Capítulo II

Un Modelo hermenéutico para la Teología del Derecho canónico








La Teología del Derecho canónico, para cumplir su tarea en el ámbito de los saberes y su misión en la vida de la Iglesia, debe hacer cada vez más un ejercicio de constatación y autocrítica de sus presupuestos y de sus contenidos, pero también de sus maneras metódicas de proceder. Con renovado interés trataré de explorar aquí, en un primer momento, dos principales de ellos: las relativas a la interdisciplinariedad y a la cristología. En un segundo momento, expondré las grandes líneas de nuestra propuesta teórica de implementación de un “modelo para la Teología del Derecho canónico” en sus cuatro pasos: cristológico, antropológico, moral, canónico, haciendo explícitas las razones que nos llevaron a producirla como un intento de aporte a resolver algunas de las problemáticas mencionadas previamente.


I.             Planteamiento de la tesis

1.    Génesis del problema

a. ¿Cómo entender y cómo explicar hoy el Derecho canónico[1]?  Nuestra hipótesis de trabajo

1. El Derecho canónico, entre otras relaciones que establece con diversas áreas de la teología, destaca también por ser un quehacer pastoral[2], por cuanto la finalidad del estudio y cultivo de todas las disciplinas teológicas es “mostrar la excelencia de la vocación de los fieles en Cristo” y contribuir con eficacia a que se evidencie “su obligación de producir frutos de caridad para la vida del mundo”[3].

En estas indicaciones, puede decirse, se resume aquel espíritu nuevo al que he hecho referencia. De otra parte, ha de observarse bien que estas indicaciones no se referían ni afectaban solamente a los contenidos canónicos, sino también al método[4] mismo que podía producir tal renovación. En cierto modo, ellas hacían explícitas las condiciones “católicas” del método[5].

2. Siguiendo adelante, quiero indicar que la invitación a la renovación del Derecho canónico no se soporta sólo en las indicaciones conciliares. El Papa JUAN PABLO II, quien a lo largo de su Pontificado fue un dialogante incansable con el mundo de hoy, particularmente con la filosofía y con las ciencias a las que exaltó en toda ocasión que le fue posible, aportó nuevas inquietudes; e inclusive, a propósito de sus encuentros con las mujeres y hombres que se ocupan de las disciplinas sociales y humanas, en particular con las que estudian la cultura y la economía – como ya he mostrado en el capítulo anterior – dejó ver las dificultades originadas en aquellas que él consideraba a veces, inadecuadas o “reductoras” concepciones o pre concepciones acerca del ser humano, así, en este aspecto, pretendieran posar de “neutrales”.

Lo mismo ha hecho en relación con la psicología, de la que se esperan tan excelentes aportes. En este caso, también señalaba él cómo existen “algunas corrientes de las ciencias psicológicas de la actualidad, que operan a partir de visiones antropológicas inconciliables con los elementos esenciales de la antropología cristiana”. Lo dijo en su Alocución a los miembros del Tribunal Apostólico de la Rota Romana[6], máximo Tribunal que le colabora sobre todo en los procesos de nulidad de los matrimonios. En esa ocasión que refiero, se notaba la preocupación del Santo Padre a fin de que se mantuviera una triple sensibilidad al considerar la realidad, tarea que corresponde a todos en la Iglesia: la fidelidad al Evangelio y a la Tradición[i]; la indispensable toma de conciencia de las problemáticas nuevas que constantemente se le presentan a la Iglesia; y, finalmente, la imperiosa necesidad de conocer más profundamente “la realidad auténtica del hombre” a la luz plena de la Revelación. En otras palabras, había que ser fieles a la Revelación y al hombre, para estar en capacidad de responder adecuadamente a los retos que el mundo, en su desarrollo, continuamente presenta a los cristianos y a todos los seres humanos. Cuando se toman decisiones que alcanzan a la humanidad presente y futura, se trata, pues, de tener en cuenta una apropiada “antropología cristiana”[7], como bien la denominaba el Papa, fruto de un diálogo honesto con la cultura y de una intensificación en el estudio de la naturaleza humana, pero también de una profundización en el dato revelado[ii].

Más directamente referido al campo de las Ciencias Básicas y Médicas que nos atañe, el Papa BENEDICTO XVI lo ha reiterado en ocasión más reciente:

“Al mismo tiempo que las ciencias exactas, naturales y humanas han logrado prodigiosos avances en el conocimiento del hombre y de su universo, es grande la tentación de querer circunscribir totalmente la identidad del ser humano y de encerrarlo en el saber que se puede tener acerca de él. Para no implicarse en esta forma de proceder, es necesario reconocer el derecho a la investigación antropológica, filosófica y teológica, que permite hacer que aparezca y se mantenga en el hombre su misterio propio, porque ninguna ciencia puede decir qué es el hombre, de dónde viene, y a dónde va. La ciencia del hombre se convierte entonces en la más necesaria de todas las ciencias. Era lo que expresaba Juan Pablo II en la encíclica FER: «Un gran reto que tenemos al final de este milenio es el de saber realizar el paso, tan necesario como urgente, del fenómeno al fundamento. No es posible detenerse en la sola experiencia; incluso cuando ésta expresa y pone de manifiesto la interioridad del hombre y su espiritualidad, es necesario que la reflexión especulativa llegue hasta su naturaleza espiritual y el fundamento en que se apoya» (n. 83b). El hombre está siempre más allá de lo que ve de sí mismo o de lo que percibe por experiencia. Ser negligentes frente al cuestionamiento del ser del hombre conduce inevitablemente a rehusarse investigar la verdad objetiva sobre el ser en su integralidad y, a partir de este hecho, a no ser ya capaces de reconocer el fundamento sobre el que reposa la dignidad del hombre, de todo hombre, desde su período embrionario hasta su muerte natural”[8].

Esta tarea no es exclusiva, pues, de la teología[9]. Todas las áreas del conocimiento humano, cada una desde su propio ángulo de visión, es capaz, ciertamente, de continuar profundizando en el ser humano y, de esta manera, participar en las posibilidades del diálogo interdisciplinario. Más aún, en las condiciones actuales del desarrollo del pensamiento, un grave riesgo de automutilación y de estancamiento proviene de la denominada “autorreferencialidad” del pensamiento, de los hallazgos científicos. Y de ello no se escaparía ni la propia teología. El Papa FRANCISCO ha hecho de este uno de los temas más recurrentes de su magisterio. Decía él, por ejemplo, con ocasión de su ecuentro con el Movimiento Comunión y Liberación:

“’Salir’ significa también rechazar la autorreferencialidad, en todas sus formas; significa saber escuchar a quien no es como nosotros, aprendiendo de todos, con humildad sincera. Cuando somos esclavos de la autorreferencialidad terminamos por cultivar una ‘espiritualidad de etiqueta’: ‘Yo soy CL’. Esta es la etiqueta. Y luego caemos en las mil trampas que nos ofrece la complacencia autorreferencial, aquel mirarse al espejo que nos lleva a derorientarnos y a transformarnos en meraos empresarios de una ONG”[10]

Más adelante volveré más en detalle sobre la interdisciplinariedad, sobre sus exigencias mínimas y límites; pero señalo desde ahora que se trata de un componente fundamental en nuestra propuesta del Modelo hermenéutico.

En efecto, mientras estos procesos ya se comenzaban a dar al interior de las disciplinas, y entre ellas, algo similar ocurrió durante el proceso de reforma que conducía hacia el Código actualmente vigente. El deseo de muchos hoy consiste en que con este mismo espíritu se siga trabajando y ojalá con mayor intensidad, de una manera más cualificada y más técnica, si fuera posible, cuando se estudia y cuando se aplica el Derecho canónico. Porque todas estas indicaciones sobre el nuevo espíritu interpretativo con que se han de estudiar y de aplicar los cánones son de estricto carácter teológico; y, aunque, por supuesto, son elaboradas, pensadas, practicadas, en la Iglesia y por parte de ella, poseen una especificidad tal, que requieren su estudio propio, teológico también él, pero que viene a caracterizar toda una línea propia de profundización, precisamente la de la Teología del Derecho canónico.

En relación con el método de esta teología, también, como he dicho, las reflexiones anteriores son válidas. En el capítulo precedente indicaba las propuestas elaboradas por los Padres Ghirlanda y Longhitano, que marcan unos temas y unas características, todavía globales, referidas al método de proceder en Teología del Derecho canónico[11]. Con todo, para el caso específico de aquellos cánones que hacen relación con la positivización eclesial de normas morales, a la que puntualmente pretendo responder con esta investigación, considero que la nuestra sigue siendo una propuesta original. 

3. Dentro de esta perspectiva, nuestro trabajo mirará particularmente a la interrelación con las ciencias básicas y de la salud, hasta donde me sea posible hacerlo, dado el interés personal que poseo de trabajar en este contexto y a causa de las particulares necesidades apremiantes del momento.

4. Así, pues, como he advertido, la nueva implementación de nuestra propuesta pretende ser original, trabajada en medio de las coordenadas ya citadas y tratando de responder a nuevos retos que imponen los avances de la teología y de la canonística. En efecto, al tomar el Código de Derecho Canónico para la Iglesia Latina en su conjunto, o algunos de sus cánones en particular – insisto –, puede alguien preguntarse: ¿qué relación tiene un determinado texto canónico – y su puesta en  práctica – con la fe cristiana[12], con los dogmas que la confiesan? Ha de tenerse en cuenta, sin embargo, que el propósito último de esta investigación consiste en hacer evidente y de manera coherente la teología implícita en el Derecho canónico – y no solamente su teología moral, aunque ella ocupe un lugar eminente –, su interrelación y profundidad, a propósito de algunos de sus cánones, como un nuevo aporte y avance en la Teología del Derecho canónico, en lo que concierne a la inteligibilidad y a la comprensión del mismo, y de la Iglesia[13].

El problema que he planteado se presenta de forma muy particular, e inclusive crítica, aunque no exclusiva, en el momento del proceso que se denomina “de juridificación axiológica[14] al interior de la Iglesia, cuando en ella, en ejercicio de su potestad legislativa[15], la respectiva autoridad, para este caso el Papa para toda la Iglesia, pretende traducir “al lenguaje canónico” unos determinados valores presentes en un momento determinado de la historia y de la vida de la Iglesia[16], es decir, dotarlos de una validez propiamente jurídica – “jurídica” en el sentido que ya he explicado –, de modo que se garantice la experiencia de dichos valores por parte de los miembros de la comunidad cristiana. Al hacer así, propone esos valores a la libertad del hombre y la mujer cristianos, quienes han de discernirlos y contrastarlos con otros “contravalores” presentes y operantes hic et nunc, y ponerlos en práctica.

Pero no exclusivamente entonces. Porque al momento de explicar los cánones a los fieles, y especialmente a los futuros canonistas, o en el momento en que cualquiera en la comunidad eclesial quisiera comprender, renovar o profundizar en las motivaciones de los cánones al ejercitarlos, es legítimo que se pregunten: ¿Cuáles son las raíces racionales-sapienciales-teológicas del Derecho canónico? ¿Cuáles son, en últimas, las razones creyentes que motivaron a la Autoridad y que ahora me motivan a practicar los cánones? ¿No es la normativa expresada en estos cánones un paradigma para aplicar a mi vida? ¿No me indican los cánones cómo se efectúa el seguimiento de Cristo en las condiciones de hoy? Existen algunas objeciones que merecen ser evidenciadas y, al menos, intentar responder:

Más allá de las críticas y de los movimientos contestatarios que a lo largo de la historia de la Iglesia se han suscitado en relación a ella (a su unidad, santidad, catolicidad, apostolicidad) - llegando, como sabemos, a los extremos del cisma (a su propia concepción de Iglesia), y recordando que la propia norma canónica (que hacía visibles y defendía tales notas características[16 bis]) fue considerada en algún momento razón del mismo - no podemos menos que preguntarnos si acaso no existe un “salto” entre Jesús, Señor y Salvador de la Iglesia, y el creyente de hoy (el regido por el Código de 1983). Concedemos que, en cierto sentido, se trata de un "salto" grande, del cual no se logra salir airoso (razonablemente, pero, sobre todo, bajo la acción del Espíritu del Resucitado) sin la mediación y la existencia explícita de un “puente adecuado” que una los dos términos personales de la relación: Jesucristo, en quien cree, y el creyente mismo. Conceptúo que se trata de un "puente adecuado", que no sólo se haga en "fidelidad al Evangelio y a la Tradición" sino que él mismo haga explícita y, al mismo tiempo razonable, esta fidelidad. Más aún, sólo desde el interior de esta fidelidad la comunidad eclesial se muestra como capaz y original, inclusive en su norma canónica (en la globalidad y en la particularidad de la misma), para (de-) mostrar que ni una ni otra se “interponen”, como si fuera algo meramente “externo” a ellos – a Cristo, al creyente y a la relación existente entre ellos -. Se trata de reivindicar y de saber fundamentar, pues, la índole "cristológica" de la juridicidad en la Iglesia y del Código canónico en su particularidad.


Más ampliamente aún, la tradición misma eclesial en su conjunto – tan legítima y necesaria en el orden de la Revelación[17] (es decir, resumidamente, de los elementos sustanciales del kerygma, del símbolo de la fe, de los dogmas) – en la que se inserta la norma canónica tampoco se la considera, algunas veces, suficientemente iluminadora. Algunos dicen que simplemente “la Biblia hay que interpretarla al pie de la letra”, o bien, que “en ella se encuentran las respuestas para todo” – quizás no estoy exagerando –.  Otros señalan, por el contrario, p. ej., que Jesús, en su vida mortal, vivió hace poco más de dos mil años, cuando las condiciones de vida, en muchísimos aspectos, eran bien diferentes de las nuestras (tal sería el caso de las universidades, o del vasto campo de las ciencias biológicas y médicas con sus logros, etc.[18]): ¿qué dijo Jesús al respecto? Otros más observan que los textos evangélicos mismos no hacen unas elaboraciones de sus temas al estilo de las actuales de las investigaciones sociales o técnicas, porque no son manuales o libros de texto..., por lo que, irremediablemente están anticuados[19]. Y, en medio de esos desafíos, el fiel cristiano debe optar, debe tomar decisiones importantes, urgentes, frente a problemas igualmente cruciales. El Magisterio mismo eclesial, así como los teólogos, debe encontrar las mejores y valederas, las más auténticas y las más profundas razones para orientar y tutelar el comportamiento, especial, aunque no únicamente, de los cristianos, en medio de un mundo no sólo secular sino cada vez más secularizado[20]; y hacerlo en el cauce mismo de la Revelación.

b. La ejemplificación de nuestra hipótesis mediante la selección de unos cánones

5. Por eso, para ejemplificar nuestra hipótesis – ¿tienen algo qué ver las normas canónicas con la fe en Jesucristo y con la puesta en práctica de los principios evangélicos en la actividad (profesional y de cualquier otra índole) del fiel cristiano hoy en día? – he escogido cuatro cánones que considero íntimamente ligados y oportunos, teniendo en cuenta cuanto he dicho en el capítulo anterior: se trata de los cc. 748 § 1; 809;  811 § 2 y 820  del libro III del CIC . Son éstos, cánones que se relacionan con la actitud del ser humano frente a la verdad, con la interdisciplinariedad entre la teología y las ciencias, y con las maneras de proceder en uno y otro casos, especialmente en el ámbito de las Universidades católicas y su facultad de teología, donde exista. Un primero y global acercamiento nos muestra lo siguiente:
  • § c. 748 § 1: “Todos los hombres están obligados a buscar la verdad en aquello que se refiere a Dios y a su Iglesia y, una vez conocida, tienen, por ley divina, el deber y el derecho de abrazarla y observarla”[21].
  • § c. 809: “Cuiden las Conferencias episcopales de que, si es posible y conveniente, haya universidades o al menos facultades adecuadamente distribuidas en su territorio, en las que, con respeto de su autonomía científica, se investiguen y enseñen las distintas disciplinas de acuerdo con la doctrina católica”[22].
  • § c. 811 § 2: “En las Universidades católicas ha de haber clases en las que se traten sobre todo las cuestiones teológicas que están en conexión con las materias propias de sus facultades”[23].
  • c. 820: “Procuren los Moderadores y profesores de las universidades y facultades eclesiásticas que las diversas facultades de la universidad colaboren mutuamente, en cuanto la materia lo permita, y que esa colaboración se dé también entre la propia universidad o facultad y las demás universidades o facultades, incluso no eclesiásticas, de forma que el trabajo en común contribuya al mejor progreso de las ciencias mediante congresos, programas de investigación coordinados y otros medios”[24].
Esta investigación, por lo tanto, tiene el propósito explícito e intencional de contribuir a hacer evidente la densidad cristológica - es decir, la teología en su totalidad y en su conjunto - y mejor aún la cristología implícita o subyacente – como el estrato básico y original – al Código, del que se afirma (condición que se espera que se confirme también por este título) es uno de los “lugares teológicos”[24 bis]. Se pretende, en consecuencia, proponer un método que permita relacionar adecuadamente la fe cristiana con el derecho canónico, método al que denomino técnicamente “Modelo de mediación hermenéutica entre cristología y derecho canónico” o simplemente “Modelo hermenéutico de relación entre cristología y derecho canónico” (MHC®DC), y que describiré y fundamentaré un poco más adelante.

Por modelo entenderé aquí sencillamente aquel “esquema teórico de un sistema o de una realidad compleja, que se elabora para facilitar su comprensión y el estudio de su comportamiento”[25].

En relación con el calificativo hermenéutico[26], que lo especifica y caracteriza, asumiré que se trata de un proceso típicamente humano en el que una persona – e, incluso, una colectividad – se interpreta a sí misma, su historia y su mundo. En nuestra época, sin embargo, dicho proceso ha alcanzado unas dimensiones nuevas en razón del denominado “círculo hermenéutico” que cuestiona radicalmente la “objetividad pura” por cuanto el ser concreto que somos no logra someter del todo el contexto histórico y cultural que nos rodea a uno y otro, es decir, al sujeto que conoce y al objeto conocido en su relación. Al estudio de esta relación se dedica, precisamente, la hermenéutica[iii].

2.    Retos que lanzan diversas regiones de la investigación teológica y canónica actual.

a.    Problemas conexos con la exégesis canónica

Como he dicho, el problema del método, y más aún, del método hermenéutico en el estudio del Derecho canónico y de la teología del mismo no ha sido muy examinado aún hasta el día de hoy[27]. Ha sido una toma de conciencia relativamente reciente. En efecto, se ha recibido desde el Código pío-benedictino y se implementa aún hoy en día una exégesis[28] de los cánones sustentada en convicciones doctrinales más que metodológicas[29]. Cuando este tipo de exégesis se adopta como “la” metodología canónica, se corre el riesgo de elevar la ley canónica a la condición de digna de culto, a ser parangonada con la ley estatal – al estilo de la escuela del positivismo jurídico –, a que siempre haya que buscar la intención del legislador y los principios superiores – racionales – del derecho, y a un dogmatismo autoritativo, los cuales, en la práctica, implican una interpretación literal de la norma, lejana muchísimas veces al conjunto de la fe y de la vida cristiana – elementos considerados meramente “meta-jurídicos” y, en consecuencia, para algunos, irrelevantes por ajenos al campo jurídico propiamente  tal –. Se ha llegado así a plantear, por parte de algunos, la conveniencia, la necesidad inclusive, de circunscribirla, de marginarla, de sentirla extraña al seguimiento de Cristo y a la “lógica” del misterio de salvación (cf. supra, cap. 1°, pp. 24-26 y 76; insuficiente, considero, como se verá, la posición “neutral-formalista”, infra, p. 107ss; y en contraposición, inclusive por contradicción y no por mera contrariedad, verdaderas visiones reductivas como las posiciones interesadas o “ideológicas” ya denunciadas, supra, pp. 45, 56, 72).

Así mismo, la llamada “escuela del derecho natural”, por otra parte, influyó notablemente en que se interpretaran algunas de las normas del Derecho canónico en forma fijista, en razón de las concepciones greco-romanas del derecho en las que, en buena parte, se formó. Las normas estaban. Unas normas que vinculaban a todos los hombres. Simplemente había que aplicarlas con justicia. Pero la fe terminaba siendo irrelevante, precisamente para los cristianos. No les aportaba nada nuevo, y tal pareciera que su “vocación en Cristo” nada tenía que ver con su “inteligencia canónica”, cuando debería ser todo lo contrario: que si bien es cierto que la fe y la razón son, cada una a su manera, autónomas, sin embargo, en el ámbito de la analogía de la fe, así como en el de la analogía del ser[30], están referidas una a otra. Aquí viene a intervenir otro factor clave y típico de la Revelación: la experiencia del “memorial” (cf. más adelante, p. 128) – clave, como sabemos, en la historia de la salvación, y ello se deberá constatar a lo largo del texto – aportará aquellos eventuales pero necesarios correctivos que pudieran llevarnos a hacer que nuestra investigación se quedara sólo en un nivel, teórico o práctico, pero que eludiera la vivencia y experiencia misma eclesial, es decir, aquella praxis que ejercitaron, sin renegar de la racionalidad, Israel primero – en la magnífica figura de Moisés, p. ej. –, Jesús después – modelo máximo de ejercitador de esta praxis – y la Iglesia de ayer y de ahora, de modo que aquella praxis se traduzca en las normas canónicas que rijan al pueblo de Dios. (Véase, como ejemplo paradigmático de este criterio y de esta “lógica” centrada en la “vida eterna”, puestos en práctica, la liturgia correspondiente al jueves de la cuarta semana de cuaresma, especialmente los textos bíblicos, Ex 34,7-14 y Jn 5,31-47). Se trata de encontrar y de profundizar, aún más, en aquellos principios y valores que sirvan de garantía indefectible a los derechos “humanos” proporcionándoles aquella base sólida que, en medio de los ires y venires de la opinión pública y de la manipulación gubernamental que se suele ejercer, no puede proporcionar un frágil positivismo jurídico.

