvífico de Dios, en la verdad salvífica, e intentar mostrarlo en forma coherente y concluyente.

De igual modo, y finalmente, concierne a las Universidades católicas, como expresión actual del querer salvífico de Dios, emprender, proseguir, evaluar y mejorar sus actividades específicas relativas a la promoción y aplicación de los diversos saberes en la comunidad en general así como a la interrelación de los mismos en el conjunto de la enseñanza y de la investigación, hasta llegar a ser, por este medio específico suyo, imágenes vivientes de Jesús.



Al llegar al término de este trabajo de investigación, aspiro que sea de real utilidad para quien lo conozca. Pero, por sobre todo, quiero dar gracias al Señor Jesús, que me ha permitido nacer, crecer y vivir en su Iglesia y, mediante ella, sentir el estímulo a buscarlo, encontrarlo, vivirlo y celebrarlo a Él, que es la Verdad. En ella deseo mantenerme y dar fruto.
Por Él, con Él y en Él,
A Ti, Dios Padre todopoderoso,
En la unidad del Espíritu Santo,
Todo honor, y toda gloria.
Por los siglos de los siglos.
Amén.






Índice correspondiente a la 


SEGUNDA PARTE
APLICACIÓN DEL MODELO HERMENÉUTICO DE LA TEOLOGÍA DEL DERECHO CANÓNICO A LOS CÁNONES SELECTOS SOBRE LAS UNIVERSIDADES CATÓLICAS


Tabla de contenido
























Notas de pie de página





[1] Así lo ha recordado S. S. BENEDICTO XVI en su discurso a la Asamblea General de los Obispos de Italia, el 24 de mayo de 2012. Véase el texto en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/29245.php?index=29245&po_date=24.05.2012&lang=sp
[2] Entre las cuestiones que se han revisado a este propósito encontramos: cómo se ha evidenciado esto en la experiencia de los pueblos; de qué manera es considerado por parte de ellos que eso se ha de llevar a cabo; qué consecuencias y exigencias pre-morales y pre-jurídicas plantea esta condición para la vida de los individuos y de sus colectividades; etc.
Por su extensión, dejamos para el Apéndice 5 el texto y la traducción (parcial) de la intervención del R. P. Gianfranco GHIRLANDA, S. J., Rector de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, el día 13 de noviembre de 2009, con ocasión de la celebración, durante los días 16 al 23 del mismo mes y año, de la XXIII Asamblea General de la FIUC en la sede de la misma Universidad, intervención en la cual destaca temas fundamentales que hemos ido desarrollando a lo largo de esta investigación. En: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/24646.php?index=24646&lang=sp#
[3] “Una teología empírica de la religión como la que aquí hemos esbozado – escribe Joaquín Silva – no sólo exige el diálogo crítico con las ciencias sociales y sus métodos de investigación (interdisciplinariedad), sino una auténtica apropiación creativa de esos modos de conocimiento (intradisciplinariedad). Como teología, la teología empírica no puede renunciar a su propio objeto formal: la revelación de Dios, según ha sido atestiguada por la Escritura y la Tradición viva de la Iglesia. Como teología empírica, sin embargo, ella deberá mostrar que, gracias a una colaboración recíproca de las ciencias sociales, está en condiciones de verificar cómo Dios, ‘muchas veces y de muchas maneras’ (Hb 1,1), sigue hablando a los hombres como a amigos para invitarlos y recibirlos en su compañía (GS 2)”. Dos anotaciones sobre el texto: aparte de que considero que no es del todo y en todo momento conveniente la identificación y reducción de la fe a la “religión”, si bien en algunos casos ello es perfectamente posible y adecuado – como se ha examinado oportunamente en esta investigación – comparto el sentir del profesor Silva sobre la relación tan creativa y necesaria que ha de existir entre las ciencias sociales y la teología (urgente sobre todo con la teología moral, aunque, como él muestra no sólo con ésta) en un camino de intra y de interdisciplinariedad, sólo que no únicamente con éstas, de acuerdo con las temáticas y métodos empleados en la presente investigación. Véase Joaquín SILVA SOLER: “El aporte de la teología empírica para la comprensión de la religión en la cultura actual”, en: SOCIEDAD ARGENTINA DE TEOLOGÍA (ed.): Dar razón de nuestra esperanza: el anuncio del Evangelio en una sociedad plural Agape Libros Buenos Aires 2012 171-201, la cita en p. 196.
La “teología empírica”, si bien ha tenido un desarrollo más sistemático en los últimos setenta años (a partir especialmente de A. N. Whitehead), y muy especialmente hace unos treinta, sin embargo tiene una larguísima tradición, que antecede (Aristóteles, Árabes) incluso a la toma de conciencia del “método empírico” (Francis Bacon).Véase: Willliam DEAN: Empirical Theology: A Revisable Tradition, en (consulta 27 de junio de 2013): http://www.religion-online.org/showarticle.asp?title=2791
[4] BENEDICTO XVI: Mensaje “To Her Excellency Professor Mary Ann Glendon, President of the Pontifical Academy of Social Sciences”, 28 de abril del 2007, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/20173.php?index=20173&po_date=01.05.2007&lang=sp 
[5] Cf. Germán NEIRA, S. J.: Editorial de ThX 155 55/3 julio-septiembre 2005 333-342.
[6] Si bien cuando hemos tratado tiene la posibilidad y tiene la necesidad de ser considerado en orden a su práctica, tal es la índole del Derecho canónico, muchos de los aspectos que se desarrollarán a continuación tienen que ver con la “función administrativa” que regula el CIC. Ya hemos hecho alusión a la misma en el cap. II (II.4.b.1)) al tratar de la “ejecución” y de la “aplicación” de las normas canónicas, y muy en particular en la nt. 385, p. 175. Aún tratándose de las Universidades católicas y de algunos cc. particulares en relación con las mismas, el asunto es tan variado y las posibles situaciones tan diversas, que se haría imposible en este momento tratar de abarcarlas, sistematizarlas, extraer de ellas conclusiones…
[7] El caso del Observatorio Vaticano, v. gr., en cuyos cursos participan numerosos investigadores de muchos países, “signo prometedor de una más grande colaboración científica para beneficio de la entera familia humana”, en palabras del Papa BENEDICTO XVI: en (consulta junio 2007): http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/20383.php?index=20383&po_date=11.06.2007&lang=sp
Para conocer el elenco de los variadísimos temas sobre los que se han efectuado desde 1998 hasta hoy “Semanas” y “Grupos” de estudio, así como las Sesiones Plenarias de la Pontificia Academia de las Ciencias, cf. http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_academies/acdscien/documents/rc_pa_acdscien_doc_20020103_index_general_en.html
En idéntico sentido pueden observarse los pronunciamientos efectuados por las Asambleas Generales de la Pontificia Academia de la Vida, en: http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_academies/acdlife/index_sp.htm
Y las actividades desarrolladas por la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, desde 1994, en: http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_academies/acdscien/documents/rc_pa_acdscien_doc_20030207_social_index_general_en.html 
Sobre las Universidades que se encuentran en la órbita de las Iglesias Orientales y del CCEO puede verse el artículo de P. SZABÓ: “Le università nel CCEO. Le facoltà ecclesiastiche nell’opera della trasmissione delle tradizioni orientali”, en Folia Canonica 9 2006 257-266.
Existen otras Pontificias Academias, coordinadas en la actualidad por el Pontificio Consejo para la Cultura, al que nos hemos referido (cf. http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/cultr/documents/rc_pc_cultr_pro_06061999_sp.html#Direcci%C3%B3n). Sobre esta coordinación y sobre la historia y tareas de dichas Academias puede verse el documento publicado para la reunión prevista para enero de 2010, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/25037.php?index=25037&po_date=26.01.2010&lang=sp
[8] Sin duda no se trata de una idea de fácil aplicación, pero se debería reconocer que no es descabellada. Y el reconocimiento de ello no proviene de una persona cualquiera, sino, nada menos, que del mismísimo Señor Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En efecto, S. Em. Gerhard L. MÜLLER expresó en su conferencia a los Obispos de las Comisiones doctrinales de las Conferencias Episcopales Europeas, en Esztergom, Hungría, el 13 de enero de 2015, las siguientes palabras conclusivas, no sólo haciéndose eco de la norma canónica respectiva (cf. c. 809) tantas veces citada, sino desarrollándola y aplicándola: “I compiti propositivi assegnati alle Commissioni Dottrinali aprono un vasto campo per molteplici iniziative, che, se messe in atto, gioveranno all’intera Chiesa. Si può pensare alla divulgazione e al commento dei documenti del Magistero, alla preparazione di testi di valore scientifico e dottrinalmente sicuri, alla compilazione di una lista di libri approvati per l’insegnamento, alla stimolazione del lavoro teologico scientifico, coltivando a questo scopo mutue relazioni con i teologi e gli insegnanti delle Università e dei Seminari, o all’aiuto offerto ai singoli Vescovi nel compito di seguire e discernere la produzione teologica del proprio territorio, indicando loro una lista di esperti per l’esame dei libri. Tutto ciò ha l’unico scopo di aiutare ciascun Vescovo ad esercitare, con maggiore efficacia, l’affascinante ed oneroso compito di essere maestro della fede”: en (consulta del 12 de febrero de 2015): http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/muller/rc_con_cfaith_doc_20150113_muller-esztergom_it.html (La cursiva en el texto es mía). 