Algo similar había ocurrido en el campo de la teología moral. Al decir de los expertos, ella “tenía, además, un marcado acento jurídico y casuístico debido en parte a la influencia de San Alfonso María de Ligorio, cuya concepción ética estaba inspirada en su profesión jurídica”[31].

b. Las cuestiones relativas a la “teología del Derecho canónico”

6. Surge entonces[32] la problemática de la teología misma del derecho canónico. El Papa PABLO VI durante su pontificado hizo explícitos en varias ocasiones, y señaló luego a la comisión encargada de preparar la revisión del primer Código, algunos criterios teológicos y técnicos[33]; y fue el Papa JUAN PABLO II quien, al resumir el trabajo realizado por dicha comisión, al término de sus labores, escribió: “[...] este nuevo Código podría entenderse como un gran esfuerzo por traducir a lenguaje canónico esta doctrina misma, es decir, la eclesiología conciliar”[34].

Podría decirse que las propuestas de Teología del Derecho canónico hasta ahora han tomado temas generales en los que se relacionan “teología” y “derecho canónico”[35]. Sin embargo, reitero, con el riesgo de equivocarme, que en las publicaciones especializadas[36], poco se ha tratado de presentar una relación metodológica entre un misterio de la fe y una o varias normas positivas del Código canónico, y, más específicamente, entre la Cristología y el Derecho canónico, cuando la normativa canónica expresa una norma moral.

Más aún, en la opinión del P. Paolo GHERRI, quien cita, a su vez, al profesor G. DALLA TORRE[37], sucede todo lo contrario:

“el Código pío-benedictino señalaría el punto de máxima separación entre derecho y teología, entre derecho y moral, expresaría un singular y desatendido proceso de ‘secularización’ del derecho de la Iglesia que, contra toda intención, lo habría acercado a la, sin embargo, sospechosa cultura de la ‘modernidad’”. [38]

Advierto lo anterior, y lo puntualizo, porque, como se ha examinado ya, considerado globalmente el Código, sin duda se suelen evidenciar, en relación primera y directa con la Iglesia, sus presupuestos generales cristológicos[39]. Y eso es así. En efecto, muchos cánones no se pueden interpretar sino en directo y en forma inmediata, es decir, aquellos que proponen como doctrina canónica la doctrina misma de la fe de la Iglesia, que se soporta, a su vez, en uno o varios textos evangélicos, o sencillamente los transcribe (cf. DV 6).

Pero se ha de observar al momento de la interpretación de los cánones que no todos ellos se pueden catalogar como “normatización” (es decir, conversión en norma) o “positivización” de un “derecho divino”. En efecto, los tratadistas del asunto, como el P. Teodoro Ignacio JIMÉNEZ URRESTI[40], lo advierten como una forma fácil de “exorbitar” el polisilogismo típico de la lógica normativa. Por eso, señalan que hay que distinguir, al menos, 8 grados concéntricos, que nos aproximan al “derecho divino”, como fuente primordial y primera del Código canónico. Pueden ser representados mediante el siguiente esquema:


Ocho círculos concéntricos: en el centro, Jesucristo


Esquema 3


En palabras del Padre Jiménez Urresti, se trata en realidad de una “escala de calificaciones de iure divino o ex institutione divina” que explica el “principio de autoría de una norma” canónica. Corresponden, pues, en la ilustración, a los siguientes estratos, considerados del centro hacia fuera:

“Primer grado: el de lo hecho por acto de institución inmediata y directa de Cristo mismo: “A Iesu Christo institutum”, “a Christo Domino nostro institutum”, “immediate directaque... delatum fuisse”.
“Segundo grado: el de lo positivizado por la Iglesia sobre la institución divina originaria por un paso lógico normativo inmediato, mediante un argumento desde algo que instituyó Cristo en el grado primero, cuya conclusión será una norma “divino praecepto”, “divino mandato”, “ex institutione Christi seu iure divino”.
“Tercer grado: más distante de lo originario, por pasar por más de un silogismo, es ya la norma de lo que es “secundum institutionem Christi” o “según el ius divinum” o “según la voluntad de Cristo”.
“Cuarto grado: importantes y diversas decisiones o instituciones de la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, se han dicho “ex ordinatione divina” y otras “divina Providentia”. Se dicen así, sin duda, por su origen histórico de decisión eclesial, sugerida por exigencia práctica histórica necesaria de lógica normativa, para el desenvolvimiento histórico societario o social de la Iglesia”.
“Quinto grado: la afirmación de que algo no es prescrito por norma divina inmediata, pero en relación con ésta, ha sido establecido por la Iglesia, no es ajeno a lo querido o instituido por Cristo: “Non est alienum ab institutione et mandato Christi”.
“Sexto grado: la afirmación de que la Iglesia al haber instituido o instituir algo, “no erró ni yerra”.
“Séptimo grado: la afirmación de que algo establecido por la Iglesia no es “contra institutionem Christi”.
 “Octavo y último grado: el extremo de que algo que posee la Iglesia no es “superstitio tiránica ab ethnicorum superstitione profecta”, o “irritabula impietatis”.

Esta escala de “calificaciones”, como él la llama, varía, pues, desde lo que se ha de considerar “de iure divino” o “ex institutione divina”, hasta llegar a la de indiferente ante su positivización: “conforme al ius originario”, “secundum ius divinum”, “secundum voluntatem Christi”; o, en forma negativa, “no contrario a él”, “non contra voluntatem Dei vel Christi”.

Así, pues, cuando el Código señala en el caso de una norma, como por ejemplo, en la segunda parte del c. 222 § 2[41] y en él se recuerda que existe un “precepto del Señor” en relación con que “el fiel cristiano debe compartir de sus propios bienes con los pobres”, de inmediato, el enlace se establece: ¿cuándo esto lo dijo y lo ordenó el Señor? Pero, en el mismo parágrafo del c., primera parte, se establece que “están obligados los fieles cristianos a promover la justicia social”; entonces también se suscita la misma pregunta: ¿Cuándo Jesús habló de una justicia social que hubieran de promover sus discípulos? Tanto más cuanto que, en la codificación canónica, se trata de un canon nuevo, original – si bien en el anterior ya existían unas normas relativas al uso de los bienes, sobre todo eclesiásticos, siguiendo las normas de la Encíclica Rerum Novarum del Papa LEÓN XIII –.

Se evidencia, pues, que es del todo necesario emprender esta tarea, es decir, saber relacionar no sólo las normas morales, sino las reglas jurídicas canónicas que expresan esas normas morales, con Jesucristo, desentrañar su característica específicamente “teológica”. Más aún, es necesario que se pueda observar a lo largo de un proceso metodológicamente exigente y coherente[42] - según la lógica propia del Modelo hermenéutico – la transición que pueda existir entre una verdad de la fe (dogma, cf. DV 6) y dicha norma canónica, como ejercicio de teología práctica. En los párrafos siguientes consideraré los elementos que componen nuestra manera de proceder, y mostraré sus articulaciones, fundamentos y condiciones o criterios operativos. Obviamente, el empleo de la Sagrada Escritura y de la tradición eclesial será fundamental, principal e imprescindible en este ejercicio. Lo haré resaltando especialmente su carácter “narrativo”.

3.    El ejercicio interdisciplinario, característica del Modelo que propongo

A pesar de las posiciones divergentes en torno a ella, se habla hoy muchísimo acerca de la necesidad de la interdisciplinariedad (y sus variantes). Vuelvo sobre el ejercicio de la misma, ya que es característica del Modelo hermenéutico que propongo. La considero simultáneamente desde la perspectiva de ser tarea y método para evitar una súper-especialización fragmentada e inconexa del conocimiento[iv], pero también como posibilidad para penetrar más profundamente en los problemas humanos y de otra índole – para comprenderlos en su complejidad y en la interacción de sus componentes –. Por eso se destaca como constitutivo y propósito clave dentro del proceso que desarrolla el Modelo hermenéutico para relacionar cristología y derecho canónico (MHCDC).

La coherencia y solidez de los conocimientos de una disciplina o de un conjunto de ellas no agotan todo el ámbito de la realidad. Aunque sabida, no deja de ser ésta, una de esas condiciones que se extraña, que se aspira, que casi se idealiza. Pero ponerla en práctica, muy poco se lo intenta, ni se les proporciona debidamente hacerlo a los investigadores. No es suficiente que se tome conciencia de sus ventajas y posibilidades: se exige que cada una de las disciplinas, efectivamente, demuestre su compromiso por la interdisciplinariedad manifestando la relevancia histórica del conocimiento adquirido y creando un entorno propicio para una posterior integración o para un intercambio orgánico.

La experiencia de “hacer interdisciplinariedad” que he podido acumular por mi participación en nuestra Facultad de Teología[43], se ha exigido y convertido en una prioridad por cuanto existen diversos problemas que requieren que los teólogos sean, al mismo tiempo, especialistas también en los correspondientes científicos, no sea que afirmaciones doctrinales que se consideran hoy en día verdaderas, con el tiempo resultaran evidentemente falsas desde el punto de vista de las ciencias; o, al menos, que los teólogos se impongan a sí mismos un sincero y fluido diálogo con los científicos. En uno y otro caso, la gloria de Dios reside en lo que se llegue a lograr como fruto de ese diálogo. En terrenos de las ciencias desconocidos para el teólogo, el peligro de pontificar es un verdadero prejuicio de infalibilidad personal. Pero también es cierto, que en la ciencia también se dogmatiza en no pocas ocasiones[44]. Por eso, de lado y lado de los dialogantes, además de la sinceridad y de la fluidez, hay que mantener la humildad de los saberes, la conciencia de la propia limitación. Ya San Ignacio DE LOYOLA lo había advertido con respecto a sus Ejercicios, pero se trata de una máxima y directiva que bien se debería recordar para el campo fecundo de la interdisciplinariedad:

“Para que así el que da los exercicios espirituales como el que los recibe, más se ayuden y se aprovechen: se ha de presuponer, que todo buen christiano ha de ser más promto a salvar la proposición del próximo que a condenarla; y si no la puede salvar, inquira cómo la entiende; y si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios para que, bien entendiéndola, se salve”[45].

Puedo visualizar la propuesta mediante la siguiente gráfica:





A: Disciplina
B: Teología

               En amarillo, área común

Esquema 4


En nuestro tiempo, Jürgen HABERMAS[46] también lo ha manifestado con su propuesta de la “ética discursiva” y de la “acción comunicativa”, cuando señala que, especialmente en los problemas en los que la ética debe ser uno de los factores a considerar, se puede aspirar a elaborar unas normas, consensuadas y razonables, a partir del momento en que el diálogo sea sincero y franco. Cuando las personas que hacen ciencia y/o que toman decisiones políticas, por ejemplo, se comunican, confían, de alguna manera, explícita o implícita, que en “el juego” existen los supuestos y unas normas previas que se aceptan recíprocamente. Tales son, v. gr., que cuando alguno intervenga, se supone que puede ser comprendido por sus interlocutores; que cuando algo se diga, se suponga que eso es verdad; que quien expone sus ideas es sincero con los colegas y se las manifiesta en forma respetuosa[47].

De manera más resumida, y refiriéndose al diálogo de la Iglesia – ad intra y ad extra –, lo había expresado por la época conciliar, el Papa PABLO VI, cuando puso en evidencia los fundamentos teológicos del “diálogo” – hoy “diálogo interdisciplinar” – “con todos, creyentes y no-creyentes”: “verdad en el contenido, caridad en la forma”[v].

Manuel TREVIJANO insiste de múltiples maneras sobre la conveniencia, más aún, en la necesidad de que el teólogo – “en grupo y en grupo de grupos” – persevere en esa mentalidad dialogal y abierta para proponer y para mantener la comunicación con los diversos ámbitos de las ciencias de la naturaleza:

“[...] si no se pueden exponer las ideas, sobre todo en un momento de ‘revolución científica’ (en el sentido kuhniano), será imposible enfocar y mucho más resolver los problemas que cotidianamente tienen que surgir entre una ciencia que evoluciona sin más trabas que la confirmación experimental y una teología que sigue apoyándose en una metafísica que se sostiene sobre una física griega o medieval, hoy totalmente obsoleta. Para ese diálogo hacen falta científicos honrados y teólogos que sepan comprender y valorar los conocimientos actuales en cada rama científica [...]”[48].

Pero también para el caso de los problemas actuales del ámbito bioético su sugerencia todavía es más inspiradora y demanda una colaboración y una disponibilidad por parte de los creyentes que deberían ser inmediatas y generosas:

“[...] un grupo de los problemas éticos más importantes con que se tiene que enfrentar la humanidad actual. Aquí sí le podemos pedir a la ciencia que nos brinde conocimientos (biológicos) que nos sirvan para esclarecer el problema, pero tampoco podemos pedirle que nos lo resuelva. No vamos a tener ninguna respuesta clara, aunque en este punto los datos son más concretos, pero la última decisión dependerá también de la ideología, o la manera de pensar, con que enfrentemos el problema. Los datos de hoy no son los de ayer; y puede que cambien en un mañana cercano. En este punto la biología, la genética y la medicina tienen mucho que decirnos”[49].
Caso similar se le presenta a la filosofía. Para ilustrar este componente baste la siguiente cita tomada del profesor Claude DEBRU, en una colaboración reciente para la UNESCO:

“La situación de la filosofía frente a las ciencias es extremadamente extraña. ¿En qué consiste esta extrañeza? Nos parece que ella es doble, y, en consecuencia, se refuerza. No existen unos planteamientos más diferentes que el reflexivo y puramente conceptual de la filosofía, de una parte, y el planteamiento experimental de las ciencias de la vida y de la medicina, de otra. Se trata de dos modos casi opuestos, extraño el uno al otro, de ejercicio de la actividad intelectual. Estos modos no tratan los mismos problemas, ni ponen en juego los mismos razonamientos o facultades, ni descansan sobre el mismo tipo de organización social, ni responden a las mismas finalidades, ni son conservados de la misma manera por la sociedad. Por tanto, y allí se encuentra la mayor extrañeza, siendo tan diferentes, son, de otra parte, muy semejantes. Un mismo objetivo, el conocimiento, los anima. Una misma fuerza, la visión del futuro, el vínculo del conocimiento y de la acción, los implica. Estas dos actividades, al mismo tiempo tan alejadas y heterogéneas como son, se comunican. Su alejamiento no es irremediable. Un cisma total sería desastroso para la evolución de nuestras sociedades. Sería mortal para una filosofía  acechada por la pérdida de sus propias fuentes, el desfase en relación con las realidades presentes, el agotamiento narcisista, una suerte de meticulosa esterilidad. De la misma manera que la interdisciplinariedad, fundada sobre una disciplinariedad fuerte, es el verdadero motor del progreso científico (la obra de Luis Pasteur es el ejemplo más claro de ello), el acercamiento de la filosofía y de la ciencia ofrece a la filosofía una renovación vital así como un punto de anclaje y de impacto real en la evolución social. Este acercamiento ofrece simétricamente a las ciencias, acechadas por un peligro tan real, el de la súper-especialización, una ocasión para mantener su creatividad conceptual y para conectar mejor sus prácticas a los interrogantes planteados por la sociedad contemporánea. Es posible constatar todos los días el gran respeto, y al mismo tiempo la exigencia real, que tienen los hombres de ciencia por la filosofía, exigencia a la cual la filosofía se ha de sentir en el deber de responder lo mejor posible, ya que, de otro modo, caería en un total descrédito.”[50]

Pero llama también la atención de qué manera coincide con este planteamiento sobre la necesidad y utilidad del diálogo de la teología con las ciencias, la reflexión que ha proseguido sobre el punto el Papa JUAN PABLO II.  Añade éste, además, que el trabajo interdisciplinar tiene enorme importancia y es de gran utilidad, y lo reclama de manera especial para las Facultades Eclesiásticas y para las Universidades católicas. Con todo, su motivación – o metodología – en cierto modo pareciera ser contraria a la de Trevijano. En efecto, el Santo Padre en su discurso a la Asamblea General de la CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, 1 de febrero de 2005, insistió en el componente “metafísico”, que considera irrenunciable para el adecuado planteamiento del diálogo interdisciplinar. Afirmaba, en efecto:

“3. Vuestra Plenaria ha dirigido su atención también a las Facultades eclesiásticas y a las Universidades católicas, que representan un rico patrimonio para la Iglesia. En la ‘gran primavera cristiana’ que Dios está preparando (cf. Encíclica Redemptoris missio, 86), ellas deben distinguirse por la calidad de la docencia y la investigación, de modo que estén en grado de dialogar a pleno título con las otras Facultades y Universidades.
Dada la rapidez del actual desarrollo científico y tecnológico, tales instituciones están llamadas a una renovación permanente, valorando ‘las conquistas de la ciencia y de la técnica en la perspectiva de la totalidad de la persona humana’ (Ex corde Ecclesiae, 7). Es seguramente útil, desde este punto de vista, el diálogo interdisciplinar. Se revela fecundo, en particular, la confrontación con ‘una filosofía de alcance auténticamente metafísico’ (Fides et ratio, 83), y con la misma teología”[51].

Debido a ciertas “predilecciones” que observo en mi entorno, me atrevo a insinuar que quizás el “metafísico” no sea un problema hoy en día relevante o prioritario para muchos estudiosos, en el campo de la filosofía, ¡pero tampoco en el de la teología!

Sin embargo, el llamado de atención del Papa invita a quienes dan prioridad a las cuestiones de tipo epistemológico y ético, a volver sobre las bases de sus propuestas para cuestionarse, al menos, la posibilidad de la pregunta metafísica sobre la que – implícitamente, inconscientemente, acaso – se soportan, al menos desde una consideración “tradicional” de la realidad. Problema que, como se vió en el capítulo anterior, es central y básico en las discusiones entre filósofos y científicos, y causa de mutuas acusaciones, pero que, cuando se trata de las discusiones éticas, entrañan, además, un fondo antropológico. Recuerdo a este propósito la experiencia del ya mencionado Jürgen Habermas[52]. Ahora bien, el problema del ser, en general y de sus propiedades trascendentales: unidad, multiplicidad, bondad, verdad, belleza, potencia y acto, deber y obrar, es un problema, el problema fundamental de la investigación filosófica aristotélico-tomista. Cuánto más para la teológica, ya que la inteligencia de la fe se realiza, en su nivel máximo, cuando se acude al más elevado grado de inteligibilidad – en una afirmación – al tratar acerca de Dios[53]. Acudir entonces a la gran Tradición cristiana se convierte en un criterio para la tradición misma del quehacer teológico una de cuyas misiones es, precisamente, enriquecerla y desarrollarla[vi].

Con todo, el diálogo interdisciplinar filosofía-ciencias y filosofía-ciencias-teología es de gran utilidad, necesidad y fecundidad también en los actuales momentos. En relación con el problema ontológico considerado en sus implicaciones cristológicas-antropológicas volveré un poco más adelante. Pero en todo esto se evidencia que ciencia y fe, Iglesia y científicos, no deberían dejar de dialogar[54].

Un aporte más a esta discusión teórica lo expresa y reclama la misma realidad. En concreto la que vive actualmente nuestra nación colombiana. A raíz del denominado “proceso de paz” (culminado con un acuerdo en noviembre de 2016), a partir de un “cese de actividades violentas” se ha llegado hoy a la “dejación de armas” por parte de un grupo “guerrillero” establecido hace unos cincuenta años, y al “cese de operativos militares” contra ellos, por parte de las Fuerzas Militares. “El conflicto” – cuyos hechos algunos no consideran como tal sino solamente como la violación simple de la ley por parte de los primeros – enfrentó – con una respuesta muchas veces violadora de derechos humanos por parte de los segundos y de otros más que se les asociaron o. a veces también, subvencionaron (en algunos casos no desligados de otras condiciones tales como la corrupción y el tráfico de armas y de drogas, entre otras), aseguran también aquéllos – a los diversos actores del Estado en su conjunto – y no sólo a los sucesivos Gobiernos y a distintos personajes y grupos de la sociedad –. A partir de dicho acuerdo se trabaja por lograr la plena “reincorporación” de los primeros en la vida no sólo “política” sino general de la sociedad. Mientras, por el otro lado, muchos son de la opinión de que con tal “proceso”, sin la rendición de “los delincuentes” y sin sus múltiples y permanentes muestras de “dolor” y de “arrepentimiento”, se vulnera no sólo “el dolor” de las víctimas sino la misma Constitución nacional y las tradiciones morales de la República, así como se mantiene, o se agrava aun más, el status quo. Mientras, otros contemplan callados, pasivamente, cuanto ocurre, unas veces para inclinarse hacia el lado de los unos, parece, y otras veces hacia el lado de los otros, cuando algunos no lo hacen ni para el lado de unos ni de los otros, sino de sí mismos y de sus propios o foráneos intereses – o desintereses –.

¿Proponer un diálogo interdisciplinar en estas complejísimas y ya prolongadas e injustas condiciones? ¿De qué sirve? ¿Cómo hacerlo? Ya tuve ocasión de afrontar la problemática al examinar el c. 222 § 2 del CIC en la tesis doctoral en Derecho canónico, como evidencié en el capítulo anterior. Conocimos sus fundamentos, implicaciones y consecuencias. La pregunta vuelve, sin embargo a ser propuesta, y una contribución adicional podría ayudar a esclarecer mejor aun la situación y la propuesta: Vicente DURÁN CASAS, S. J., nos la proporciona. Nos dice él, ante todo, que se suele acudir a las ciencias formales, inclusive a las básicas, nos conduce a una muy positiva conclusión: la importancia de llegar a una respuesta, que, por razón de los argumentos, fuera válida para todos, en razón de poser “significado y validez universal”, tras haber sido “evaluado y validado por las respectivas comunidades científicas". Por eso el dinero – señalo yo – destinado a estas investigaciones son considerados por muchos – inclusive notables académicos – dinero realmente invertido en “investigación”. Otros “estudios”, señalan los mismos, son como gastos prácticamente botados en “divertimentos”, en discusiones prolijas, sin fin, sin destino, sin conclusión, en suma, nada útiles en realidad.

Pero, volviendo al argumento, tales discusiones “se zanjan, con autoridad académica” por cuanto esta autoridad es la reconocida “propia” de su área. Las ciencias sociales, y aún más todavía las humanas – entre las que ubicaríamos sin duda a la filosofía, a la teología y al derecho canónico – permiten la coexistencia de “diversos métodos de trabajo y, por tanto, también diversidad de perspectivas y puntos de vista”. A tal grado es la apertura y es requisito la libertad del pensamiento – y aun de la imaginación – en el ejercicio de ellas, que “en una comunidad humana podría haber (un objeto) al cual aproximarse tan diversamente e inclusive contradictoriamente que ninguna de esas ciencias puede generar confianza”. Desde enfoques “positivistas”, al estilo de las ciencias matemáticas y básicas, que insisten en la necesidad de “confiar sólo en datos objetivos obtenidos desde un punto de vista neutral” hasta “enfoques hermenéuticos para los cuales más allá del dato y de la precisión del concepto lo que vale es el significado para las personas desde sus propios horizontes de interpretación interesada”. El resultado, una “dinámica” típica de los seres humanos, individual y socialmente considerados, que no pocas veces es, además, profunda y necesariamente “polémica”.

Un tercer tipo de “ciencias”, o, pensándolo aun mejor, posiblemente todas las anteriores pero asumidas desde un nivel de conciencia “nuevo”, lo representan las llamadas “ciencias emancipatorias”: ellas lo son en la medida en que cuestionan, no cierran sino que generan discusión, la provocan cuando a algunos “pareciera innecesaria” y “la enriquecen cuando se limitan a alimentar clichés, prejuicios o cegueras colectivas”. Y, como se trata de las realidades que caracterizan al cuerpo social, su punto de partida no puede ser otro que “las vulnerabilidades y las vergüenzas” de esa misma sociedad, “discutiéndolas abierta y públicamente”, no para lograr o satisfacer una “autoflagelación colectiva” sino para contribuir positivamente a una auténtica y esperanzadora “liberación”. Jurgen Habermas hablaba de tales ciencias en el sentido de que ellas “liberan la conciencia de poderes sedimentados ideológicamente”, inclusive cuando se refieren “al ejercicio del poder”, pues suscitan “discusiones incómodas o superfluas para algunos, pero necesarias y provechosas para todos. Son las ciencias que nos ponen a pensar desde una perspectiva más universal que la del interés propio… (sobre todo) a la hora de tomar en serio la paz, la reconciliación y la convivencia. Sin ellas, acabaremos regresando siempre, como Sísifo, al mismo punto de partida”[54 bis].   

Ahora bien, sin negar que existe una situación inevitable en este esfuerzo, ciertamente desinteresado y de colaboración recíproca: en el diálogo entre la ciencia y la fe, ¿a qué lado pertenece un problema?  Porque puede ocurrir que un mismo asunto científico para algunos teólogos se trate de un tema estrictamente religioso, mientras que, para otros, se trate de un problema de puro conocimiento humano y no relacionado directamente, o de ninguna manera relacionable, con los dogmas revelados. Es entonces cuando la historia nos debería hacer comprender la no-perennidad y humanidad-limitación de nuestros conocimientos y los procesos de adaptación de nuestras instituciones.

Porque no son lo mismo el proceso mediante el cual se adquiere el saber científico y el proceso mediante el cual una persona realiza un acto de fe. No puedo entrar en este lugar en todos los detalles, pero sin duda, el no creyente no aceptará en algunos casos nuestras razones y argumentos de creer. La fe es muchísimo más que saber y aceptar un catálogo de dogmas. Es relacionarse personalmente con Dios-Trinidad, Dios-Vida, quien es, al mismo tiempo, el objeto que conocemos y la luz por la que se le conoce sobrenaturalmente. Y así, lo que parecería una situación insuperable, desde este punto Cristo Alfa y Omega, desde esta clave de interpretación, el diálogo interdisciplinar adquiere una profundidad y unas exigencias inconmensurables.

¿Un proceso (validable) para la construcción interdisciplinar?

Ahora bien: un diálogo así, de tales calidades, comporta, a mi juicio, varios “momentos” o “maneras diversas” de proceder y señala, ante todo, un horizonte:

a) En primer término, se ha de intentar distinguir los saberes. Como es bien sabido, una disciplina no se forma a sí misma como tal sino en la medida en que se deslinda de otras (“intra-disciplinariedad”: movimiento centrípeto), pero manteniendo su relacionalidad con ellas. Es la idea de la frontera: que al mismo tiempo que separa, une; o de la membrana celular, que al mismo tiempo que contiene los componentes internos e individualiza la célula, la mantiene en contacto e interacción con su ambiente.

b) Luego, se ha de intentar relacionar los saberes. En el caso del diálogo interdisciplinar de la teología, sus diversas áreas son susceptibles de entrar en relación (movimiento centrífugo), bien sea con la filosofía (en sus diversas áreas) o bien con las ciencias (naturales, sociales, etc. en sus diversas especializaciones y subespecializaciones). Podría decir que existe una especie de “multi-disciplinariedad” convergente en torno a un problema.

c) Así mismo, se ha de intentar ir más adelante: hacia la co-relación o articulación de saberes, en la que los mismos problemas aglutinan realmente a las disciplinas que intervienen.

d) Aún es posible avanzar más, cuando se establece entre las disciplinas, una “interacción metodológica real[55].

e) La integración de los saberes marcaría el punto culminante del proceso, en el que se crea una simbiosis tal, que, prácticamente se tiene el nacimiento de una disciplina nueva.

Ha de observarse que esta propuesta, sin embargo, es una propuesta teórica, que considero sobre todo para el ámbito de la teología (con todo, no lo es puramente: considérese el caso de la teología moral social, o del mismo Derecho canónico matrimonial especialmente; etc.), aunque ya existen en las ciencias algunas realidades en esa línea (sobre todo en el campo de la bio-física y de la bio-química) que me hacen entrever que no se trata de quimeras ni de artificios. Más aún, excelentes perspectivas concretas se abren en este sentido en el campo aún incipiente, apenas esbozado, de las “teologías del genitivo”, como la novedosísima “eco-teología”, que destaca como una forma de teología espiritual-moral relativa a los problemas y realidades medioambientales, para dar apenas un ejemplo.

Llegar a la integración de estos saberes, sobre todo en la consideración de la unidad armoniosa del hombre, el cosmos y Dios, sin merma de la autonomía que corresponde a cada saber[56], como decía antes, es una verdadera glorificación de Dios.

Nuestra investigación, en este sentido, pretende hacer un ejercicio concreto de interdisciplinariedad y elaborar algunas propuestas que permitan llegar a esas articulaciones en las que se genere el enriquecimiento mutuo de ciencias y teología y éste pueda abrir horizontes humanos de realización a los profesionales y a quienes trabajan en las áreas de conocimiento de punta en la investigación de complejos y urgentes problemas de hoy y de mañana, y que tienen qué ver fundamentalmente con sus decisiones. De igual modo habría de suceder en relación con el Derecho canónico. El problema, sin embargo, es más agudo. El ser humano, efectivamente, puede llegar a ser considerado interdisciplinariamente, pero ser, aún, presa de manipulaciones ideológicas, religiosas, etc., de modo que su historicidad se diluye...

4.    La cuestión cristológica, punto de partida del Modelo[57]. Los problemas de la cristología en moral y de la ontología en cristología y sus efectos sobre el Derecho canónico.


Como he señalado reiteradamente, la pregunta fundamental es, en definitiva: ¿Se puede establecer algún nexo entre Jesús, cuya existencia trascurrió en una época tan diferente en tantos aspectos de la nuestra; entre el llamado Cristo, cuyo significado fue comprendido por la fe de unos discípulos que vivieron, ellos también, hace ya tanto tiempo y en medio de unos problemas tan ajenos a los nuestros, típicos de la postmodernidad, de la tecnología, del pluralismo, de la democracia, de la globalización económica; y las propuestas morales y canónicas para las mujeres y hombres cristianos de hoy que deben vivir en estas circunstancias? ¿De qué manera la interdisciplinariedad urgida y convenientemente implementada se relaciona con el misterio de Jesús, el Cristo, y con su salvación? Para dar respuesta a estas preguntas debo realzar, ante todo, que varios autores han puesto de manifiesto el carácter cristocéntrico-trinitario de la vida moral cristiana[58], por cuanto, al decir del Conc. Vat. II, a su “luz” se han de examinar no sólo las problemáticas del hombre, su actuar, su praxis, sino, fundamental y primeramente, al hombre mismo, ya que sólo en Cristo, el Hombre-Dios, se ha realizado a plenitud la vocación humana:

“En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... Cristo, nuevo Adán, en la misma Revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”[59].

Ante tan imperioso apremio, esta investigación, que, como he dicho, quiere ubicarse en el área de la Teología del Derecho canónico, debe evidenciar los nexos armónicos y orgánicos que tienen los Cánones no sólo con la eclesiología conciliar que la subyace, sino con todas las demás áreas de la teología considerada como “scientia una”, centrada, como se vio, en Jesucristo y en el hombre redimido por él[60], ya que este es “el camino que la Iglesia debe transitar”, como lo señalaba el Papa JUAN PABLO II en su primera encíclica, Redemptor hominis (4 de marzo de 1979):

“Jesucristo es el camino principal de la Iglesia. Él mismo es nuestro camino «hacia la casa del Padre» (cf. Jn 14, 1 ss.) y es también el camino hacia cada hombre. En este camino que conduce de Cristo al hombre, en este camino por el que Cristo se une a todo hombre, la Iglesia no puede ser detenida por nadie. Esta es la exigencia del bien temporal y del bien eterno del hombre. La Iglesia, en consideración de Cristo y en razón del misterio, que constituye la vida de la Iglesia misma, no puede permanecer insensible a todo lo que sirve al verdadero bien del hombre, como tampoco puede permanecer indiferente a lo que lo amenaza.[61]
“El hombre en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social — en el ámbito de la propia familia, en el ámbito de la sociedad y de contextos tan diversos, en el ámbito de la propia nación, o pueblo (y posiblemente sólo aún del clan o tribu), en el ámbito de toda la humanidad — este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención.
A este hombre precisamente en toda la verdad de su vida, en su conciencia, en su continua inclinación al pecado y a la vez en su continua aspiración a la verdad, al bien, a la belleza, a la justicia, al amor, a este hombre tenía ante sus ojos el Concilio Vaticano II cuando, al delinear su situación en el mundo contemporáneo, se trasladaba siempre de los elementos externos que componen esta situación a la verdad inmanente de la humanidad” [62].

Las iniciativas de los Padres Ghirlanda y Longhitano, a las que he hecho referencia precedentemente, han marcado unos temas y unas características todavía globales en relación con el método de proceder en Teología del Derecho canónico. Creo que se da un paso adelante en este territorio, al centrar aún más nuestra preocupación en estas dos bases, Jesucristo y el hombre redimido por él. Tal toma de posición nos permitirá, considero, reconocer en estos dos pilares y en su interrelación, los dos primeros momentos de nuestro ofrecimiento de un “Modelo hermenéutico”, como habré de explicar. Ahora bien, es de suma importancia precisar que mi propósito será, teniéndolos en cuenta, hacer una propuesta metodológica para aplicar exclusivamente en el caso de aquellos cánones que hacen relación con la positivización eclesial y eclesiástica de normas morales.

a.    Moral y Derecho canónico: razones conjuntas de identidad y de método

Pero es necesario hacer aún más evidente el carácter propio de esta “novedad” cristiana, y examinar los puntos en los que, precisamente, se entrecruzan cristología y antropología teológica, y las razones y finalidades de ello. Inclusive, siguiendo los caminos de la Tradición y del Magisterio, observar otros elementos que pudieran surgir como “comunes” y cuyo punto de vista se origina en miradas diversas de la misma fe cristiana – las que provienen de ejercicios polifacéticos de la razón –, con la intención de descubrir o contrastar sus riquezas, pero también de hacerlas más comprensibles a los oídos del hombre y la mujer contemporáneos. Son caminos que ya transitan algunos teólogos, como se verá dentro de poco. Como ya he señalado, debo recordar que esta perspectiva en la interpretación teológica no me la invento. Agradezco las luces que me proporcionaron artículos del Padre Klaus DEMMER y escritos del Padre GUTIÉRREZ CUERVO, S. J., su discípulo, sobre la relación entre cristología y teología moral. Pero la aplico y la amplío al ámbito de la Teología del Derecho canónico.

Hagamos una primera aproximación al problema. Observamos que el Concilio fue claro en su argumentación: así como ocurre en el orden moral, también Jesucristo ha de ser considerado el motivo originario del actuar jurídico canónico. Como he dicho, reconozco válidas y aplicables también al ordenamiento canónico las reflexiones del P. Demmer. ¿Por qué ello así? Considérese lo que él afirma:

“Sin duda Jesucristo es el motivo originario de las exigencias morales del cristiano. Cierto es que la llamada a la salvación en él constituye el irrenunciable punto de referencia de la reflexión de la teología moral. Para corresponder a esto se necesita algo más que aquella conformidad a la sagrada Escritura que insinuaba el Concilio. Y también la hermenéutica en perspectiva teológico-moral de cada uno de los pasajes de la Escritura representa siempre y sólo una fase del trabajo del teólogo moralista. (Pero) todo esto tiende a una hermenéutica profunda, que trata de indagar aquella auto-conciencia que aparece en las diversas y entre sí complementarias cristologías del nuevo testamento, como también en sus sucesivas elaboraciones especulativas”[63].

En efecto, como he podido observar anteriormente, también en el campo del Derecho canónico se ha acudido, para defender o para argumentar ciertos asuntos, a las citas textuales de pasajes bíblicos, especialmente neotestamentarios y, sobre todo, evangélicos. Para responder a este grande y grave reto, el P. Demmer reclama una “hermenéutica profunda”, aquella que, sin dejar de examinar los dichos y hechos relativos al Jesús de la historia, va más allá y “trata de indagar la autoconciencia que se expresa en las cristologías diversas y entre sí complementarias del nuevo testamento, y en sus sucesivas elaboraciones especulativas”. Si se quiere hacer una cristología que cumpla el deseo conciliar, ha de ser, pues, una “cristología total”, que no apunte sólo a ciertos aspectos relativos a Jesús, ni se elabore sin tener en cuenta los cambios sociales y culturales que han trascurrido en dos mil años de historia.

Esto, por una parte. Pero todavía hay más, porque, según Demmer, es necesario observar el otro polo de la relación, es decir, el ser humano de hoy, ya que el criterio de “novedad” de la moral cristiana posee su propia manera de proceder en las motivaciones y razonamientos morales, en las que se hace necesariamente evidente la intencionalidad de los datos y de los juicios de valor, comunes, en su manera de efectuarse, a toda la humanidad:


“En este contexto atrae una creciente atención el término “novedad”. En Jesucristo el cristiano es una nueva criatura (2 Co 5,17). La pregunta es inmediata: ¿cómo se une esta novedad histórica del evangelio con la validez ya conocida de la ley moral natural? El significado corriente del término novedad no es suficiente. Designa de hecho los acontecimientos nuevos o las realidades que no son adecuadamente deducibles de su pasado y que carecen de un modelo previo. Sin duda que tal comprensión es aplicable a la singularidad del evento Cristo, por la intensidad y carácter genuino del mensaje moral del evangelio. Pero no hay que olvidarse que en la ley moral natural está presente ya una comprensión previa, que alcanza su realización en las implicaciones morales del evangelio. La coextensividad entre novedad y realización muestra el objeto propio de la reflexión de la teología moral. Si bien la revelación cristiana no añade cuantitativamente ningún conocimiento, por lo que se refiere a la configuración directa de la realidad intramundana, esto no excluye sin embargo una contribución cualitativa. Se trata de una magnitud de intensidad, que se manifiesta en las implicaciones antropológicas del ser tomadas por Dios en el nuevo testamento. A partir de tales implicaciones se construye el puente hacia la actuación”[64].


Desde el punto de vista del ser humano, entonces, todos compartimos una misma condición humana, que yo relaciono con la comprensión más actual de lo que se ha llamado tradicionalmente “ley natural” – volveré después sobre el punto – por parte de diversos autores contemporáneos, y a lo cual, de una manera teológicamente más consecuente, el Magisterio denomina “realidad inscrita en el diseño creador de Dios” (“inscritta nel disegno creatore di Dio”). Y a esa condición humana “la fe en Cristo Redentor, muerto y resucitado, la ilumina con nuevo sentido”[65] al dotarla con una nueva intencionalidad. Y esto, que es válido para comprender y para elaborar la moral cristiana, también lo considero válido en relación con el Derecho canónico, al menos en aquellas normas cuyo contenido proviene de la moral. Regresaré más adelante sobre este punto.

Siguiendo la premisa del P. Demmer en el sentido de que se trata de una “cristología total”, y en qué sentido él la entiende, considero que existe aún más. Sin duda, se trata de la cristología que confiesa y enseña la Iglesia. Según el Magisterio, esa cristología, para ser considerada en su totalidad, debe ser presentada como el comienzo, el término y la perfección o, mejor, el acabamiento de la antropología, por ser la expresión más consumada del querer de Dios respecto del hombre. En esa dirección se ha expresado también J. Ignacio GONZÁLEZ FÁUS, S. J.,[66] quien resalta cómo la develación del sentido del hombre lleva consigo la pregunta por Dios. Pero fue San Juan DE LA CRUZ quien nos dejó esta insuperable página que brevemente transcribo:

“Pero ya que está fundada la fe en Cristo y manifiesta la ley evangélica en esta era de gracia, no hay para qué preguntarle de aquella manera, ni para qué él hable ya ni responda como entonces, porque en darnos, como nos dio, a su Hijo, que es una Palabra suya – que no tiene otra –, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar [...] porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en él todo, dándonos al Todo, que es su Hijo”[67].

Cristología y antropología se refieren una a la otra. Se trata, a mi comprensión, de un principio metodológico y hermenéutico de máxima trascendencia, de modo que hacer teología es, ciertamente, hacer antropología. El ser humano es un buscador incansable y nunca satisfecho, que se reconoce sobre todo como proyecto-con-otros. Y su máximo interrogante es, precisamente, él mismo. En medio de incertidumbres, tristezas y angustias, producto muchísimas veces de injusticias y pobrezas no merecidas, mantiene, al menos por parte de muchos, en su esperanza, la posibilidad de su superación total y definitiva. Estos problemas, y sus análisis mediante las ciencias sociales, le aparecen sólo como un primer momento de su reflexión. Porque más allá de ellos, divisa la necesidad de afrontarlos y de salvarlos, ¡y no con meras elucubraciones abstractas o referencias genéricas a seres ideales! Y hacia ese “más allá”, precisamente, orienta, pero de igual modo también pone en crisis, la cristología.

JUAN PABLO II no dejó de lado este elemento central del misterio cristiano. En efecto, al dirigirse en Roma a los universitarios el 14 de diciembre de 2004, tocó, precisamente, este aspecto, conspicuo también en razón de los destinatarios de su mensaje:

“Vosotros, queridos universitarios – decía en esa ocasión el Papa –, estáis en continua búsqueda de la verdad. Pero no se llega a la verdad sobre el hombre sólo con los medios que ofrece la ciencia en sus diversas disciplinas. Vosotros sabéis muy bien que sólo se puede descubrir a fondo la verdad sobre el hombre, la verdad sobre nosotros mismos, gracias a la mirada llena de amor de Cristo... Por eso, nunca dejéis de buscarlo y descubriréis en sus ojos un reflejo atrayente de la bondad y de la belleza que él mismo ha derramado en vuestro corazón con el don de su Espíritu. Que este misterioso reflejo de su amor sea la luz que guíe siempre vuestro camino”[68].

Para que sea efectivamente así, para que esté a esa altura y exigencia, la Teología del Derecho canónico posee, evidentemente, entonces, como punto de referencia esencial, a Jesús, el Cristo, porque él es la realidad fundamental que define al hombre – no sólo al cristiano –, ya que todo ser humano no sólo ha sido hecho “a su imagen y semejanza” (cf. Gn 1,26ss en paralelo con Col 1, en la visión de la GS 22b), sino, y sobre todo, “re-hecho”. No se trata, pues, de un simple símbolo humano, nos dice la fe. La traducción española del Concilio, divulgada profusamente y que aquí recuerdo, dice:

“El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual”[69].

Pero el problema es hoy aún más grave: especialmente en los siglos XIX, desde la perspectiva de las ciencias positivas, y XX, desde el de las ciencias sociales y humanas, se ha acentuado, en el estudio de los diversos problemas, una manera de proceder en la que, a veces de manera extrema, se acude a cierto “relativismo cultural” desde el que se han planteado críticas y nuevas exigencias, y el “procedimiento estándar”, investigativo, de reflexión y de comunicación teológica, se considera insuficiente. No porque fueran consideradas falsas las conclusiones a las que llega, o se suele llegar, sino porque, leídas desde otras perspectivas, se muestran como poco, o nada, dicientes, al menos para muchos “de la vanguardia” del pensamiento.

En relación con la cristología el problema no es menor. Observo que se han acentuado las tensiones entre una corriente que pretende hacer prevalecer la índole interpretativa y simbólica de la figura de Jesucristo (análisis lingüístico, filosofía del lenguaje, revisión epistemológica, exploraciones socio-culturales, etc.) sobre aquella que se fija en los hechos históricos y en las doctrinas inmodificables de su evangelio, desde una consideración dogmática y metafísica. Encontramos, se señala hoy, unos constitutivos, unas sensibilidades y unas exigencias mínimas de comportamiento que no sólo caracterizan el modo de ser actual sino que contribuyen a desarrollarnos, como ha señalado, por ejemplo, B. LONERGAN[70].

Ahora bien, ya desde los primeros tiempos cristianos, y a no poco de la muerte de Jesús – de ello dan cuenta aún los textos neotestamentarios –, ya se cuestionaba la existencia del Maestro por parte de algunos, que no lo habían conocido en su condición “de carne y hueso” (“en la carne”, dicen los textos); por el contrario, quienes convivieron con él, desde el mismo comienzo “interpretaron” su persona, sus palabras y sus acciones, dejándonos así un criterio hermenéutico y exegético básico y fundamental. Es decir – así no tuvieran los elementos analíticos y críticos que poseemos hoy –, en su propia manera de obrar los primeros cristianos no dudaron en afirmar que el de una “cristología total” no era ni había de ser sólo el criterio de la fe, al asentar, por ejemplo, con el tiempo, sus dogmas, sino también un criterio “católico” para la actividad teológica y su método: que es menester, para mantenerse en la fe de la Iglesia, conservar intacta esa tensión de la realidad misma de Jesucristo, esto es, la tensión de sus elementos constitutivos históricos y de aquellos interpretativos que la mantienen como Evangelio, con una traditio viva, abierta, y, también, histórica. Cada uno en su ámbito, pero referidos uno al otro, como componentes que son de la misma realidad humano-divina. Es la manera como, por ejemplo, procedieron después los Concilios cristológicos.  