En este mismo contexto del que tratamos se debe reconocer la idea feliz que se ha tenido de establecer el "Premio Ratzinger" por parte de la "Fondazione Vaticana Joseph Ratzinger - Benedetto XVI". Dicho premio por primera vez fue entregado el 30 de junio de 2011 por el propio Pontífice a tres importantes teólogos: al Prof. Manlio Simonetti, italiano, laico, estudioso de la Literatura cristiana antigua y de Patrología; al Prof. Olegario González de Cardedal, sacerdote español, docente de Teología sistemática; y al Prof. Maximilian Heim, monje cistercense alemán, Abad del Monasterio de Heiligenkreuz en Austria y docente de Teología fundamental y dogmática. Más interesante, quizás, ha sido el aporte que algunas Universidades de diversos lugares del mundo ofrecieron al Papa y a la Fundación para efectuar dicha selección. Véase el anuncio, del 14 de junio de 2011, en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27672.php?index=27672&lang=sp Para el año 2012 los premiados han sido el Prof. Rémi Brague, francés, laico, estudioso de la Filosofia de las religiones, y el Rev.do Prof. Brian E. Daley, padre jesuita, estadounidense, historiador de la Teología patrística. En (consulta del 20 de octubre de 2012): http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/29866.php?index=29866&po_date=20.10.2012&lang=sp
[10] Mayor aún de cuanto expresan estas líneas, ha sido la respuesta cordial, inteligente, pronta y humilde del actual Sucesor de Pedro al quererse poner en directo contacto con millones, a través del mecanismo de “preguntas y respuestas”: con el mundo entero. “Questo lancio è anche un’indicazione dell’importanza che la Chiesa attribuisce all’ascolto ed è una prova della sua costante attenzione alle conversazioni, ai commenti e ai trend (“tendencias”, en castellano) che esprimono in maniera così spontanea ed insistente preoccupazioni e speranze delle persone”: se lee en la Nota correspondiente. Se trata, como será bien conocido, de su afiliación como “follower" y "amigo" en Twitter, según ha sido anunciado en el día de hoy, 3 de diciembre de 2012, en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/30145.php?index=30145&lang=sp#TRADUZIONE%20IN%20LINGUA%20ITALIANA
[11] Como una muy pequeña muestra de ello, se puede mencionar que durante el año 2008 dos Estados, Brasil (13 de noviembre) y Francia (18 de diciembre), incluyeron en sus “Acuerdos” con la Santa Sede un punto relativo al reconocimiento mutuo de los grados y de los diplomas de enseñanza superior. Cf. http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/23137.php?index=23137&lang=sp
[12] Acerca de las relaciones entre la Santa Sede y los Estados, valga la pena hacer referencia al discurso del Papa BENEDICTO XVI con ocasión de una breve visita a la Embajada de Italia ante la Sede Apostólica, el 13 de diciembre de 2008. Decía en esa ocasión: “Esta breve visita me es propicia para recordar qué tan consciente es la Iglesia de que «a la estructura fundamental del cristianismo pertenece la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios (cf. Mt 22,21), es decir, la distinción entre Estado e Iglesia» (Enc. Deus caritas est, 28). Tal distinción y tal autonomía no sólo la Iglesia las reconoce y respeta, sino que se alegra con ellas, como un gran progreso de la humanidad y una condición fundamental para su misma libertad y el cumplimiento de su misión universal de salvación entre todos los pueblos. Al mismo tiempo, sin embargo, la Iglesia siente como tarea suya, siguiendo los dictámenes de su propia doctrina social, argumentada «a partir de cuanto es conforme con la naturaleza de todo ser humano» (ibid.), despertar en la sociedad las fuerzas morales y espirituales, contribuyendo a abrir las voluntades a las auténticas exigencias del bien. Por esto, llamando la atención hacia el valor que tienen para la vida no sólo privada sino también y sobre todo pública algunos principios éticos fundamentales, de hecho la Iglesia contribuye a garantizar y a promover la dignidad de la persona y el bien común de la sociedad, y, en este sentido, se realiza la auspiciada verdadera y propia cooperación entre Estado e Iglesia”. En: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/23053.php?index=23053&po_date=13.12.2008&lang=sp (Traducción mía).