De esta manera, pues, y sin querer zanjar de un tajo toda una serie de problemáticas inherentes a ella, esta cristología total, valorada de tal manera, es nuestro punto de partida para la reelaboración de una antropología que, a su vez, por una parte, ofrece los elementos fundamentales – a manera de horizonte – en los que consiste la realización integral de la vocación humana, y, por otra parte, nos sirve como puente y como instancia crítica para una propuesta teológica tanto en la dimensión moral como en la dimensión canónica del actuar cristiano[71].

Así mismo, como he dicho, no todas las propuestas cristológicas manifiestan esta fe común de la Iglesia. Para algunos autores, siguiendo la tradición eclesial[72], ésta se reconoce en dos perspectivas complementarias y mutuamente interrelacionadas denominadas cristología narrativa o histórica, y cristología sistemática o soteriológica, o, inclusive, categorial[73]

El Papa Francisco ante el resto del Crucificado del templo de Bojayá, Chocó,
lugar en que fueron asesinadas decenas de personas el 2 de mayo de 2002,
durante el Gran encuentro de oración por la reconciliación nacional, Parque Las Malocas, Villavicencio, el
Viernes 8 de septiembre de 2017
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/events/event.dir.html/content/vaticanevents/es/2017/9/8/viaggioapostolico-colombia-incontrodipreghiera.html




Y si bien estas categorías, “cristología narrativa” y “cristología sistemática”, no aparecen en los textos citados del p. Demmer y del Concilio, ciertamente su intuición básica sí. Cuando los misterios de la vida de Jesús de Nazaret se integran con los de su victoria, sólo entonces se pueden observar con claridad todas las implicaciones que tiene la cristología en el orden de la definición del ser humano y de su salvación. De ahí que sea un aspecto sumamente válido, más aún, necesario, para el fin que nos proponemos, resaltar la perspectiva encarnacional, así como lo ha hecho el Papa FRANCISCO, pocos días después de su viaje a Colombia[73 bis], en alocución dirigida a los Obispos ordenados durante el último año – 14 de septiembre de 2017 – por cierto, en la fiesta de la Santa Cruz, cuando les dijo:


“Sólo aquél que es guiado por Dios tiene título y autoridad para ser propuesto como una guía para los demás. Puede enseñar y crecer en el discernimiento sólo quien está familiarizado con este maestro interior que, como una brújula, proporciona criterios para distinguir, para sí y para otros, los tiempos de Dios y de su gracia; para reconocer su paso y el camino de su salvación; para indicar los medios concretos, aceptables a Dios, para realizar el bien que Él prepara en su misterioso designio de amor para todos y cada uno. Esta sapiencia es la sabiduría práctica de la Cruz, que al mismo tiempo que incluye la razón y su prudencia, las supera porque conduce a la fuente misma de la vida que no muere, es decir, "a conocer al Padre, el único Dios verdadero, y a aquel a quien él envió, Jesucristo" (cf. Jn 17,3). [...] Queridos hermanos, os ruego que mantengáis escrupulosamente delante de los ojos a Jesús y la misión que no era suya sino el Padre (cf. Jn 7,16) y a que ofrezcáis a la gente – hoy como ayer confundida y extraviada – todo lo que Él ha sabido dar: la oportunidad de encontrar personalmente a Dios, de elegir su camino y de progresar en su amor. Mantened vuestra mirada particularmente fija en él hoy, fiesta de la Santa Cruz, lugar permanente del discernimiento de Dios en favor nuestro, contemplando la profundidad de su encarnación y aprendiendo de ella el criterio de todo discernimiento auténtico (cf. 1 Jn 4,1)[73 ter].


De modo similar hacía Jon SOBRINO cuando puntualizaba, a su modo y con perspicacia, el enfoque genuino del anuncio del Evangelio: “El Resucitado es el Crucificado, y no al contrario”[74].

Más aún, he de advertir que esta dimensión cristológica-antropológica, que he reconocido como la distinción “cualitativa” de nuestra propuesta moral-jurídica, venía preparándose ya de manera muy original (Israel se sabe llamado a no ser un pueblo más como los otros) en el Antiguo Testamento mediante el aporte de los primeros elementos que permitieron la comprensión de una categoría que llegó a ser perfeccionada, y esencial, en el Nuevo: me refiero a la categoría “memorial”, tan fundamental sobre todo cuando se refiere ella a los “misterios de la fe” que se celebran y viven por parte de las comunidades.

El Modelo hermenéutico, como hemos asentado, se aplica sólo al ámbito moral y no a los dogmas de la fe ni a los sacramentos. Pero, al recibir de unos y otros su influencia “rectificadora” y “de elevación” proveniente de la Revelación, formula tal distinción cualitativa que, sin embargo, no es ni exclusiva ni excluyente. En efecto, el “memorial” de la “pascua salvadora” sobre el que unos y otros se fundan, al que hacen presente y del cual transmiten su eficacia, nutre la vida cristiana en toda su amplitud, inclusive destacando que a ella todos los seres humanos son destinados e invitados por Dios. Ciertamente, esta vida cristiana no sólo se realiza mediante la ejecución de las normas provenientes de la "ley natural" y de la razón, a las que, sin duda valora debidamente, pero que son apenas su mínimo universal y de conciencia (pero, mal comprendidas o aplicadas, podrían terminar "esclavizándolos": los efectos del pecado original, sin duda, siguen obrando en nosotros, los hombres); sino también (y sobre todo), mediante los caminos de la libertad y del amor. Caminos soteriológico-antropológicos que ya San Pablo había hecho notar cuando escribió:

“Esta es la libertad que nos ha dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud […] Ustedes, hermanos, han sido llamados para vivir en libertad, pero procuren que esta libertad no sea un pretexto para satisfacer los deseos carnales; háganse más bien servidores los unos de los otros, por medio del amor. Porque toda la Ley está resumida plenamente en este precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo […] Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley […] porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos. Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él” (Ga 5,1.13-14.18.24-25).

Caminos que recordó y puntualizó teológicamente Santo Tomás de Aquino cuando escribió: “La ley nueva, ley de libertad, está constituida por los preceptos de la ley natural, de los artículos de la fe y de los sacramentos de la gracia” (Quodlibeta, IV, q. 8, a. 2).

Así, pues, como sucede con el concepto de “analogía” – al cual aportó tanto el pensamiento griego en su desarrollo por parte de pensadores cristianos: se notará de diversas maneras a lo largo de esta investigación –, también a esta categoría de “memorial” será necesario dedicar en su momento una debida sustentación. En efecto, la sacramentología cristiana, así se enraíce en aspectos culturales típicos de las diversas expresiones religiosas y – como podrá verse – en ello evidencia su expresividad profunda y auténticamente humana, se convierte en típica y propiamente cristiana en razón de la Encarnación y del Misterio Pascual.

Resumiendo todo lo anterior, entonces ¿qué características debe poseer nuestra propuesta cristológica con vistas al Modelo hermenéutico que aquí se propone? Siendo total, no puede carecer de, y, más aún, deben resaltarse, los componentes ontológico, personal e histórico que la constituyen. Walter KASPER lo hacía ver con la siguiente expresión:
“[Se trata de una cristología] orientada históricamente, de alcance universal, marcada por una ontología de modo histórico y personal, y determinada soteriológicamente”[75].

b.    Fundamento último meta y pre – ético-canónico: la ontología y la analogía en cristología. Una perspectiva actual

Ahora bien, ¿de qué manera comprendo aquí esa condición ontológica, personal e histórica que se exige cuando se trata de hacer cristología? Porque los avances, desarrollos y debates que surgen en y a raíz de los estudios de nuestro ambiente de la Facultad de Teología, por ejemplo, y en otros ambientes relativos a la Teología del Derecho canónico, imponen también abordar este asunto de la dimensión ontológica de la cristología que se propone. Se pudiera afirmar que, precisamente en este punto, sin alcanzar aún su síntesis adecuada, se sobreponen diversas modalidades de interpretación del problema, ya que existen puntos de partida metodológicos diversos, inclusive opuestos, pues mientras unas comienzan por la metafísica, otras lo hacen por la epistemología. Sus alcances son, sin duda diferentes, así como sus posibilidades. Desarrollé brevemente este aspecto desde tres acercamientos – metáfora, narración y epistemología – que, a mi juicio, contribuyen con fruto a una discusión que, todavía, es inacabable, pero que es tan radical.

1. Para acercarnos a esta característica “ontológica” de la cristología, y en particular de la “cristología narrativa”, considero conveniente exponer en primer lugar un reciente modo de presentarla revisando el concepto y el contenido de la metáfora[76]. La metáfora - señala Michael L. COOK S.J.[77] - posee una importancia fundamental en la experiencia y en el intelecto humano. Las experiencias humanas son objeto de interpretaciones, hasta el punto de que no existe experiencia humana si ella no es interpretada. Construimos sistemas de símbolos mediante lenguajes, gestos, artefactos..., que comunican significado. Poseemos una capacidad para hacer conexiones, empleamos nuestra imaginación para asociar unas cosas con otras de una manera nunca antes vista, encontrando analogías entre lo que nos es más familiar y lo que no lo es. Ahí radica nuestra capacidad simbólica. Pero existe aún más: nuestra experiencia simbólica se enraíza en los más profundos misterios de la vida (βίος), entre los cuales Dios es, con el de uno mismo, con el de la corporeidad y con el de los otros en sociedad, misterio primordial. Esta simbólica radical de la vida viene a expresarse en la metáfora (λόγος).

La metáfora hace relación, sin embargo, a la analogía. El acto metafórico, nunca separable de la experiencia simbólica, es un constitutivo de la experiencia humana. Se fundamenta en la capacidad humana de establecer relaciones, para ver semejanzas en lo que le aparece no-semejante. Es decir, en la simple capacidad humana de la imaginación analógica que se emplea en un acto de juicio. Metáfora y analogía contrastan precisamente en las semejanzas y las desemejanzas que existen entre las realidades, pero en realidad lo que sirve de base al acto metafórico es, precisamente, la analogía. Ésta conduce a una comprensión más profunda de lo que la sola metáfora logra alcanzar.

¿Cómo se relacionan, entonces, metáfora y analogía, en el uso literal del lenguaje? Los estudios bíblicos nos permiten acercarnos a la narrativa de que están compuestos estos textos. Más allá de los que proponen una primacía del sentido literal cuando se interpretan cristianamente estos textos[78],  de quienes proponen una teoría hermenéutica[79] , y de quienes proponen la interpretación de-construccionista[80]  que solamente posibilitan “una interpretación global y fundacional”,  se impone una manera de actuar más balanceada, que permita que no se busquen simples justificaciones, sino que consienta “una descripción de cómo y en qué específico contexto funciona una determinada lectura”[81]. Lo primario es el sentido literal[82] pero como un “caso específico de lectura”, que se ha producido en el contexto de una comunidad religiosa y sociolingüística. Y así habría que proceder si se quisiera hacer cristología a partir de los textos evangélicos.

El empleo de metáforas ocultas, sin embargo, pueden causar dificultades en la lectura de un texto, incluso dificultades no sólo personales sino históricas. Porque una cosa es el uso literal, comprendido como uso independiente comunicable referido a un uso empírico o establecido y convencional – que, en realidad también puede ser figurativo –, y el uso propiamente figurativo pero que es empleado como dependiente, en especial como dependiente del literal, como es el caso de una ironía que alcanza su objetivo precisamente en cuanto se opone al sentido literal. Y cuando esto último ocurre así, se pretende abarcar no sólo lo que va del sentido nuevo al familiar o al común, sino también el oculto. Alguien puede considerar erróneamente que se está hablando literalmente, cuando se trata de una metáfora oculta; y en numerosas disputas en la historia de la Iglesia los interlocutores enfatizaron las metáforas ocultas suponiendo que eran una locución literal.

Para ayudar a aclarar este proceso interpretativo, el autor señala que también en nuestro lenguaje nos desprendemos del lenguaje metafórico y hacemos uso del sentido literal. Por eso, para distinguir cuándo se habla propiamente en sentido independiente literal, se sugieren estos cuatro criterios: a) se trata de un uso regular, establecido, no novedoso o inusual; b) conocimiento directo que participa de la realidad; c) concomitantes conductuales que permiten a uno compartir adecuadamente experiencias con otros; d) ninguna insinuación a un significado figurativo en el contexto[83].

Para comprender la relación existente entre la metáfora y el habla literal se han de excluir, dice nuestro autor, dos extremos: el del “absoluto literalismo, que insiste en que todo puede y debe ser re-expresado en un habla literal”, y el del “radicalismo, que insiste en la inevitable necesidad del pensamiento metafórico”:

 “Entre estos extremos, existen tres opciones:  (1) la del ‘literalismo sofisticado’, que acepta los propósitos y los efectos no-presentativos de la metáfora, pero insiste en que todo el lenguaje presentativo (cognitivo) puede ser expresado literalmente y sin distorsión: es decir, la metáfora nunca es necesaria para la comunicación de la captación[84], la información o la comprensión de cualquier realidad; (2) la del ‘radicalismo modificado’, que distingue las realidades observables de las no observables, realidades supersensibles, que luego sólo pueden ser expresadas o pensadas metafóricamente, como sería la culpa [...]; (3) la del ‘metaforicalismo crítico’, que es la posición de Macky y que se alinea con el ‘realismo crítico’ de Ian G. Barbour y Janet M Soskice”[85].

Así, pues, según Michael L. Cook, una comprensión equilibrada afirma la importancia y la necesidad de una y otra, es decir, del habla metafórica y de la literal. Y tanto una como otra deben observarse en los distintos escritos, a causa de la variedad, complejidad y sutileza que emplean los autores bíblicos, si bien, en un primer momento, muchos de ellos emplearon el lenguaje metafórico, que les permitía expresar de una manera potencial el ser en el mundo y les posibilitaba expresar desde un punto de vista particular su perspectiva de la libertad humana. Las metáforas les permitían decir no sólo lo que el mundo es, sino también lo que el mundo ha de ser, si se cumplen unas determinadas condiciones[86]. Y ello, porque se basaban en nuestra capacidad para la imaginación analógica que permite hacer el juicio A = B. Las metáforas son, pues, juicios acerca de la manera como las cosas son, y contienen un oculto potencial para el desarrollo futuro, si se llenan ciertas condiciones. Así, cuando los textos evangélicos se referían a Jesús como el Hijo de Dios, no sólo nos estaban diciendo la manera como Él lo era, sino la manera como Él podía llegar a ser en los seres humanos y en el cosmos, si nosotros como discípulos suyos se lo permitíamos, participando en su visión del mundo. Se trata, pues, de una concepción bien fundada, a mi entender, útil para nuestra propuesta cristológica, a causa de sus raíces en la simbólica humana; pero también porque se nos permite, en razón de su componente analógico, pensar en la aplicación, o mejor aún, en la implicación antropológica que es clave en nuestro Modelo hermenéutico, como se verá un poco más adelante.

2. En continuidad con este mismo desarrollo, puede observarse la narrativa desde el punto de vista de su función. Señala el mismo M. L. Cook[87] que el término se debe entender de una doble manera. En efecto, en un primer sentido, la narrativa no se puede confundir con el lenguaje especializado que emplean la metafísica, las ciencias, la factualidad histórica ni la jurídica, pero no los descalifica. El lenguaje narrativo posee su propia integridad, coherencia y exigencias. Con todo, y este es el segundo sentido, dichos lenguajes derivan todos de la cualidad narrativa de la experiencia humana y pueden tomar en su expresión también formas narrativas; pero el punto importante que nos concierne es que se debe reconocer el modo distinto de comunicación que está presente en la narrativa, para no pasar demasiado rápidamente de uno a otro estilo de lenguaje en la interpretación. Concretamente, no se pueden tomar los Evangelios como si se los pudiera considerar desde un criterio independiente de verdad - la metafísica, la científica, la histórica o la jurídica - porque se hace violencia a la forma como los Evangelios expresan su significado propio.

En este mismo sentido del lenguaje, se trata de un problema que plantean ciertas investigaciones críticas bíblicas, que juzgan los textos evangélicos desde sus particulares criterios, pero no subordinados a la narrativa ni en orden a prestarle un servicio. La narrativa debe reconocerse por sí misma, y no se debe saltar, sin criterio suficiente, de uno a otro modo de expresión en los procesos interpretativos. Más aún, el narrativo, entre los diversos lenguajes, ciertamente ocupa un lugar primario y fundacional, con respecto a los demás modos del discurso. Éstos son igualmente legítimos, sin duda, pues expresan la necesidad humana de hacer preguntas. Pero siendo secundarios y subordinados al narrativo, implican que, para hacer una adecuada relación entre ellos y el discurso narrativo, se exijan la metáfora y la analogía como los dos polos de un discurso adecuado, que buscan, uno y otro, explorar los modos como las cosas son, es decir, su fundamento metafísico.

La manera como funciona lo narrativo consiste en su articulación de unas creencias. Por eso se habla de una “estructura articulada de la creencia” (Wesley A. KORT[88]) que responde a unas preguntas antropológicas relativas a la vida humana (“personaje”), a unas preguntas teleológicas acerca del tiempo (“argumento”), a preguntas ontológicas acerca de las fronteras (“atmósfera”), y a preguntas axiológicas sobre el valor (“tono”). Estas cuestiones son cruciales para la vida humana inclusive más allá de lo que se pueda realmente entender o controlar, y nos envuelven en un misterio, que es como un presupuesto indispensable para llevar adelante una vida verdaderamente humana.

De otra parte, la narrativa juega un papel mediador o “vestibular” entre el discurso ordinario y el misterio. Todas las narrativas hacen referencia al misterio. Y cuando Dios aparece en las narrativas bíblicas, no se origina una especie distinta de narrativa, sino que se revelan el valor y el sentido mismos de la narrativa, indicando el papel que Él juega – qué posición tiene en y para la vida humana –, como si Él ocupara una posición mediadora o liminal entre el lenguaje y el misterio. Las narrativas, entonces, pretenden introducirnos más profundamente en el misterio de la vida, y lo hacen abriéndonos a unas experiencias de trascendencia, en un proceso que nos vuelve sobre nosotros mismos, al tiempo que nos hace participar de ella. Los relatos tienen un impacto metafórico precisamente porque nos revelan nuevas maneras de considerar y de escuchar; y, de esta manera, cambian nuestras más profundas creencias y supuestos. Estos relatos dirigen nuestras relaciones con Dios, con el cosmos, con la sociedad y con la cultura de la que formamos parte, y, en consecuencia, con nosotros mismos en lo que se refiere a nuestra identidad personal y social. Las narrativas son indispensables, por tanto, para la identidad y para la continuidad, tanto personal como comunitaria: cuando se pregunta acerca de alguien – ¿quién? –, se pretende recibir el relato que constituye su vida...

Si se mira al conjunto de la Revelación bíblica, esta reflexión es particularmente importante cuando nos referimos a Yahwéh. Él es un verdadero personaje, el principal y protagonista de los relatos bíblicos que abarcan desde la creación hasta el éschaton. Las características tan humanas y mutables de Yahwéh funcionan en los relatos bíblicos inicialmente como metáforas de la actividad del Altísimo, creador de cielos y tierra; pero luego derivan en el desarrollo del sentido moral del pueblo escogido (cf. Gn 12,10-20; 20, 1-18; 26, 7-11). Este proceso se realiza a cada paso en los textos bíblicos: es un reconocible proceso de refinación y de maduración en el desarrollo de la historia, en la que Yahwéh es, de nuevo, el personaje central. Y ese, precisamente, es el reto permanente, también para nosotros: ¿cómo reconocer en el casi-humano Personaje del relato, al Dios Altísimo, creador de todo? La clave nos la proporciona Israel en su historia total, que ha identificado al uno con el otro. Es la metáfora, si se quiere llamar así, mediante la cual se hace un pronunciamiento acerca de la realidad de este Personaje. Es el principal acto de fe de Israel (cf. Gn 14,22 y 17,5). Y en ella se inserta el creyente Jesús con sus “Doce” y los demás que lo rodeaban, como se advertirá posteriormente. Ocurre, en realidad, algo inaudito en el contexto de las religiones de los pueblos contemporáneos a Israel.

Así, pues, la metáfora y la analogía son inseparables. Nuestra falla para apreciar la naturaleza real de la relación entre una y otra, según Michael L. Cook, produce un radical divorcio entre el Dios de los filósofos y el Dios de Abraham. Si acaso existe una dualidad, esta no es en Dios, sino en el lenguaje que usamos para hablar acerca de Él, porque se ha desplazado, quizás, la primacía del relato hacia lo secundario, es decir, hacia el lenguaje conceptual y abstracto.

Para la teología se impone una lectura compartida de los textos bíblicos, aún hecha en común, de modo que se obtenga mediante una crítica apropiada su resonancia para nuestro momento actual. Esto es principalmente válido, aunque no exclusivamente, para toda la narrativa. Pero también, para el caso particular de los relatos acerca de Jesús. Su comprensión no puede estar desligada de nuestros propios relatos, porque venimos de ellos y caminamos hacia ellos. La descripción e incluso la reflexión conceptual y experimental son legítimas y necesarias, pero siempre subordinadas a la primacía del relato evangélico.

Desde esta perspectiva se puede afirmar que la metáfora y la narrativa, entendidas como han sido expuestas, denotan una característica fundamental para nuestra propuesta cristológica, porque, de nueva manera, subrayan sus raíces en la simbólica humana, y expresan las características histórica y personal de la misma, típicas de su ser (όν). Pero, yendo un paso adelante, esas posibilidades, y, al mismo tiempo, condiciones de la narrativa, nos permiten, en razón de su componente analógico, pensar en la recíproca relación e implicación antropológica de la cristología que, como he dicho, es clave en nuestro Modelo, pues, conforme a la fe de la Iglesia, Jesucristo es “verdadero hombre”[89], en razón de su encarnación.

3. De igual modo, es conveniente también dejar planteado, al menos, otro aspecto[90] del problema. Cuando se considera una cristología fundada ontológicamente, y, por esa razón, una cristología abierta a la metáfora y a la analogía radicadas en el ser mismo humano, de inmediato se nos propone la relación que la ontología guarda con el orden epistemológico. Me refiero, por supuesto, a la presencia de la epistemología en la cristología.

Ahora bien, de la manera como se relacionen los dos ámbitos, el ontológico y el epistemológico, se puede pensar que nuestro Modelo hermenéutico también puede ser exitoso, al partir de una cristología adecuadamente trabajada. En efecto, cuando un discurso sobre lo epistemológico se desconecta de lo ontológico, se llega a considerar que el conocimiento es pura representación; con lo que, llegado el momento, se encuentra en la sin salida de cómo, entonces, es posible llegar al conocimiento del ser. En los párrafos anteriores he tratado de superar esta situación. En el caso de la cristología se quitaría toda posibilidad de conocer al hombre-Jesús, su manera de ser Dios y hombre, y toda la capacidad significativa que pudiera tener para nosotros hoy.

Pero el problema también se presenta en la dirección contraria, es decir, cuando la consideración de lo ontológico se da sin tener, simultáneamente, una consideración por lo epistemológico. En este caso, se llega a las posturas que he querido evitar, en el sentido epistemológico, dogmáticas, fundamentalistas e inmunes a cualquier crítica. De esa forma, una “lectura” de Jesús hoy se haría totalmente imposible y el pensamiento teológico quedaría detenido y anquilosado.

Parece ser, que ha sido B. Lonergan, en los tiempos más recientes, quien mejor ha comprendido esta relación, desplegando así un discipulado excelente de Santo Tomás de Aquino[91]. Porque si bien éste expresa en términos metafísicos su teoría del conocimiento, y dichos términos son los que la soportan, Lonergan, por el contrario, expresa la metafísica en conceptos epistemológicos, y la establece en razón de tales principios epistemológicos. Produce un giro completo en la concepción de la realidad y en la manera de relacionarnos con ella. Es la primacía relativa del conocimiento.

Pero ha de entenderse bien esta primacía. Desde el punto de vista de la lógica, ninguno de los dos puede tener preeminencia. Inclusive: desde este punto de vista tampoco se puede decir que un discurso sobre el lenguaje sea anterior al discurso sobre el ser y sobre el conocimiento. Conocimiento y ser – y lenguaje – se “ínter penetran”, por cuanto nadie puede hablar del ser o de la realidad sino a partir del conocimiento que tiene de ellos, ya que nadie puede conocer algo que no sea. Si se miran bien las cosas, es nuestro deber humano hacer el recorrido filosófico completo. En cambio, sí se puede elaborar un discurso sobre el ser con el reconocimiento de las operaciones cognoscitivas – “campos de significación”[92] – que median ese discurso, y que menciona Lonergan, o elaborarlo sin dicho reconocimiento. La originalidad del pensamiento lonerganiano radicaría en que las operaciones cognoscitivas tienen prioridad, sí, pero “únicamente” desde un “sentido pedagógico”:

“Una metodología fundamental implica tres partes sucesivas. Primero, se da una teoría de las operaciones cognoscitivas, que responde a la pregunta: ¿qué hacemos cuando conocemos? Segundo, se da una epistemología, que responde a la pregunta: ¿en qué se basa el que hacer eso sea realmente conocer? Tercero, se da una metafísica, que responde a la pregunta: ¿qué conocemos cuando conocemos?”[93]

Para Lonergan, su “método trascendental” – también llamado en otras obras “captación” (“insight”) y “método empírico generalizado”, “doctrina trascendental de los métodos” y “metodología fundacional” – busca encontrar lo común a las distintas estructuras heurísticas, especialmente de las ciencias naturales. Y si bien no es un método particular de la metafísica, sí presenta “algo anterior y más básico”:

“Desde el punto de vista de la metodología fundamental, la metafísica no es la primera ciencia. No es el Grund und Gesamtwissenchaft. Aunque tengo el honor de que se haya asociado mi nombre al del padre Emerich Coreth y aunque se me incluya junto con él cuando se menciona a los tomistas trascendentales, con todo, en el asunto de la prioridad de la metafísica hemos estado en desacuerdo, lo hemos hecho públicamente, y todavía estamos en desacuerdo. Estoy muy dispuesto a conceder que en una filosofía que se interesa primariamente en los objetos, la metafísica deba ser la ciencia primera, porque los objetos de la metafísica son más básicos y universales. Pero en una filosofía que no se interese primariamente en los objetos sino en las operaciones, la metafísica no puede ser la ciencia primera. Lo que ahora es a la vez lo más básico y universal son las operaciones, y éstas se estudian en la teoría de las operaciones cognoscitivas. En segundo lugar viene el asunto de la validez de las operaciones, y tal es el interés de la epistemología. Sólo en tercer lugar surge la cuestión de los objetos, que es el interés de la metafísica”[94].

Se trata, pues de un real cambio de perspectiva el que propone Lonergan, incluso para tratar problemas teológicos. Y ubica, a su manera, aquellas coordenadas ontológicas-epistemológicas en las que no sólo se puede encontrar una reflexión cristológica, sino también nuestra propuesta del Modelo hermenéutico, por cuanto, según él,
“una teología cristiana tematiza la religión cristiana a la altura de los tiempos en que se compuso dicha teología... En la religión cristiana en cuanto vivida pero todavía no tematizada pueden distinguirse tres momentos. Primero, está el presente óntico del amor de Dios que inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que Él nos ha dado. Segundo, está el pasado objetivo en el que la revelación que Dios hace de su amor hacia nosotros por Cristo, ha sido mediada a lo largo de los siglos por la comunidad cristiana progresiva. Tercero, está la consumación escatológica y, en el camino hacia ella, el mandato y el deber de predicar el Evangelio a cada clase de cada cultura... Si se me permite usar el término elevar, elevación (sublate, sublation, [aufheben]) en el sentido indicado en mi Método en Teología[95], se puede decir que la religión cristiana eleva la totalidad de la vida humana. Porque quien eleva, va más allá de aquello que es elevado; le añade un principio enteramente nuevo, pone una nueva meta, una nueva tarea, un nuevo criterio, libera de sus limitaciones aquello que es elevado y lo dirige hacia unos fines superiores, aunque de ninguna manera lo sustituye (stunts it), ni interfiere con él, ni le roba su integridad. Así, la sensitividad eleva la vida vegetativa; la inteligencia eleva el vivir animal; el juicio racional concentra la creatividad de la inteligencia en la verdad y en la realidad; la deliberación, la evaluación, la decisión, y la praxis integran el conocer y el sentir en la búsqueda del bien, de lo que verdaderamente vale la pena. La religión cristiana en cuanto vivida le añade una etapa ulterior a este proceso de elevación: dentro del individuo está el amor de Dios inundando su corazón y con ello, transformando su subjetividad existencial; dentro de la comunidad humana progresiva está la revelación objetiva del amor de Dios en Cristo Jesús, la mediación de esa revelación a través de la comunidad cristiana, y la misión de predicar el Evangelio a todas las naciones hasta la consumación de todo”[96].
Se trata, pues, de aquella “novedad” a la que me refería al comienzo de esta sección en la perspectiva conciliar y en la del teólogo moralista Klaus Demmer; aquí, en la perspectiva que presenta el teólogo metodólogo, Bernard Lonergan. Desde sus propias perspectivas nos abren puertas, inclusive, como se observa, en el sentido interdisciplinar, que se refuerza, para seguir profundizando la oferta del Modelo hermenéutico. De esta manera, y con tales presupuestos, permítaseme entrar a considerar la propuesta en sí misma.