[13]Artículo 1. Colombia es un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general.”: Constitución Política de la República de Colombia (1991). (Cursiva es mía).
[14] V CONFERENCIA DE LOS OBISPOS DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE: Documento conclusivo Consejo Episcopal Latinoamericano CELAM Bogotá agosto 2007 2ª: “Capítulo 2: Mirada de los discípulos misioneros sobre la realidad: 2.1 La realidad que nos interpela como discípulos y misioneros”, n. 37, 55. En: http://www.celam.org/conferencias/Documento_Conclusivo_Aparecida.pdf
[15] “Los Obispos de la provincia de Buenos Aires han publicado un comunicado en el que manifiestan algunos puntos fundamentales que deberían ser tenidos en cuenta a la hora de elaborar el texto legal sobre una nueva Ley de Educación Provincial […] «Con el fin de valorar cabalmente la vocación docente y la importancia social de su misión - continua el comunicado - reivindicamos el derecho de la Iglesia y de otras instituciones de gestión privada, a crear y organizar sus propios Institutos de Formación Docente que les permitan asegurar el pleno cumplimiento y aplicación de sus Proyectos Educativos Institucionales”. Así mismo piden que se respete y garantice de acuerdo al marco jurídico vigente el funcionamiento de un único sistema de educación pública bajo dos gestiones: estatal y privada y que la financiación para la gestión privada sea en condiciones equitativas respeto de las Instituciones de gestión estatal.”: en (consulta junio de 2007): http://www.fides.org/aree/news/newsdet.php?idnews=10960&lan=spa
Puede verse la propuesta de texto legislativo, que toma como ejemplo las soluciones de España y Alemania, Países no-confesionales, en (consulta junio de 2007): http://www1.hcdn.gov.ar/proyxml/expediente.asp?fundamentos=si&numexp=6389-D-2006
Ante las crecientes necesidades de una educación universitaria católica de calidad que llegue cada día a más jóvenes y adultos, al menos como oferta razonable y efectivamente posible, es menester inventar o repotenciar diversas formas de financiación de la misma (papel del ICFES en Colombia, v gr.). Subsidiar, en el sentido usual, el costo del dinero para estas entidades no es tampoco, en mi opinión, un privilegio injusto o inequitativo en orden al bien común.
[16] Justamente, este ha sido el empeño del Em. S. Card. Pietro PAROLIN, Secretario de Estado de la Santa Sede, al hacerse presente en París, en la sede de la UNESCO, el 3 de junio de 2015, para dar cumplimiento al Foro “Educar hoy y mañana” que han organizado la Misión del Observador permanente de la Santa Sede ante dicha Organización y la Congregación para la Educación Católica. El Foro ha tenido por objeto celebrar el LXX aniversario de la fundación de la UNESCO, el L aniversario de la Declaración conciliar Gravissimum educationis, documento fundamental para la educación católica, y el XXV aniversario de la Constitución apostólica Ex corde Ecclesiae del Papa San JUAN PABLO II, texto de referencia, como hemos analizado, para las universidades católicas. Véase el texto en: http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2015/06/03/0424/00930.html
[17] La creación de esta institución se efectuó por parte del S. P. BENEDICTO XVI en el Quirógrafo del 19 de septiembre de 2007, y él mismo hizo la designación del primer Consejo directivo el 29 de octubre de 2009, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/24576.php?index=24576&po_date=29.10.2009&lang=sp así como también la ampliación del número de sus miembros en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/24870.php?index=24870&po_date=23.12.2009&lang=sp.