Notas de pie de página




[1]En la Clasificación de la UNESCO el Derecho canónico aparece catalogado en la posición 5601.1, dentro de las “Ciencias jurídicas y derecho”, con una referencia a la “Antropología” y su posición 5101.10 “Religión (ver 5403.04, 5506.21, 5601, 5906.05, 6301.10, 7102.05 y 7204.04)”, en http://www.et.bs.ehu.es/varios/unesco.htm
Considero de importancia fundamental en la materia el breve discurso pronunciado por el Papa BENEDICTO XVI a los participantes en el Encuentro de Estudio promovido y organizado por el Pontificio Consejo para los Textos Legislativos – presidido en la actualidad por quien fuera mi Profesor, S. Em. R. Francesco Coccopalmerio – con ocasión del XXV aniversario exacto de la promulgación del CIC, el día 25 de enero de 2008.
El CIC, indicó el Papa a quienes poseen una cierta noción del mismo, “no es un conjunto de normas producidas por el Legislador eclesial para este especial pueblo que es la Iglesia de Cristo. Él es, en primer lugar, la declaración autorizada, por parte del Legislador eclesial, de los deberes y derechos, que se fundamentan en los sacramentos y que son, por lo tanto, nacidos por institución de Cristo mismo”. Se trata, pues, de una condición o fundamento de tipo cristológico y sacramental en su más precisa raíz.
La dimensión eclesiológica es reiterada también por el Sumo Pontífice al señalar que en el CIC se expresan fehacientemente deberes y derechos por cuanto ello es exigencia propia de la visibilidad de la Iglesia.
De las razones anteriores nace la necesidad de que todos los fieles no sólo lo observen, sino que lo lleguen a “amar”, por cuanto no otro sentido tiene el Derecho canónico sino servir de “ayuda para que los fieles se dirijan hacia su propio fin” y sea como “ley de libertad, que hace a las personas (cada día más) libres para adherir a Jesucristo”. Corresponde al Derecho canónico, en consecuencia, “tutelar los delicados intereses de las cosas de Dios”, la “protección de los derechos de los más débiles, de aquellos que no tienen otras fuerzas para hacerse valer”, la “defensa de aquellos delicados «bienes» que cada fiel ha recibido gratuitamente, como son el don de la fe, de la gracia de Dios, que, en la Iglesia no pueden quedar sin la adecuada protección por parte del Derecho”. En: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21552.php?index=21552&po_date=25.01.2008&lang=sp (Traducción mía).
[2] Se atribuye a esta índole pastoral del derecho canónico el surgimiento de la pregunta por las relaciones entre teología y el mismo derecho canónico. El Papa, en el discurso citado en la nt. anterior, nuevamente lo recuerda y enfatiza.
Un resumen de la problemática desatada por la Revista Con en 1965 y en los años posteriores, en pleno Concilio y en las etapas sucesivas de la reforma codicial al respecto puede verse en: REDAELLI, C. R.: “Le principali 'scuole' canonistiche del dopo-Concilio”, en: Il concetto di diritto nella Chiesa nella riflessione canonistica tra concilio e codice Glossa ed. Milano 1991, en (consulta julio 2007): http://www.canonistica.net/dcscuole.htm 
[3] OT sobre la formación sacerdotal, 28 de octubre de 1965, original en AAS 58 1966 713-727 n. 16d.
[4] Esta cuestión condiciona enormemente cualquier planteamiento, por cuanto no se pude realizar, incluso ni iniciar, una investigación sobre un tópico determinado, si simultáneamente no existen las condiciones metodológicas, conscientes o inconscientes, que la permiten. Y todo el ámbito ideológico al que nos referimos en el capítulo pasado, y las condiciones históricas y sociales que contribuyen a re-velar una situación o a encubrirla.
[5] Se ha abierto paso la reflexión sobre la realización del trabajo teológico, y en particular sobre los aspectos metodológicos relacionados con el mismo, dentro de un contexto más amplio en el que se efectúa un ejercicio de “participación” o “cooperación en la mediación” salvífica. Al respecto, cf. Marcello BORDONI: “L’universalità della salvezza in Cristo e le mediazioni partecipate”, en: PONTIFICIA ACADEMIA TEOLÓGICA: Path 2 2003/2 375-399, especialmente 397; CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE: Respuestas a algunas preguntas acerca de ciertos aspectos de la doctrina sobre la iglesia, 29 de junio de 2007, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20070629_responsa-quaestiones_sp.html Cf. el “Comentario”, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20070629_commento-responsa_sp.html
[6] Discurso del 5 de febrero de 1987, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1987/documents/hf_jp-ii_spe_19870205_roman-rota_it.html; en L’OR (italiano) del 6 de febrero de 1987 5. Retomó el asunto en Fides et ratio.
[7] Entre los elementos que comprendería esta “antropología” el Papa mencionaba: a) el ser humano ha sido “creado a imagen de Dios, capaz de conocer y de amar a su propio Creador” (GS 12); b) “en sí mismo”, sin embargo, opera “una división” (GS 10); c) unirse con Dios es la “actuación de esta vocación suya”; d) esta visión o concepción del hombre no repugna necesariamente con todas las otras visiones o concepciones personalistas del hombre, aunque sí las completa (cf. nn. 4-6 en o. c.). Cf. Iván F. MEJÍA A.: Derecho canónico y Teología, o. c., p. 17, nt. 33, 9ss.
[8] BENEDICTO XVI: Audiencia a los participantes del Encuentro Inter-Académico promovido por la Academia de Ciencias de París y por la Pontificia Academia de Ciencias, 28 de enero de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21567.php?index=21567&po_date=28.01.2008&lang=sp (Traducción mía).
El Santo Padre, asumiendo la perspectiva agustiniana, volvió sobre el tema con ocasión del Congreso Internacional promovido por la Pontificia Universidad del Laterano en el X Aniversario de la Fides et ratio, 16 de octubre de 2008. Cf. http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22767.php?index=22767&po_date=16.10.2008&lang=sp 
[9] El mismo Sumo Pontífice, Juan Pablo II, decía cuán benéfica era para la acción del teólogo y del mismo Magisterio esta interrelación: “La doctrina social, especialmente hoy día, mira al hombre, inserido en la compleja trama de relaciones de la sociedad moderna. Las ciencias humanas y la filosofía ayudan a interpretar la centralidad del hombre en la sociedad y a hacerlo capaz de comprenderse mejor a sí mismo, como «ser social». Sin embargo, solamente la fe le revela plenamente su identidad verdadera, y precisamente de ella arranca la doctrina social de la Iglesia, la cual, valiéndose de todas las aportaciones de las ciencias y de la filosofía, se propone ayudar al hombre en el camino de la salvación. Así, la encíclica Rerum novarum puede ser leída como una importante aportación al análisis socioeconómico de finales del siglo XIX, pero su valor particular le viene de ser un documento del Magisterio, que se inserta en la misión evangelizadora de la Iglesia, junto con otros muchos documentos de la misma índole. De esto se deduce que la doctrina social tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización: en cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo. Solamente bajo esta perspectiva se ocupa de lo demás: de los derechos humanos de cada uno y, en particular, del «proletariado», la familia y la educación, los deberes del Estado, el ordenamiento de la sociedad nacional e internacional, la vida económica, la cultura, la guerra y la paz, así como del respeto a la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte”. En: CA 54.
[10] Véase el texto original, del cual he hecho la traducción: “"Uscire" significa anche respingere l’autoreferenzialità, in tutte le sue forme, significa saper ascoltare chi non è come noi, imparando da tutti, con umiltà sincera. Quando siamo schiavi dell’autoreferenzialità finiamo per coltivare una "spiritualità di etichetta": "Io sono CL". Questa è l’etichetta. E poi cadiamo nelle mille trappole che ci offre il compiacimento autoreferenziale, quel guardarci allo specchio che ci porta a disorientarci e a trasformarci in meri impresari di una ONG”: discurso del 7 de marzo de 2015, tomado, en la fecha, de: http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2015/03/07/0168/00374.html
[11] El problema sigue siendo importante en su discusión. Cf. Mary Gerard ONYENONACHI NWAGWU: Theology and methodology of Canon Law Port Hardcourt (Nigeria) 2002. Acerca de la Sagrada Escritura como “fuente primera y fundamental”, cf. Jean WERCKMEISTER: “Festvortrag: Die Bibel als normative Quelle des Kirchenrechts”, en: Andreas WEIß - Stefan IHLI (eds.): Kulturgutschutz und Kirche, Bibel und Kirchenrecht. Symposion und Festakt anlässlich des 60. Geburtstags von Professor Dr. Richard Puza Peter Lang Verlagsgruppe Frankfurt am Main 2004 125-134.
En el ámbito de lengua castellana, pueden verse: Eduardo MOLANO: “La teología del derecho canónico, nueva disciplina”, en ICan XLVI 92 2006 485-519. Dado que se trata de una asignatura “nueva” que debe incluirse en los programas de postgrado (Licentia ecclesiastica) de las Facultades de Derecho canónico, el autor expone la discusión acerca de aquello en lo que consiste la “teología del derecho canónico”, cuál sería su justificación epistemológica y su modo de proceder metodológico, etc. El tema sigue, pues, vigente. Puede consultarse este documento en: http://dspace.unav.es/dspace/bitstream/10171/2974/1/Ius92-04.MolanoEst.pdf
[12] El Concilio Vaticano I (1869-1870), profundizando en las enseñanzas del Papa Pio IX (1846-1870) al respecto, expuso los “errores del modernismo”, resultados básicamente de su agudo “racionalismo”. Se trata de la Constitución Dei Filius (24 abril de 1870) sobre las relaciones entre fe y razón (DS 3000-3045), cuyo cuarto y último capítulo desarrollaba, precisamente, la problemática de la fe en su relación con la ciencia (DS 3015-3020). Para nuestro asunto, también es de importancia central el capítulo segundo, “De revelatione” (DS 3004-3007). El problema tratado más álgido, sin embargo fue el de la infalibilidad pontificia, que opuso a dos grandes teólogos y escuelas en su seno: la de los partidarios, capitaneada por el Cardenal Manning; la de los adversarios, sobre todo franceses, dirigida por Dupanloup y Von Ketteler. La disputa la resolvió por casi unanimidad (más de 700 obispos asistentes) la Constitución Pastor Aeternus del 18 de julio de 1870, que apeló, a su vez, a la definición del Concilio de Florencia, de 1439. Cf. Domingo RAMOS-LISSON: “Historia de los Concilios Ecuménicos”, en: Javier PAREDES (dir.): Diccionario de los Papas y Concilios Ariel Referencia Barcelona 1998 634-636.  
Ahora bien, asumir esta angulatura de énfasis y preeminencia no pretende en absoluto suponer que la fe pueda discurrir sin ayuda, ni siquiera mínima, de la razón, y mucho menos contra ella. Todo lo contrario. El ejercicio de S. Tomás de Aquino al respecto es sumamente ilustrativo: por ejemplo, cuando trataba los asuntos más altos de la fe o de la santidad e, inclusive, de la vida o disciplina interna de la Iglesia, nunca dejó de citar aquellos argumentos – el peso y razonabilidad de los mismos – provinieran de quien fuera, aún de quienes no compartían su misma fe, como es el caso de Aristóteles. Los lugares son numerosísimos. Cuanto más él quería resaltar era en qué manera y de qué modo las verdades de la fe y las propias de la experiencia sensible – que había presentado Aristóteles, por ejemplo – eran compatibles y complementarias. Por eso se lo denomina el “autor de la segunda gran síntesis cristiana”.
En nuestro tiempo, el Papa Benedicto XVI ha reiterado de manera, a mi juicio, sumamente categórica este mismo principio. Lo hizo en su homilía de la solemnidad de la Cátedra de San Pedro, 19 de febrero de 2012, en la Basílica Vaticana, con ocasión de la concelebración eucarística con los nuevos 22 Cardinales creados por él en el Consistorio del día anterior: “"La gran Cátedra está apoyada sobre los Padres de la Iglesia. Los dos maestros de oriente, san Juan Crisóstomo y san Atanasio, junto con los latinos, san Ambrosio y san Agustín, representando la totalidad de la tradición y, por tanto, la riqueza de las expresiones de la verdadera fe en la santa y única Iglesia. Este elemento del altar nos dice que el amor se asienta sobre la fe. Y se resquebraja si el hombre ya no confía en Dios ni le obedece. Todo en la Iglesia se apoya sobre la fe: los sacramentos, la liturgia, la evangelización, la caridad. También el derecho, también la autoridad en la Iglesia se apoya sobre la fe. La Iglesia no se da a sí misma las reglas, el propio orden, sino que lo recibe de la Palabra de Dios, que escucha en la fe y trata de comprender y vivir. Los Padres de la Iglesia tienen en la comunidad eclesial la función de garantes de la fidelidad a la Sagrada Escritura. Ellos aseguran una exegesis fidedigna, sólida, capaz de formar con la Cátedra de Pedro un complejo estable y unitario. Las Sagradas Escrituras, interpretadas autorizadamente por el Magisterio a la luz de los Padres, iluminan el camino de la Iglesia en el tiempo, asegurándole un fundamento estable en medio de los cambios históricos": en: http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2012/documents/hf_ben-xvi_hom_20120219_nuovi-cardinali.html (Cursiva es mía).
[13] Recordando, y precisando al mismo tiempo, los elementos que constituyen la norma canónica – y el conjunto de las diversas normas – como una realidad eclesial que particularmente requiere de la teología para ser adecuadamente comprendida el Papa BENEDICTO XVI, al celebrar el XXV aniversario de la Constitución apostólica Sacrae disciplinae leges, 25 de enero de 2008, afirmaba: “Para que la ley canónica pueda cumplir este precioso servicio (al munus pastoral) debe ser, ante todo, una ley bien estructurada. Es decir, ella debe estar relacionada, por un lado, con aquel fundamento teológico que le proporciona razonabilidad y es esencial título de legitimidad eclesial; y por el otro, ella debe ser coherente con las mudables circunstancias de la realidad histórica del Pueblo de Dios. Además, debe ser formulada de manera clara, sin ambigüedad, y siempre en armonía con las restantes leyes de la Iglesia. Es necesario, por tanto, abrogar las normas que resultan superadas; modificar aquellas que necesitan ser corregidas; interpretar – a la luz del Magisterio vivo de la Iglesia – aquellas que son dudosas, y, finalmente, colmar las eventuales «lagunas de la ley». Como dijo el Papa Juan Pablo II a la Rota Romana, «deben estar presentes y ser aplicadas las diferentes manifestaciones de aquella flexibilidad que, precisamente por razones pastorales, ha distinguido siempre al Derecho canónico” (Com XXII 1990 5). Os corresponde vigilar, en el Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, a fin de que la actividad de las varias instancias llamadas en la Iglesia a dictar normas para los fieles puedan siempre reflejar en su conjunto la unidad y la comunión que son propias de la Iglesia”. En: Audiencia a los participantes en el Encuentro de Estudio promovido por el Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, 25 de enero de 2008, en: http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2008/january/documents/hf_ben-xvi_spe_20080125_testi-legislativi.html
[14] Agostino MARTINI: “Il diritto nella relata umana” en: AA.VV.: Il diritto nel mistero della Chiesa Pontificia Università Lateranense Roma 1986 57.
[15] Cánones 7-22 del CIC.
[16] El Papa JUAN PABLO II puntualizó este aspecto el 29 de enero de 2005, en su discurso anual a los Auditores Rotales. Les dijo en esa ocasión: “6. Además, el juez debe atenerse a las leyes canónicas, rectamente interpretadas. Por eso, nunca debe perder de vista la conexión intrínseca de las normas jurídicas con la doctrina de la Iglesia. En efecto, a veces se pretende separar las leyes de la Iglesia de las enseñanzas del Magisterio, como si pertenecieran a dos esferas distintas, de las cuales sólo la primera tendría fuerza jurídicamente vinculante, mientras que la segunda tendría meramente un valor de orientación y exhortación. Ese planteamiento revela, en el fondo, una mentalidad positivista, que está en contraposición con la mejor tradición jurídica clásica y cristiana sobre el derecho. En realidad, la interpretación auténtica de la palabra de Dios que realiza el Magisterio de la Iglesia (cf. Dei Verbum, 10) tiene valor jurídico en la medida en que atañe al ámbito del derecho, sin que necesite de un ulterior paso formal para convertirse en vinculante jurídica y moralmente. Asimismo, para una sana hermenéutica jurídica es indispensable tener en cuenta el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, situando orgánicamente cada afirmación en el cauce de la tradición. De este modo se podrán evitar tanto las interpretaciones selectivas y distorsionadas como las críticas estériles a algunos pasajes.” Cf. http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/2005/january/documents/hf_jp-ii_spe_20050129_roman-rota_sp.html (La cursiva es mía). En nuestro diseño del Modelo hermenéutico tendremos ocasión de volver sobre este importante aspecto.
El problema que tratamos presenta un cariz eclesiológico, porque el Derecho canónico es ley de la Iglesia. Hace referencia al “tipo” o “modelo” de Iglesia que se encuentra a la base de nuestra idea de Iglesia, tantas veces considerada desde la perspectiva de uno sólo de sus elementos constitutivos, pero con consecuencias tan nefastas en su implementación, como que van, desde un desdén por las normas canónicas y su real desconocimiento, teórico y práctico, hasta un inmovilismo pétreo de las mismas, a la total inactividad y a la falta de provecho en su aplicación: se llegan a contraponer excluyentemente “pastoral” y “derecho canónico”: una especie de “pastoral, sí; derecho canónico, no”.
De igual manera, e íntimamente unido al problema anterior, se manifiesta también el aspecto sacramentológico general, ya que debemos preguntarnos por el valor intrínseco, o meramente extrínseco, que tendría el Derecho canónico en el orden de la salvación durante nuestro camino en la historia.
No ahondemos en estas materias por el momento, pero podemos decir sintéticamente que nuestra respuesta a este propósito pretende, básicamente, en acoger y en penetrar en cuanto sea posible, en las enseñanzas del Concilio Vaticano II  sobre la Iglesia y sobre la necesidad de la renovación de las instituciones que están sujetas al paso del tiempo de modo que transparenten y transmitan mejor la gracia salvadora de Cristo.
[16 bis] Véase como ejemplo, en la obra de Felipe MELANCHTON: Loci theologici, original de 1521, reimpresión por Dykiano Lipsiae 1860, "Loci communes rerum theologicarum", "De humanis legibus", 51-52, en: https://books.google.com.co/books?id=V-ArAAAAYAAJ&pg=PA51&lpg=PA51&dq=loci+theologici+ius+canonicum&source=bl&ots=R6xjAkOX4v&sig=hpkJJwKGkg4GU-jjPrFMgu3kNIM&hl=es&sa=X&ved=0ahUKEwjR_PPw36jbAhVR1lMKHRnUADEQ6AEIWzAH#v=onepage&q=loci%20theologici%20ius%20canonicum&f=false
[17] El Papa JUAN PABLO II lo reiteró con ocasión de la promulgación del CIC en 1983 y de su presentación al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. Dijo entonces: “3. Una primera respuesta, al respecto, puede venir de la consideración de la historia. Diciendo esto, no me refiera sólo a la historia ya bimilenaria de la Iglesia, durante la cual, en tantos siglos de trabajo incesante y de confirmada fidelidad a Cristo, se descubre en ella, entre otros elementos que se pueden relevar, la existencia de una ininterrumpida tradición canónica de prestigioso valor doctrinal y cultural, la cual proviene desde los primeros orígenes de la era cristiana hasta nuestros días, de la cual el Código, recién promulgado, constituye un nuevo, importante y sabio capítulo. No: no sólo me refiero a ello; sino, remontándome hacia atrás en el tiempo, me refiero a la historia del Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, cuando el pacto de la alianza del Dios de Israel se configuró en precisas disposiciones culturales y legislativas, y el hombre a quien fue confiado el papel de mediador y profeta entre Dios y su pueblo, es decir, Moisés, llegó a ser simultáneamente el legislador. Y precisamente desde entonces, es decir, desde la alianza del Sinaí, cuando aparece, para asumir poco a poco progresivo relieve, el nexo entre «foedus» y «ley». […] En esta relación entre «foedus» y «ley», y caracterizadamente, en el acento referido de la «religión del corazón» existía ya una anticipación de los tiempos nuevos, también estos preanunciados y quizás maduros según el plan divino.
4. Viene Jesús, el nuevo Moisés, el mediador y legislador supremo (cf. 1 Tm 2,5), y he aquí que la atmósfera de improviso se eleva y se purifica. Y proclama en el discurso programático de la Montaña que “no ha venido a abolir sino a dar cumplimiento” a la antigua Ley (Mt 5,17); pero, de inmediato, Él da una caracterización nueva, o mejor, infunde un espíritu nuevo a los preceptos de aquella: “Se dijo a los antiguos… pero yo os digo” (cf. Mt 5,21-48). Reivindicando para sí una plenitud de potestad, válida en el cielo y en la tierra (cf. Mt 28,18), la transmitió a sus Apóstoles. Una potestad – se afirma – universal y real, que está en función de una legislación que tiene, como mandamiento general, el amor (cf. Jn 13,34), del cual Él mismo ofrece el ejemplo, como el primero, en la su máxima dimensión de dar la vida por los hermanos (cf. Jn 15,13). […]
5. Construida sobre el fundamento de los Apóstoles y Profetas (cf. Ef 2,20), la Iglesia de Cristo – la Iglesia de la Pascua y de Pentecostés – inició pronto su peregrinación en el mundo; y es bien natural que, en el transcurso de los siglos, gracias a las exigencias que fueron surgiendo, a las necesidades prácticas y a las experiencias poco a poco maduradas en el ejercicio conjunto de la autoridad y de la obediencia, gracias a la variación tan diferenciada de las circunstancias, se vinieron a crear en el seno de la Iglesia, como realidad histórica y viviente, un complejo de leyes y de normas, que ya en el Medioevo temprano llegó a ser una amplia y articulada legislación canónica. […]”: Discurso del 3 de febrero de 1983, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1983/february/documents/hf_jp-ii_spe_19830203_nuovo-codice_it.html
Una reciente reflexión sobre algunos aspectos fundamentales de la cuestión puede verse en Agostino MONTAN: “La Rivelazione divina e la sua trasmissione del tempo: professione di fede, formule teologiche, magistero, disciplina canonica”, en: CONSOCIATIO INTERNATIONALIS STUDIO IURIS CANONICI PROMOVENDO – FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO SAN PÍO X: XIII Congreso de la Asociación Internacional “El Ius divinum en la vida de la Iglesia”, 17 al 21 de septiembre de 2008, Venecia, Italia (publicación: ARRIETA, Juan Ignacio (a cura di) – FABRIS, Costantino-M. (coord. ed.): Ius divinum, o. c., p. 56, nt. 120, 1215-1227).
Como se puede apreciar, estamos en el meollo de la cuestión. Relacionar las personas, sus comunidades y sus entornos y circunstancias, entre lugares y tiempos, nos permite “acordar los derechos”. Y, para el caso, poder sintonizarlos también con la Revelación, en su período de la gestación de su puesta por escrito, ciertamente, pero igualmente para reconocerla en la Tradición y en el momento presente. Es el tema de los “contextos”, al cual hemos dedicado bastantes lugares en este trabajo. En efecto, la conciencia del "contexto" en teología es sumamente importante, y tanto esta idea como la expresión misma he tenido la intención de hacerla explícita en esta investigación. Denota su importancia al encontrarse, entre otras perspectivas, ora, utilizada para tratar de comprender mejor los dichos y hechos de la vida de Jesús (p. 19, 101-104, 397, etc.), ora, empleada para describir y analizar la situación actual e invocada para destacar la necesidad de actuar en ella (pp. 1147, 12, 21, 28, 30, 39, etc.), u ora, como uno de los criterios que pretendo tener como guía consciente de mi propia manera de proceder (pp. 5, 10, 45, etc.), es decir, buscando siempre detectar comunes denominadores que establezcan todos los puentes posibles hasta detectar (mejor que formar) una trama lo más universal y homogénea posible, pero, al mismo tiempo, lo más respetuosa que se pueda de las particularidades regionales-culturales, e, inclusive, individuales - el diálogo de Dios con cada persona es de este tipo también - (p. 42, etc.). Véase acerca del problema el art. de Ignacio CERVERA CONTE, S. J.: "La contextualización en el quehacer teológico", en Estudios Eclesiásticos 81 2006/316 145-176.
[18] Cf. Iván F. Mejía A.: Derecho canónico y Teología, o. c., p. 93, nt. 223, 33.
Apurando más el argumento, algunos han llegado a proponer algo más: “cambiar o actualizar los diez mandamientos”, como ha sugerido Fernando SAVATER, conocido filósofo y divulgador español. Dice éste, en efecto, que en su actual presentación “son anticuados, anacrónicos y viejos”, por lo que habría que “revaluarlos”. “Cuando Moisés recibió las tablas de los Diez Mandamientos, no existía la inteligencia artificial ni la inseminación artificial ni menos la clonación, Internet y mujeres, e incluso hombres, que pidieran igualdad de derechos para el sexo femenino. De hecho, las mujeres no votaban ni iban a la escuela, sólo tenían hijos y cuidaban de ellos y de sus maridos. Todo esto obliga a reflexionar sobre situaciones que hasta hace poco no se podían concebir. No estamos en presencia de una doble moral, sino de nuevos campos de aplicación de principios que se han mantenido a través de los tiempos”, concluye la cita. Cf.  Ángela Constanza JEREZ: “Libro. Trata a los demás como quieras que te traten a ti. Polémica propuesta para cambiar los mandamientos”, en: El Tiempo 23 de marzo de 2005 1-2.
Entramos a la segunda gran cuestión: la problemática referente a la cristología considerada en sí misma, ciertamente, pero, de manera especial, la problemática relativa a las consecuencias que ella tiene en la eclesiología, en la teología moral y en la teología del derecho canónico.
En lo concerniente a la teología moral cristiana y al derecho canónico, debemos analizar, ante todo, las posibilidades, así como los límites, que tiene la elaboración de una y otro cuando se tiene en cuenta la “distancia” existente de hecho entre los acontecimientos pascuales que nos narran los Evangelios y nosotros, es decir, con aquellos comportamientos que hoy en día nos correspondería efectuar si es que de verdad hemos optado por creer en Jesucristo como nuestro Señor y Salvador y en entrar en su seguimiento. Ya San Pablo, en su época, tan cercana, por cierto, a la de su Señor crucificado, se preguntaba esto mismo, cuando afirmaba que él quería ser “imitador” suyo. Nosotros, quienes por múltiples y evidentes razones vivimos en contextos tan diferentes a aquellos en los que vivió el Verbo encarnado, nos preguntamos también cómo habría de ser nuestro seguimiento actual del Señor.
Más aún, nos interrogamos, ¿cómo establecer una vinculación que sea válida y razonable, y, en este sentido, “científica”, entre las definiciones dogmáticas que se establecieron en la Iglesia durante los primeros siglos cristianos mediante los Concilios, y el vigente Código de 1983, siendo que las situaciones y los contextos son, igualmente, tan diversos en muchos aspectos?
Al respecto se han ofrecido diversas soluciones. Una primera, que, a mi juicio, en muchísimos casos, resulta del todo insuficiente e inadecuada, se presenta especialmente cuando debemos hacer frente, por ejemplo, a aquellos descubrimientos que hoy efectúa la ciencia y aplica con técnica (como sería el caso de los hallazgos concernientes al ADN) cuyas consecuencias en muchos casos son aún insospechadas: se opina que la puesta en práctica por parte nuestra se asienta sólo en una lectura “literalista” del Evangelio, o de la Escritura más ampliamente, como si ella se tratara de un “manual” de casos o fuera un “tratado exhaustivo y sistemático” de teología moral o de normas canónicas, ya que en ella, se dice, se encuentran las respuestas para todo. Para el caso del Derecho canónico, según esta opinión, éste debería reducirse, si acaso, a sacar una serie de textos evangélicos o bíblicos, de disponerlos adecuadamente según ciertos temas o intereses, y despreocuparse de todo lo demás porque “allí lo tiene todo”.
Otra solución que, también a mi juicio, pareciera a primera vista ser respuesta, pero que, en realidad evita el fondo del problema, al mismo tiempo que expresa con frecuencia una pobre concepción eclesiológica, consiste en apuntar: “que lo diga la Iglesia”, o “lo que diga la Iglesia”, como si ella, en muchísimos casos, pudiera decir u obrar arbitrariamente, pero, bajo su autoridad, uno se habría de acoger tranquilamente, pasivamente, y, en nuestro mundo actual, acríticamente. Y esto valdría especialmente cuando se presenta el caso de las reglas canónicas, sobre todo cuando se las interpreta como “frías” e “intocables”: ¡“dura lex”!
[19] ¡No estamos “descubriendo el agua fría”! La conciencia de este complejo y fundamental problema no escapa ni a los teólogos – en este caso los biblistas – ni a la Autoridad de la Iglesia que han venido trabajando sobre ello. Ni, tampoco, sus intentos de solución, que, por otra parte, aún sin conocer formalmente en muchos casos, tendremos muy en cuenta a lo largo de estas páginas.
En efecto, a través de un órgano institucional “consultivo, puesto al servicio del Magisterio”, como es la PONTIFICIA COMISION BIBLICA, se ha pronunciado al respecto por medio del documento: Bibbia e morale. Radici bibliche dell’agire cristiano, fechado el 11 de mayo de 2008, en el que afirma al respecto: «En la segunda parte del documento se pone en evidencia que en la Sagrada Escritura no se pueden encontrar directamente soluciones a tantos problemas de hoy. Con todo, la Biblia, aunque no ofrece soluciones preconcebidas, presenta criterios cuya aplicación ayuda a encontrar soluciones válidas para el obrar humano. Se indican ante todo, dos criterios fundamentales: la conformidad con la visión bíblica del ser humano y la conformidad con el ejemplo de Jesús, y sucesivamente otros criterios particulares. Del conjunto de la Sagrada Escritura, en efecto, se pueden deducir al menos seis líneas-fuerza para llegar a sólidas tomas morales de posición, que se apoyan sobre la revelación bíblica: 1) una apertura a las diversas culturas y, por tanto, a un cierto universalismo ético (criterio de convergencia); 2) una toma de posición firme contra los valores incompatibles (criterio de contraposición); 3) un proceso de afinación de la conciencia moral que se encuentra al interior de cada uno de los dos Testamentos (criterio de progreso); 4) una rectificación de la tendencia a dejar las decisiones morales en la sola esfera subjetiva, individual (criterio de dimensión comunitaria); 5) una apertura a un futuro absoluto del mundo y de la historia, susceptible de señalar en profundidad el objetivo y la motivación del obrar moral (criterio de la finalidad); 6) una determinación atenta, según los casos, del valor relativo o absoluto de principios y preceptos morales (criterio de discernimiento).» (Prefacio, h).
«El hombre de hoy, considerado tanto individual como colectivamente, es sometido a confrontación cada día con problemas morales delicados que el desarrollo de las ciencias humanas, por una parte, y la mundialización de las comunicaciones, por otra, le ponen constantemente sobre el tapete, hasta el punto de que aún creyentes convencidos tiene la impresión de que algunas certezas de otra época hayan sido anuladas. Se piense sólo en los modos diversos de abordar la ética de la violencia, del terrorismo, de la guerra, de la inmigración, del compartir las riquezas, del respeto por los recursos naturales, de la vida, del trabajo, de la sexualidad, de las investigaciones en el campo genético, de la familia o de la vida comunitaria. Frente a esta compleja problemática, en los últimos decenios se ha podido estar tentados, en teología moral, a marginar, en todo o en parte, la Escritura. ¿Qué hacer cuando la Biblia no da respuestas completas? ¿Y cómo  integrar los datos bíblicos, cuando para elaborar un discurso moral sobre tales cuestiones es necesario acudir a las luces de la reflexión teológica, de la razón y de la ciencia? Este será ahora nuestro proyecto. 
Un proyecto delicado, por el hecho de que el canon de la Escritura se presenta como un conjunto complejo de textos inspirados: una colección de libros provenientes de autores de épocas muy diversas, que expresan insistencias teológicas múltiples, que afrontan o exponen las cuestiones morales de modos tan diferentes, a veces en los marcos de textos legislativos o de discursos prescriptivos, a veces en el marco de narraciones que tienen por objeto la revelación del misterio de la salvación o presentan ejemplos concretos de vida moral, sean ellos positivos o negativos. En el curso del tiempo se asiste, además,  a una diversa evolución y afinación de la sensibilidad y de las motivaciones morales. Todo esto demuestra la necesidad de definir criterios metodológicos que permitan hacer referencia a la Sagrada Escritura en materia moral, teniendo en cuenta contemporáneamente a los contenidos teológicos, la complejidad de su composición literaria, y, en fin de su dimensión canónica. A este propósito se tendrá en cuenta de modo del todo particular la re-lectura que el Nuevo Testamento ha hecho del Antiguo, aplicando cuanto más rigurosamente sea posible las categorías de continuidad, discontinuidad y progreso que caracterizan las relaciones entre los dos Testamentos.
93. En la exposición, para aclarar en cuanto se pueda, a partir de la Escritura, las decisiones morales difíciles, distinguiremos dos criterios fundamentales (conformidad con la visión bíblica del ser humano y conformidad con el ejemplo de Jesús) y los otros seis criterios más específicos (convergencia, contraposición, progreso, dimensión comunitaria, finalidad y discernimiento). En cada uno de estos casos enunciamos el criterio y mostramos, sobre la base de textos o temas, cómo el criterio se funda sobre uno u otro Testamento y sugiere orientaciones para hoy» (Segunda parte: Algunos criterios bíblicos para la reflexión moral. Introducción, 92bcd y 93 a)”. Texto en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/pcb_documents/rc_con_cfaith_doc_20080511_bibbia-e-morale_it.html
[20] Nuevamente, fue el Papa JUAN PABLO II quien propuso, desde el mismo momento de su promulgación, la necesidad de profundizar cada día más en esta línea. En la mencionada ocasión de su discurso al Cuerpo Diplomático (cf. supra, nt. 235) señaló: “6. Pero, omitiendo las posteriores vicisitudes hasta la codificación de 1917, convendrá pasar ahora de la perspectiva histórica a la propiamente teológica y eclesiológica, para volver a encontrar – sobre la guía de cuanto nos ha enseñado el Concilio Vaticano II  – las motivaciones más profundas y más verdaderas de la legislación eclesiástica: al variar las disposiciones particulares, en efecto, se reencuentra la exigencia, connatural a la Iglesia, de tener sus leyes. Ayer como hoy. ¿Por qué? En la Iglesia de Cristo – nos ha repetido el reciente Concilio – junto al aspecto espiritual e interno existe el visible y externo; en ella existe unidad, siendo verdad que es esta una de sus notas fundamentales, pero esta unidad, lejos de excluir se compone y se entrelaza con la «diversidad de los miembros y de los oficios» (cf. Lumen gentium 7-8)”: en:  http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1983/february/documents/hf_jp-ii_spe_19830203_nuovo-codice_it.html
Se pudiera juzgar que nuestro intento pretendería desvalorizar otras vías de la investigación filosófica, histórica o teológica ya avaladas con el tiempo, pero no es así. Ellas conservan intacto su valor simbólico y “profético” que nos orientan, al menos, hacia la vida cristiana, hacia la comunión con Cristo, hacia su misterio de muerte y resurrección. Tendremos que acudir, más aún, a dichas fuentes siempre valiosas y siempre válidas, accesibles a personas mortales como nosotros, y dones de Dios para todos los bautizados.
Momento especialmente crítico de esta larga y compleja historia lo representa la Modernidad. Lograr descubrir “las motivaciones más profundas y verdaderas de la legislación eclesiástica”, ir al caudal subterráneo de la vida misma de la Iglesia en ese denso período, ha representado más de un problema “hermenéutico”. Ha sido el Papa BENEDICTO XVI quien ha “cogido el toro por los cuernos” al expresar en notable ocasión: “Existe una continuidad dinámica entre el anuncio de los primeros discípulos y el nuestro. En el curso de los siglos, la Iglesia nunca ha dejado de proclamar el misterio salvífico de la muerte y resurrección de Jesucristo; pero ese mismo anuncio tiene hoy necesidad de un renovado vigor para convencer al hombre contemporáneo, a menudo distraído e insensible. La nueva evangelización deberá, por esto mismo, hacerse cargo de encontrar los caminos para hacer mayormente eficaz el anuncio de la salvación, sin el cual la existencia personal se queda en su contradictoriedad y privada de lo esencial. También para quien se mantiene ligado a las raíces cristianas, pero vive la difícil relación con la modernidad, es importante hacerle comprender que el ser cristiano no es una especie de vestido que uno se pone en el ámbito privado, o en particulares ocasiones, sino una realidad viva y totalizante, capaz de asumir todo cuanto hay de bueno en la modernidad”. Durante el discurso a los participantes en la Asamblea plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, 30 de mayo de 2011, en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27572.php?index=27572&po_date=30.05.2011&lang=sp
Sirva la ocasión para poner de manifiesto algo que, por sabido, se podría callar: que no son idénticos el papel del Magisterio y el papel del teólogo, ni el alcance de las enseñanzas del primero que el de las del segundo. Recuérdese lo que al respecto enseñó la Const. Dogmática DV 8, 10 y especialmente 23-24. Volveremos sobre el tema en varios lugares, pero téngase en cuenta, sobre todo, la nt. final ix.
[21] “Omnes homines veritatem in iis, quae Deum eiusque Ecclesiam respiciunt, quaerere tenentur eamque cognitam amplectendi ac servandi obligatione vi legis divinae adstringuntur et iure gaudent” (c. 748 § 1).
Las citas en español son de la traducción oficial, cuyos derechos han sido registrados por la Conferencia Episcopal Española. En el siguiente capítulo propondremos el análisis de la traducción latina y nuestra propia traducción.
[22] “Episcoporum conferentiae curent ut habeantur, si fieri possit et expedit, studiorum universitates aut saltem facultates, in ipsarum territorio apte distributae, in quibus variae disciplinae, servata quidem earum scientífica autonomia, investigentur et tradantur, doctrinae catholicae ratione habita” (c. 809).
[23] “In singulis universitatibus catholicis lectiones habeantur, in quibus eae praecipue tractentur quaestiones theologicae, quae cum disciplinis earundem facultatum sunt conexae” (c. 811 § 2).
[24] “Curent universitatum et facultatum ecclesiasticarum Moderatores ac professores ut variae universitatis facultates mutuam sibi, prout obiectum siverit, praestent operam, utque inter propriam universitatem vel facultatem et alias universitates et facultates, etiam non ecclesiasticas, mutua habeatur cooperatio, qua nempe eaedem coniuncta opera, conventibus, investigationibus scientificis coordinatis aliisque mediis, ad maius scientiarum incrementum conspirent” (c. 820).
[24 bis] Sobre los "lugares teológicos" en general, puede verse el escrito de Eberhard HAIBLE en Sacramentum mundi al respecto, en (consulta del 28 de mayo de 2018): 
http://www.mercaba.org/Mundi/4/lugares_teologicos.htm   Sobre el derecho canónico como "locus theologicus", en particular en relación con el matrimonio, puede verse de Johann GERHARD:  (ad cap. IV, sect. II, art. I, p. 295) en (consulta del 28 de mayo de 2018): Locorum Theologicorum. Tomus XV  IO. Georgii Cottae Tubinga 1776, en: 
https://books.google.com.co/books?id=Cm8PAAAAIAAJ&pg=RA1-PA295&lpg=RA1-PA295&dq=loci+theologici+ius+canonicum&source=bl&ots=j0hT19Lfim&sig=BT11QJXDckB-blhH2VrNz95Zfpk&hl=es&sa=X&ved=0ahUKEwjR_PPw36jbAhVR1lMKHRnUADEQ6AEISDAD#v=onepage&q=loci%20theologici%20ius%20canonicum&f=false
[25] Sergio MARTÍNEZ DUNSTAN: El impacto de la informática en la educación: ¿Qué implicaciones trae consigo el término «educación»?” -agosto 2001-, en (consulta agosto 2006): http://ciberhabitat.gob.mx/universidad/ui/eadei/eadeii.htm Cf. también la cuarta acepción del término, en: DRALE en: Vigésima segunda edición (en internet): http://buscon.rae.es/diccionario/drae.htm)
[26] Según el DRALE, “(Del gr. ἑρμηνευτικός). 1. adj. Perteneciente o relativo a la hermenéutica. 2. f. Arte de interpretar textos y especialmente el de interpretar los textos sagrados. 3. f. Fil. En la filosofía de Hans-Georg Gadamer, teoría de la verdad y el método que expresa la universalización del fenómeno interpretativo desde la concreta y personal historicidad”, en: http://buscon.rae.es/draeI/SrvltGUIBusUsual
[27] Cf. Iván F. Mejía A.: Derecho canónico y Teología, o. c., p. 93, nt. 223, 38ss. Ya hemos mencionado al Profesor P. Paolo Gherri en el capítulo anterior. Mencionemos ahora también en la misma línea crítica al Profesor Brian E. FERMÈ: “I principi interpretativi e «l’inventiva interpretativa»”, en: P 87 1998 191-213, y el texto ya ampliamente divulgado de Knut WALF: Derecho eclesiástico Herder Barcelona 1988 16-17.
[28] No puede olvidarse que los cc. 16-18 se refieren a la manera de proceder en la interpretación de las leyes de la Iglesia: a) la interpretación auténtica, por parte del mismo legislador, en un documento adecuado, o a la manera de una nueva ley, o a la manera de una sentencia judicial; b) la interpretación doctrinal (c. 17); y c) la interpretación de leyes “odiosas”. El c. 19 se refiere luego a aquellos casos de “lacuna Iuris”.
Nos interesa en nuestro caso, especialmente, el c. 17. La ley eclesiástica es una objetivación de la comprensión que efectúa la Iglesia de su propia vida espiritual y social, colocándose así en la gran tradición de las expresiones interpretativas de la humanidad, a las que hemos conocido como hermenéutica. Así como la tradición canónica de interpretar las leyes eclesiásticas ofrece una luz para resolver el conflicto entre el sentido común y la teoría, la hermenéutica acentúa la naturaleza dialogal del entendimiento, su carácter dinámico, su dimensión histórica tal como ella actúa dentro de y por medio de diferentes tradiciones, y su expresión actual con referencia a la situación presente. En diversos casos el c. 17 (“propria verborum significatio”) apela a inquirir el significado propio de las palabras, lo cual exige considerarlas en el contexto más amplio de las diferentes disciplinas que conforman la ciencia de la Iglesia. De modo semejante, la reflexión sobre la “mente” del legislador conduce a desaprobar la concepción voluntarista de la interpretación del significado de las leyes, que equipara la búsqueda por la voluntad del legislador con la meta última de la actividad interpretativa del esfuerzo canónico. Es necesario, pues, aprovechar las diferentes ramas de la hermenéutica e incorporarlas de manera válida para obtener una más feliz interpretación del Código.
El análisis del proceso de entendimiento que incorpora algunos resultados pertinentes de la reflexión hermenéutica, ayuda a mantener una interdependencia mutua e interactividad entre las operaciones cognitivas que crean una especie de círculo hermenéutico. Esto le permite al intérprete descubrir el significado del conjunto y luego aplicar para cada caso una intuición particular que enriquece, cualifica y corrige toda comprensión ya lograda sobre el texto canónico. De esta manera, el análisis de la noción de la norma legal, junto con algunos presupuestos de carácter ontológico, nos permiten conceptuar la existencia de una interpretación evolutiva del Código. Este carácter evolutivo constituye un criterio particular de la conducta del intérprete cuando debe actuar frente a una ley y le garantiza mantenerse en contacto con las exigencias de respuesta que le presentan los problemas relativos a la comprensión del significado de una ley que ha sido dada para todo el pueblo de Dios, para todo tiempo y lugar. Existen diversas posibilidades, destacándose aquella que propone, cf. Wojciech KOWAL: Understanding ecclesiastical laws: Canon 17 in light of contemporary hermeneutics University of Ottawa Canada 1997 235 pp.
[29] Es muy respetable la tradición, al respecto. Conforme al Decreto de la S. Congregación de Seminarios y Universidades del 31 de octubre de 1918 (AAS 11 1919 19), la materia de los exámenes para los grados en Derecho canónico son los cánones del Código, sin más programa, explicados conforme ordena el mismo Decreto. Tomo esta anotación del comentario que hacían los catedráticos de la Universidad de Salamanca al texto, en Código de Derecho canónico y legislación complementaria BAC Madrid 19627a revisada, ampliada, mejorada, 510.
El método canónico de interpretación se expresa de cuatro maneras principales, a saber: 1ª, el propiamente exegético, cuyo objetivo consiste en el conocimiento mismo de los cánones y en su interpretación conforme a las normas de interpretación, a las que aludimos en la nt. inmediatamente anterior; 2ª, el sistemático, que estudia las relaciones existentes entre las diversas normas: afirmaba Pío XII al respecto que el verdadero perito en derecho debía acudir siempre a los principios del derecho y a sus relaciones; 3ª, analítico, que busca los fundamentos teológicos de las normas: el legislador no obra por capricho, sino que transmite positiva y fielmente la voluntad del Legislador supremo. En esta voluntad existe una parte inmutable pero también otra que se adapta en el tiempo a las necesidades de la comunidad, por lo cual incluirá también los resultados de las reflexiones pastorales; 4ª, histórico, que consiste en el estudio de la producción histórica del derecho y de su evolución, la elaboración de los principios y su ejecución e implementación en la vida de la comunidad eclesial, de modo que se contribuye a llegar a conocer mejor la mente o mentalidad con la que actúa la Iglesia. 
[30] Sobre el punto volveremos más adelante a propósito de la cristología que proponemos. Baste aquí recordar lo señalado por el sociólogo Antonio LUCAS MARIN: “Ante la sorpresa de lo desconocido, siempre ha sido normal recurrir a comparaciones con cosas o seres más familiares, como medio de ampliar la comprensión de los fenómenos. La analogía es una forma habitual de proceder en el conocimiento, intentando ir de lo próximo y abarcable a lo lejano o desconocido. Esto es especialmente necesario cuando se desea reducir a un esquema sencillo una realidad compleja y escurridiza como lo social”, Introducción a la sociología. Para el estudio de la realidad social Eunsa Pamplona 1996 4a 76s.
Por su parte, el teólogo Hans Urs VON BALTHASAR afirmaba: “El hombre habla, pues, así: Como persona espiritual libre que conoce la verdad, el hombre, en su existir, expresa al mismo tiempo la naturaleza y a sí mismo. Dios escogió este lenguaje para su revelación. Esto significa que la revelación presupone, en el orden de la creación, una radical analogía del ser. Mas el Cuarto Concilio Lateranense describe la analogía de este modo: In tanta similitudine maior dissimilitudo. Como ha quedado demostrado, el lenguaje libre del hombre presupone un lenguaje natural carente de libertad, pues el hombre es un ser corporal y orgánico. Entre Dios y el hombre no existe, sin embargo, ningún lazo necesario”. Y, por si acaso se dudara que las relaciones entre los progresos culturales del entorno del pueblo de Israel – particularmente griegos – están muy ligados a Cristo y al “sentido” y “alcance universal” de su persona y misión, añadió: “No debemos tener miedo de deducir una última consecuencia, ya que los Padres de la Iglesia la dedujeron hace ya mucho tiempo: el nuevo grado de conciencia de la humanidad occidental, el descubrimiento del ser (y, por consiguiente, del concepto abstracto y necesario, del universalismo de la razón) por los griegos parece ser uno de los «presupuestos» por parte del hombre para la encarnación de Dios. Sin este presupuesto no habría existido la base para una predicación universalmente válida del Evangelio, o al menos no hubiera existido en una forma comprensible y adecuada para nosotros. Habrían faltado no solamente los correspondientes medios de expresión, sino también determinadas experiencias y determinadas estructuras mentales del hombre para captar el sentido y el alcance del universale de Cristo. También aquí vemos la síntesis de la revelación; la unidad realizada en Cristo está dispuesta y anticipada en el terreno de la preparación. Al venir Cristo al mundo se encuentra realizada ya la síntesis entre judaísmo y helenismo; esto ocurrió sin duda a fin de que la paz entre las dos partes de la humanidad (Ef 2,16) que el cuerpo de Cristo trajo al mundo no se realizara fuera y más allá de la historia, y la fe cristiana encontrase ya dispuestos los elementos apropiados para la comprensión del mundo”: Ensayos teológicos. I. Verbum caro Ediciones Cristiandad (Guadarrama) Madrid 1964 113-114 y 120-122.
Cf. también la anotación que hace, sobre el mismo asunto, el canonista Ottavio DE BERTOLIS, S. J., quien caracteriza la tradición cristiana por su manera de “razonar a partir de la fe, porque no es ella, por sí misma, irracional”: “Il Libro III del Principatus Politicus di F. Suárez: Il potere del Pontifice Romano sui Re temporali”, en P 97 2008 671s. Y, en relación con esa cierta manera de tratar, por parte de algunos, todavía hoy, diversos asuntos, incluso en materia canónica, señala que, para estos, la historia es concebida como inteligible y uniforme, en tal manera, que las respuestas a los problemas de ayer son la clave para resolver los problemas de hoy (675s).
Acerca de la “analogía de la fe”, el Papa BENEDICTO XVI ha resaltado que se trata de que, sobre la base de la unidad que existe en toda la Escritura, cada uno de los textos se interprete (exégesis) a partir del conjunto. Y, más aún, añadía el Santo Padre: “Siendo la Escritura una sola cosa en razón del único pueblo de Dios, que ha sido su portador a través de la historia, consiguientemente leer la Escritura como una unidad significa leerla desde el Pueblo de Dios, desde la Iglesia como desde su lugar vital y mantener la fe de la Iglesia como la verdadera clave para su interpretación. Si la exégesis quiere ser también teología, debe reconocer que la fe de la Iglesia es aquella forma de “sim-patía” sin la cual la Biblia se queda como un libro sellado: la Tradición no cierra el acceso a la Escritura, por el contrario, lo abre; de otra parte, corresponde a la Iglesia, en sus organismos institucionales, la palabra decisiva en la interpretación de la Escritura. Es a la Iglesia, en efecto, a quien ha sido confiado el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita y transmitida, ejerciendo su autoridad en el nombre de Jesucristo (cf. Dei Verbum, 10)”: Discurso en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, en la Audiencia a los Docentes, Estudiantes y Personal del Pontificio Instituto Bíblico con ocasión del centenario de su fundación, el 26 de octubre de 2009, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/24555.php?index=24555&lang=sp
Cf. más adelante nuestra precisión cristológico-sacramental-moral a propósito del texto del Concilio IV de Letrán, en el capítulo 4°, 1.b.9, p. 412, nt. 1055).
Acerca de los “isomorfismos” que emplean las ciencias, sobre todo matemáticas, y su relación – similitud y diferenciación – con la analogía, cf. Manuel TREVIJANO: En torno a la ciencia Trotta Madrid 1994 31 y 63ss. No puede escapar, sin embargo, que la metafísica propone una concepción trascendental del ser, “uno, bueno, verdadero y bello”, del que Dios no sólo es el ejemplar sino, en razón de la participación, el analogatum princeps. Teorías unificadoras de la realidad, como la que propone la física cuántica, hacen referencia a tales isomorfismos como una especie de reclamo y necesidad de la cabal comprensión de la analogía.  Al respecto, véase lo que diremos posteriormente (pp. 777, con nt. 2036; 783; y, especialmente, 1061 y 1064).
[31] Rafael GUTIÉRREZ CUERVO: Cristología y Moral. El seguimiento de Jesucristo como compromiso con la justicia Pontificia Universidad Javeriana – Facultad de Teología Bogotá 2004 26.
[32] ¿Fueron todos éstos mencionados, sucesos inconexos y episódicos, o, por el contrario permiten hoy constatar un clima cultural cambiante, un real cambio de época? Así lo piensa Francisco V. GALÁN VÉLEZ al escribir:
“El talante general de la propuesta de Lonergan es responder al reto de una cultura altamente diferenciada y casi no integrada, y en el contexto articular de su catolicismo jesuítico saldar las cuentas entre el cristianismo y el mundo moderno, al mismo tiempo que abrir la formulación de la fe cristiana al pluralismo cultural [...]
“Frente a esta postura que absolutizaba la filosofía aristotélico-tomista, el derecho romano, el latín, etc., poco a poco se introdujo en el ambiente la noción empírica de cultura, para la cual ‘cultura’ es algo esencialmente plural y considera iguales todos los productos culturales. El peligro en esta segunda postura es el relativismo, que elimina todo criterio normativo ‘trascendente’ a cada ‘sentido’ cultural, y con ello se rechaza también, por vano, todo intento de integración. Para Lonergan era necesario aceptar dicha noción empírica de cultura, pero al mismo tiempo había que conservar lo normativo universal, lo cual pedía encontrar un criterio que diera cuenta de la realización de los grandes logros, pero sin identificar lo normativo con ningún logro particular. El énfasis recae en la dimensión realizativa o de ejecución, más que en el producto de dicha realización. Por ello no adoramos ninguna imagen de Dios, ni siquiera una determinada formulación de fe, por acertada que sea ésta. Tampoco absolutizamos los conceptos de santo Tomás, Heidegger, o Lonergan, ni confundimos la inteligencia en acto con el test que pretende medirla, y si la razonabilidad es trascendente a la lógica formal cuánto más no lo será a la cultura occidental o a la modernidad.