[18] Como el asunto lo requiere, es necesario mirar, en particular, las normas relativas a las Facultades eclesiásticas de Teología. No es la práctica generalizada, pero suele presentarse que en las Universidades y Facultades Eclesiásticas existen diferentes Departamentos dedicados a los “distintos campos de las disciplinas sagradas” (Sapientia Christiana, Proemio III),  a las “Áreas o Sectores” de la “fe y moral” así como de otros específicamente teológicos (Sapientia Christiana, Parte Segunda “Normas especiales”, “Título I Facultad de Sagrada Teología”, art. 51);  de la misma manera, se encuentran “Áreas o Sectores” sobre los que pueden versar “estudios eclesiásticos, además del teológico” (Sapientia Christiana, Parte Segunda “Normas especiales”, “Título IV “Otras Facultades”, art. 64).
Sobre este aspecto es digna de especial atención la consideración siguiente: “Este capítulo de la investigación puede resultar en instrumento útil al momento de identificar qué ha recibido el país de sus conductores espirituales en materia cristológica, en ámbitos de la moral social e individual… La abundancia de obras en una determinada materia teológica, o la escasez en otra, pueden resultar un indicativo precioso al momento de explicarse la fisonomía espiritual y social de la nación colombiana… Más de una obra puede estar clasificada bajo una materia que otros clasificarían bajo otra. Con ello no hago sino pagar tributo a las razones de la subjetividad que, cuando se trata de ciencias humanas y no de ciencias exactas naturales, deben tener un margen de reconocimiento, para despecho de toda pretensión de objetividad empirista”: Gilberto DUQUE MEJÍA: Cinco siglos de producción teológica en Colombia CEJA Bogotá 2001 1ª 88 (capítulo 4).
[19] Tomo el siguiente texto de la carta enviada por el suscrito al R. P. Víctor Martínez M., S. J., de fecha 26 de noviembre de 2006. No necesariamente habrían de crearse desde el principio todas sus especializaciones y subespecializaciones, ni quizás todas ellas sean prioritarias: las que están en cursiva se encuentran actualmente en los programas de la Carrera y de la Licenciatura en Teología, en el de la Maestría y (en algunos cursos) del SFT. Esta propuesta ha sido actualizada.
[20] Se trata de relacionar la Teología especialmente con las Ciencias Sociales relacionadas con la cultura, la economía y la política, y con la Filosofía (ética).
[21] En los últimos años se ha adelantado una redefinición del Servicio de Formación Teológica, del Departamento (actualmente - 2017 - denominado Centro de Formación Teológica, acumulando antiguas y nuevas funciones) y de la misma Facultad de Teología, que ha suscitado debates muy interesantes, tanto desde el plano teórico como desde el práctico, que sería inoportuno reproducir en este lugar, pero que, sin duda, urgen un mayor compartir de experiencias entre diversas Universidades. Véase el Apéndice 2.
[22] Si bien podría entenderse que cuanto afirmaba el Cardenal Tarcisio BERTONE en la Homilía de la misa celebrada con ocasión del Encuentro Europeo de Docentes Universitarios, Basílica Vaticana, 23 de junio de 2007, estuviera dirigido sólo a los docentes universitarios de teología, ello no es así, y, por el contrario, en principio es válido para todos los docentes, incluso no creyentes, de las Universidades, así no sean católicas: “Queridos docentes, y, permitidme agregar, queridos colegas, es necesario que la vida del docente esté animada y sostenida por una formación espiritual desarrollada y sólida, síntesis vital de competencia científica y de conocimiento teológico, necesarias para caracterizar las líneas de investigación y para evitar la instrumentalización del saber hacia fines que son incompatibles con la propia vida moral y el bien de la sociedad. A veces los errores científicos y las consecuencias negativas de un proyecto cultural pueden ser, en cierto modo, previstos y evitados, si el docente posee y crea en su grupo de investigación una «honestidad intelectual» compartida y comprobada”. En: http://www.vatican.va/roman_curia/secretariat_state/card-bertone/2007/documents/rc_seg-st_20070623_european-univ_it.html (Traducción mía).
[22 bis] Papa FRANCISCO: Discurso en la Basílica de San Juan de Letrán con ocasión de la Apertura del Encuentro Pastoral Diocesano sobre el tema “¡No los dejemos solos! Acompañar a los padres en la educación de los hijos adolescentes" (NON LASCIAMOLI SOLI! ACCOMPAGNARE I GENITORI NELL’EDUCAZIONE DEI FIGLI ADOLESCENTI”), del 19 de junio de 2017, en: http://w2.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2017/june/documents/papa-francesco_20170619_convegno-ecclesiale-diocesano.html

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