“Por lo que toca al conocimiento este tránsito de lo conceptual o proposicional a lo realizativo o ‘performativo’, fue llamado el paso de la lógica al método”. En: “¿Qué es hacer metafísica según el Insight de Lonergan?”, en: G 85,4 2004 758. En El método en teología Lonergan expresamente habla de la “metafísica crítica” (o. c., p. 22, nt. 47, 331).
[33] Véase el texto del “Prefacio”, pp. LIV-LXI, en la edición indicada en la nota siguiente.
[34] “Magnus nisus transferendi in sermonem canonisticum hanc ipsam doctrinam, ecclesiologicam scilicet conciliarem”: Constitución apostólica Sacrae disciplinae leges, párrafo r en la edición BAC bilingüe, Madrid 1983 xxxvi-xxxvii, y en http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_constitutions/documents/hf_jp-ii_apc_25011983_sacrae-disciplinae-leges_sp.html 
Sobre todo en relación con la índole más ampliamente “teológica” del Código, véase del mismo Pontífice JUAN PABLO II: Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede y a los Profesores y Alumnos de las Universidades Pontificias y de las Facultades Eclesiásticas, con motivo de la presentación oficial del nuevo Código de Derecho canónico, jueves 3 de febrero de 1983, nn. 6 y 9 en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1983/february/documents/hf_jp-ii_spe_19830203_nuovo-codice_it.html
[35] Todavía algunos textos y proyectos presentan “Teología” y “Derecho canónico” como dos ámbitos que se unen sólo por la conjunción “y”, pero son no sólo distantes y diferentes sino, en la práctica, casi opuestos. No es ciertamente ese su propósito, pero inclusive en algún evento pareciera quedar cierta impronta de ello: véase, por ejemplo, un curso que se ofrece sobre la vida consagrada, en donde se trata “di Teologia e Diritto della Vita Consacrata, che faciliti la conoscenza del Magistero della Chiesa, favorisca la formazione permanente delle persone consacrate e faccia conoscere le attività e le iniziative della Congregazione per gli Istituti di vita consacrata e le Società di vita apostolica”. El canonista suele tener sus temas y el teólogo, los suyos. En: CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA: Scuola Pratica Di Teologia E Diritto
Per La Vita Consacrata, en:
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccscrlife/documents/rc_con_ccscrlife_doc_20061002_programma_it.html
[36] Mi búsqueda llega hasta dos obras generales: el Dizionario enciclopedico di Teologia Morale Roma 1981, y el Nuovo dizionario di Teologia Roma 1982, en los que el ya mentado Eugenio CORECCO incluye las voces: “Diritto canonico” y “Teologia del diritto canonico”, respectivamente: cf. del primer texto, Vol. 5, 233-250, y, del segundo, Vol. 3, 1711-1753. Algunos temas (misión, colegialidad, matrimonio...) han sido ocasión también para plantear la necesidad de relacionar íntimamente teología y derecho canónico, cristología y derecho canónico, eclesiología y derecho canónico...
Más cercanos a nosotros en el tiempo no puedo menos que mencionar, también por su carácter general, algunos otros autores: Ludger MÜLLER - Eugenio CORECCO, Antonio María ROUCO VARELA e Libero GEROSA: Chiesa e diritto. Un dibattito trentennale su fondamenti e metodo della canonistica. Prefazione di Zenon Grocholewski, Pregassona Lugano 2002; Ludger MÜLLER: “Codice di Diritto Canonico e Consilio. La dottrina del Concilio Vaticano II  quale contesto per l’interpretazione delle norme canoniche”, en: ADiReCom 1/2002: Diritto Canonico e Interpretazione, hrsg. von Libero Gerosa, Antonio Neri, Ludger Müller, Lugano 2003, 59-79; Franco Giulio BRAMBILLA: “Per una teologia del ministero ordinato”, in: E. CAPPELLINI (a cura di): Episcopato, Presbiterato, Diaconato. Teologia e diritto canonico, Paoline Cinisello Balsamo 1988, 11-74; Giampietro MAZZONI: La collegialità episcopale. Tra teologia e diritto canonico, Edizioni Dehoniane Bologna 1986;  AA.VV.: Teologia e diritto canonico, Libreria Editrice Vaticana Vaticano 1987; Myriam WIJLENS, Ph.D., University of Ottawa (Canada): Theology and canon law: The theories of Klaus Moersdorf and Eugenio Corecco 1991, 327 pages; AAT NN75083.
Más cercanos a nosotros en el espacio menciono a: Alejandro W. BUNGE, profesor de la Universidad Católica Argentina, en su Curso sobre “Iglesias particulares y sus agrupaciones”, en http://www.awbunge.com.ar/Igparticulares.html; y a Israel ARIAS GRACIANO: “Fundamentación teológica del derecho canónico” (monografía presentada en la Facultad de Derecho canónico de la PUJ en 2003, bajo la dirección del Dr. Rafael Gómez Betancur: T.DCA 348.1 A74  ).
[37] Giuseppe DALLA TORRE: “Pio X e il Codice di Diritto Canonico”, en: Archivio giuridico CCXXI 2001/1 64.
[38] Paolo GHERRI: “Teologia del diritto: il nome di una crisi?” en: ICan XLIII/85 2003 252 nota 16. El P. Gherri ha hecho notar los diversos niveles de realidad – Ciencia, Filosofía y Teología – a los que corresponde una “sistemática” propia. En su opinión, a partir de una lectura cuidadosa de la encíclica FER de Juan Pablo II,  es imposible realizar una “auténtica Teología del Derecho canónico”, por cuanto, dice él, “le faltarían radicalmente tanto el objeto formal como el principio cognoscitivo propio”, ya que la “teología indaga racionalmente el orden del misterio a la luz de la fe”. Por el contrario, señala, habría que buscar a la Teología del Derecho canónico “otro” objeto formal, diverso del mismo Ordenamiento canónico: “el derecho divino positivo/revelado”, de modo que ella se acercaría racionalmente a lo que Dios mismo directamente ha “normado” conforme a la enseñanza bíblica que la Iglesia acoge por la fe (cf. “Canonistica e questione gnoseologica” en: ICan XLII 83 2002 217-218). La pregunta con todo sigue abierta: ¿cómo garantizar que existe un paso lógico y razonable entre ese “derecho divino positivo” y el “derecho eclesiástico” de hoy y para los cristianos de hoy? O, sin más, ¿carece este último de toda validez e importancia en orden al seguimiento de Cristo?
[39] De ahí que un momento importante en el análisis y exégesis de los cánones sea determinar si uno de ellos en particular “positiviza” una ley natural o una ley divina positiva (evangélica), o si se trata simplemente de una ley eclesiástica.
[40] Teodoro Ignacio JIMÉNEZ URRESTI: “El Jus divinum: Noción, grados y lógica de su estudio”, en: Sal 1992 41-76; cf. Iván F. Mejía A.: Derecho canónico y Teología, o. c., p. 93, nt. 223, 70ss.
El Papa Juan Pablo II afirmaba que “la interpretación auténtica de la palabra de Dios, realizada por el Magisterio de la Iglesia, tiene valor jurídico en la medida en que concierna al ámbito del derecho, sin que necesite ningún paso formal ulterior para convertirse en vinculante desde un punto de vista jurídico y moral”: Discurso a la Rota Romana, 29 enero 2005, n. 6, en: AAS 97 2005 166. Una investigación más puntual sobre el tema, profundizando en la formulación de Santo Tomás de Aquino (ST I, q. 32, a. 4, resp.), puede verse en: Luis GAHONA FRAGA: “Declaración magisterial del Ius divinum y grados de expresión”, en: Juan Ignacio ARRIETA (A cura di) – Costantino-M. FABRIS (Coordinatore edizione): Ius divinum, o. c. p. 56, nt. 120, 1183-1191.
261 Objeto de mi tesis doctoral en Derecho canónico, ya mencionada (p. 93, nt. 223).
262 Cuando el Concilio se refería a las disciplinas filosóficas en el currículo de formación sacerdotal, resaltaba, precisamente, la necesidad de esta coherencia y solidez de los conocimientos adquiridos por los estudiantes, en conexión, precisamente, con los avances de las ciencias (cf. OT 15a). No menos ha de ser la formación teológica, por supuesto.
[43] Sobre el proceso desde sus comienzos al interior de la Facultad, cf. Carlos VASCO U., S. J.: “La interacción entre la teología y las ciencias” en: ThX 56 30/3 jul-sep 1980 417-435; Juan SCANONE: “Teología e interdisciplinariedad: presencia del saber teológico en el ámbito de las Ciencias” en: ThX 94 40/1 ene-mar 1990 63-79; Alberto PARRA: “Interacción del saber científico en perspectiva teológica” en: ThX 112 44/4 oct-dic 1994 401-425; AA.VV.: Interdisciplinariedad y Teología Departamento de Teología Colección Fe y Universidad 7 PUJ Bogotá 2001.
Sería demasiado poco, sin embargo, osar sustentar mi propuesta sólo sobre la base de mi personal experiencia. Ya hemos señalado que en el decurso de la relación entre la Teología y el Derecho canónico, la interdisciplinariedad es manifiesta a cada paso, en cada tema. Y, más aún, que para el avance del Derecho canónico algunas disciplinas científicas han brindado un aporte sustancial, sobre todo en los últimos dos siglos. Recuérdese lo dicho en el cap. I., II, pp. 16-25 y VII.3, p. 68. Con todo, y para que conste, es conveniente citar una obra ex professo acerca de este tipo de relaciones y de aportes (además de lo que iremos mencionando en otros lugares de esta obra): Gabriele FATTORI: Scienza e diritto nella giustizia della Chiesa. Le scienze umane moderne nella giurisprudenza rotale postconciliare Vita&Pensiero Milano 2011. Desde el punto de vista de la propia teología, debo reconocer con gratitud el aporte del profesor Joaquín SILVA SOLER, quien confirma muchas de mis intuiciones y de las prácticas que hemos ido desarrollando con los colegas en el transcurso de los años, en su escrito: “El aporte de la teología empírica para la comprensión de la religión en la cultura actual”: SOCIEDAD CHILENA DE TEOLOGÍA (ed.): Dar razón de nuestra esperanza: el anuncio del Evangelio en una sociedad plural Agape Libros Buenos Aires 2012, v. 1, sección 1, 171-201.
[44] Un aporte de la “filosofía de las ciencias” ha consistido, precisamente, en llamar a los “científicos” a reconsiderar su propio concepto de “ciencia”.
En efecto, son reconocidas las reflexiones que, por ejemplo, ha propuesto Mario A. BUNGE: Ética, ciencia y técnica Sudamericana Buenos Aires 1996; id.: La ciencia, su método y su filosofía Bogotá Panamericana 2002; quien plantea los siguientes criterios para distinguir entre conocimientos “acientíficos”, “semicientíficos” y  de “ciencias emergentes”, según aparezcan en menor o mayor número: “W= una comunidad de investigadores; S= una sociedad que al menos tolera a W; G= un trasfondo general o filosófico; F= un trasfondo formal, matemático; D= un dominio o universo formado por entes reales; B= un trasfondo específico, formado por datos, hipótesis y teorías; P= la problemática referente a la naturaleza y otros componentes; K= el fondo de conocimientos; O= unos objetivos o finalidades; M= un método formado por conocimientos escrutables”. Véase el esquema y desarrollo que, al respecto, hace Antonio LUCAS MARÍN: Introducción a la sociología. Para el estudio de la realidad social, o. c., p. 55, nt. 122, 37-38 y 77. De la misma manera, Thomas Samuel KUHN (La revolución copernicana: la astronomía planetaria en la evolución del pensamiento Ariel Barcelona 1996 y especialmente en La estructura de las revoluciones científicas Fondo de Cultura Económica Bogotá 1992) ha sostenido la hipótesis de los “cambios de paradigma” para significar las “revoluciones científicas” que permiten otras concepciones de la realidad y, en consecuencia, plantearse otros problemas.
Uno y otro, han propuesto ampliar la idea de lo que es la ciencia por cuanto se ha ido poniendo cada vez más de manifiesto la necesidad de abandonar el carácter preciso del conocimiento, así como la idea de que se trata de un sistema cerrado en cuya evolución lo único que importa es su racionalidad.
[45] “Prosupuesto de los Ejercicios”, 22.
En nuestro tiempo, una científica y, al mismo tiempo, teóloga ortodoxa, Gayle WOLOSHAK - Profesora de los Departamentos de Oncología Radioterápica, de Radiología y de Biología Celular y Molecular en la Facultad de Medicina Feinberg de la Northwetern University de Evanston y Chicago, Illinois - preguntada acerca de cuáles podrían ser cuestiones que interesarían en común a científicos y teólogos, ha afirmado que, a pesar del mutuo desconocimiento y de la mutua desconfianza, cuando no de los miedos de los segundos ante los primeros, también aquéllos “aman, tienen una vida afectiva, viven en relación con otras personas, experimentan emociones. De cierta manera, en ellos existe inevitablemente una dimensión espiritual”: “Gli scienziati scrutano, analizzano il mondo materiale. Cercano di capirlo, però non vedono quel che c’è dietro l’inquadratura generale. Ma gli scienziati amano, hanno una vita affettiva, vivono in rapporto con altre persone e provano emozioni: di conseguenza sanno che esistono altre dimensioni dell’essere. In un certo senso, in loro c’è inevitabilmente una dimensione spirituale. La scienza si nutre anch’essa di creatività, di intuizione, e più uno approfondisce le proprie ricerche, più percepisce che non c’è solo la dimensione materiale, c’è dell’a l t ro . I teologi possono aiutare gli scienziati a migliorarsi, nel senso che possono impedire loro di restare isolati nei loro laboratori”. En: Marie-Lucile KUBACKI: “Una donna al centro del dialogo fra scienza e fede”, en L’OR (consulta del 21 de noviembre de 2017): http://www.osservatoreromano.va/vaticanresources/pdf_supplement/Donne_novembre_2017.pdf
[46] Cf. Jürgen HABERMAS: Verdad y justificación: ensayos filosóficos Trotta Madrid 2002.
[47] Cf. Jorge Iván GONZÁLEZ – Juan Manuel GRANADOS S. J. – Álvaro HERRERA – Edgar Antonio LÓPEZ LÓPEZ – Gabriel SUÁREZ MEDINA, en: Juan Manuel GRANADOS ROJAS S. J. (ed.): Justicia social: Teología - Economía Kimpres Facultad de Teología Bogotá 2003.
[48] Manuel TREVIJANO: Fe y ciencia. Antropología o. c., nt. 87, 253. B. Lonergan expresó un pensamiento similar cuando afirmó: “Antes que nada, pues, no le veo ninguna importancia a una filosofía anticuada, y considero anticuada cualquier filosofía que tenga una teoría del conocimiento no adecuada para explicar clara y precisamente los procedimientos del sentido común, de las matemáticas, de las ciencias naturales, de las ciencias del hombre y de los estudios del hombre. Segundo, la competencia en una disciplina contemporánea no le pertenece al individuo sino a los grupos; y de manera semejante, la competencia en la interdisciplina le pertenece a un grupo de grupos. Este rasgo de nuestro mundo es resultado de la especialización, y la especialización es resultado del hecho de que las disciplinas modernas no pretendan el conocimiento de los universales abstractos, sino de unas aproximaciones cada vez más cercanas a lo concreto. Más aún, conforme avanza el conocimiento, se multiplican las especializaciones y, conforme se multiplican, tienden a hacerse más y más estrechas. Eventualmente la estrechez sucumbe ante logros siempre decrecientes y se siente la necesidad de ‘generalistas’ así como de especialistas. Así, en Bielefeld, Alemania Occidental, se ha instituido una universidad para estudios interdisciplinarios, mientras que en Norteamérica, Ludwig von Bertalanffy ha lanzado un movimiento con su Teoría General de Sistemas. Dentro de este contexto, la teología como elevación de la filosofía tiene inmensa importancia. Porque si uno cree que la religión cristiana es la elevación de la totalidad del vivir humano, a la tematización teológica de esta religión deberá concedérsele un primer lugar entre los estudios significativos”: “3.12.2 Importancia de tal visión alternativa, para la formación de sacerdotes y de jesuitas”, en “Situación de la Filosofía: Respuestas a un Cuestionario”, - ‘Questionnaire on Philosophy’ [1976], publicado en METHOD, Journal of Lonergan Studies, vol. 2 # 2, de Oct. de 1984, en (consulta enero 2006):  http://www.lasalle.org.ar/sap/lonergan/Lasituacionactualdelafilosofia.htm#_ftn1
Con todo, no pienso se esté criticando a la “metafísica”, comprendida como el aspecto trascendente y absoluto de la realidad y de la verdad, sino a cierta “escuela o corriente histórica particular”, como reivindicaba Juan Pablo II en FER 83-85; cf. BENEDICTO XVI en CIV 30-31.
[49] Manuel TREVIJANO: Fe y ciencia. Antropología o. c., nt. 87, 272.
[50] Se sugiere la lectura del texto completo de Claude DEBRU: « La philosophie et les sciences, métissages et géopolitique» en: ORGANISATION DES NATIONS UNIES POUR L'EDUCATION, LA SCIENCE ET LA CULTURE. SECTEUR DES SCIENCES SOCIALES ET HUMAINES: Philosophie et savoirs Paris UNESCO 2004,  en : http://unesdoc.unesco.org/images/0013/001375/137539fo.pdf Traducción mía del artículo.
En ERE había previsto el Papa Juan Pablo II: “15. La Universidad Católica es, por consiguiente, el lugar donde los estudiosos examinan a fondo la realidad con los métodos propios de cada disciplina académica, contribuyendo así al enriquecimiento del saber humano. Cada disciplina se estudia de manera sistemática, estableciendo después un diálogo entre las diversas disciplinas con el fin de enriquecerse mutuamente. Tal investigación, además de ayudar a los hombres y mujeres en la búsqueda constante de la verdad, ofrece un eficaz testimonio, hoy tan necesario, de la confianza que tiene la Iglesia en el valor intrínseco de la ciencia y de la investigación”. Volveremos seguidamente sobre esta precisión que no es sólo metodológica.
[53] Sobre las causas más inmediatas de esta problemática acerca de las ciencias modernas aún irresoluta, B. Lonergan escribía: “Sin embargo, a esta visión de la ciencia la retan tanto la revolución científica del siglo XVII como la revolución histórica del siglo XIX. Porque la visión de que la metafísica sea la ciencia total y básica supone que las otras ciencias derivan sus conceptos básicos y principios de alguna especificación ulterior de los conceptos básicos y principios de la metafísica. Sin embargo, el desarrollo de las ciencias naturales modernas revelaron que unas correlaciones establecidas empíricamente dan grupos de términos básicos y de relaciones básicas, y que estos términos y relaciones eran mucho más provechosos que cualesquiera que pudieran derivarse de la Metafísica de Aristóteles”. En: “3.11.2. Inadecuación de tal visión derivada de Aristóteles”, ‘Questionnaire on Philosophy’ [1976], publicado en METHOD, Journal of Lonergan Studies, vol. 2 # 2, de Oct. de 1984.
Para conocer la respuesta a esta situación, véase la propuesta de Lonergan, en varios lugares de esta investigación, p. ej., p. 122, nt. 288;  p. 130s, nt. 310, 311 y 312; p. 142, nt. xiv; p. 216, nt. 527.
Un acercamiento al tema canónico desde la propuesta habermasiana, se puede ver en el texto de L. MÜLLER: “Kirchenrecht als kommunicative Ordnung”, en: Archiv für katolisches Kirchenrecht 172 2003 353-379.
[54] Pero es posible, más aún es necesario, que este sea un tema también para dialogar con los miembros de otras religiones, pues, como resultado del trabajo interdisciplinar – en este caso también interreligioso – cada parte puede llegar a descubrir que se tenían como puntos de partida presupuestos finalmente demostrados como falsos, y que era mucho más lo que los unía que aquello que los separaba.
[54 bis] Vicente DURÁN CASAS: “Las ciencias de la discusión le hacen bien a la sociedad”, en El Tiempo, domingo 12 de noviembre de 2017, 1.16.
[55] Al respecto es interesante observar la percepción que manifiesta en sus documentos el Proyecto Educativo de la Pontificia Universidad Javeriana cuando afirma: “La Universidad Javeriana aspira a que las investigaciones y los conocimientos conduzcan a la integración o creación de estructuras, infraestructuras y mecanismos comunes a las distintas disciplinas y profesiones. Así se hace posible que entre ellas pueda darse una compatibilidad metodológica (PEJ 35)”: en: PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA: Informe del Rector. 1998-2007 Javegraf agosto 2007 165. Para resolver este desafío, la Universidad se ha propuesto trabajar en tres líneas: “Organización de Doctorados interdisciplinarios”, “Desarrollo del Proyecto Ático y creación del respectivo Centro” y la “Iniciativa Genómica”, ibíd. 165-166.
[56] Los hallazgos de la sociología se han acogido en la teología y aún en la doctrina magisterial con cierta agilidad, más aún que aquellos procedentes de la antropología-psicológica y aún de la misma psicología. La crítica la hacían Luigi Maria RULLA - Franco IMODA - Joyce RIDICK “veinticinco años después” de la realización del Concilio Vaticano II  (cf. “Antropología de la vocación cristiana: aspectos conciliares y postconciliares”, en: René LATOURELLE, S. J. (ed.): Vaticano II: 25 años después. Balance y perspectivas Sígueme Salamanca 1989 717. Nótese también el incremento en los discursos del Papa Juan Pablo II relativos a la cultura y a las culturas: cf. Hernando SEBÁ LÓPEZ: Cultura, ciencia y universidad en el magisterio de Juan Pablo II 6v.: vv. 1-2: Unisalle Bogotá 1992; vv. 3-4: Pontificia Universidad Javeriana Bogotá 2004; vv. 5-6 Digiprint Bogotá 2005.
[57] Para esta sección empleo elementos del texto, Iván F. MEJÍA A.: Derecho canónico y Teología, o. c., p. 93, nt. 223, 33ss.
[58] Cito solamente dos textos, excelentes cada uno en su propio orden. Del Magisterio ordinario, CONGREGACIÓN PARA EL CLERO: Directorio general para la Catequesis Vaticano 1999 n. 98. De un teólogo moral, Marciano VIDAL: “La comunión trinitaria y el diálogo ético en la sociedad secular” en: AA. VV.: Trinidad y vida moral. XXXVII Semanas de Estudios Trinitarios Secretariado Trinitario Salamanca 2002 121-172.
[59] GS 22 a. El texto latino es clarificador: “Reapse nonnisi in misterio Verbi incarnati mysterium hominis vere clarescit...”
[60] Esta manera de proceder encuentra respaldo también en el Magisterio. En efecto, es indicativa la opción asumida por la COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL cuando señala, v. gr.: “El ordo tractandi que aquí adoptaremos sigue el ordo salutis con una única excepción: hemos colocado la dimensión antropológica entre la trinitaria y la eclesiológico-sacramental”: La esperanza de salvación
para los niños que mueren sin bautismo,
texto aprobado en forma específica por la Comisión y aprobado por el Santo Padre Benedicto XVI el 19 de enero de 2007, n. 42, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_con_cfaith_doc_20070419_un-baptised-infants_sp.html
[61] N. 13b.
[62] N. 14ab. Y decía también: “El cometido fundamental de la Iglesia en todas las épocas y particularmente en la nuestra – señalaba el Papa Juan Pablo II en su primera encíclica – es dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo, ayudar a todos los hombres a tener familiaridad con la profundidad de la Redención, que se realiza en Cristo Jesús. Contemporáneamente, se toca también la más profunda obra del hombre, la esfera — queremos decir — de los corazones humanos, de las conciencias humanas y de las vicisitudes humanas” (n. 10c)
[63] Klaus DEMMER, M. C. S. J. (o M.S.C.): “Cristología, antropología y teología moral” en: René LATOURELLE (ed.): Vaticano II: 25 años después. Balance y perspectivas, o. c., p. 116, nt. 274, 779-788. El autor, en la nota 27, p. 784, menciona, a su vez, su fuente: Henri WATTIAUX: « La référence à l’Ecriture sainte en vue de l’agir moral des chrétiens. Raisons d’une option » en: RTL 14 1983 53-70. Recuérdese la referencia al documento de la Pontificia Comisión Bíblica, citado en la nt. 234, p. 99s. 
[64] Klaus DEMMER: “Cristología, antropología y teología moral” en: René LATOURELLE (ed.): Vaticano II: 25 años después. Balance y perspectivas, o. c., p. 116, nt. 274, 784. Cursiva es mía.
Valga a este propósito la siguiente reflexión. Atribuían sus contemporáneos una razón primordial a la “novedad” de Santo Tomás cuando “enseñaba tesis nuevas”, con un “método nuevo” y desde una “perspectiva nueva”: que él había recibido de Dios “una inspiración nueva”. El teólogo, así como el canonista, deben obtenerla, suplicándola, fundamentalmente, de Dios.
Debo hacer referencia, a propósito del texto y de la intuición del P. Demmer, a un hecho, también “novedoso” pero ante todo de trascendencia enorme (para la teología, y en especial para la teología moral y para el Derecho canónico), en mi opinión. El S. P. BENEDICTO XVI lo ha rescatado – sin nombrarlo – con las siguientes palabras en su audiencia del miércoles 28 de septiembre de 2011, al recordar su intervención – sobre la que se hará una referencia más adelante – ante el Bundestag de la República Federal Alemana: “En dicha ocasión he querido exponer el fundamento del derecho y del libre Estado de derecho, es decir, la medida de todo derecho, inscrito por el Creador en el ser mismo de su creación. Es necesario ampliar nuestro concepto de naturaleza, comprendiéndola no sólo como un conjunto de funciones sino más allá como lenguaje del Creador para ayudarnos a discernir el bien del mal”: en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/28124.php?index=28124&lang=sp 
[65] JUAN PABLO II: Enc. Evangelium vitae, 25 de marzo de 1995, n. 67.
[66] “La cristología después del Vaticano II” en: RyF 1147 1994 501-513.
[67] Juan DE LA CRUZ: Subida al monte Carmelo, libro 2, capítulo 22, nn. 3-4, en: Obras BAC Madrid 1928 182-188. La Audiencia General del 16 de febrero de 2011 fue empleada por el Papa BENEDICTO XVI para hacer una presentación de la vida y obra de San Juan, véase en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/26861.php?index=26861&po_date=16.02.2011&lang=sp
[69] Con todo, la expresión latina del Concilio es mucho más vigorosa: “Qui est ‘imago Dei invisibilis’, Ipse est homo perfectus, qui Adae filiis similitudinem divinam, inde a primo peccato deformatam, restituit. Cum in Eo natura humana assumpta, non perempta sit, eo ipso etiam in nobis ad sublimen dignitatem evecta est...” (GS 22b). La segunda cursiva es nuestra y resalta la omisión del texto español, que, así, se empobrece: “En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, por ese mismo hecho ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual”, traduciríamos nosotros.
[70] “La inteligencia de la inteligencia, proclamadora de una época axial en la historia, invita a vivir una vida más plena. Ofrecemos algunas observaciones pertinentes que tratan de aclarar el significado de este aserto. En primer lugar, a la experiencia de asimilar la inteligencia de la inteligencia suele acompañar una experiencia estética que guía a la sensibilidad hacia las estrellas, es decir, hacia regiones hasta entonces desconocidas. Es la experiencia primigenia de que, por ley natural, el deseo más profundo de la sensibilidad es seguir no a otra cosa, sino a la intencionalidad que lleva a la verdad en todas sus dimensiones. Las abstrusas teorías científicas modernas, cuando son asimiladas en la inteligencia de la inteligencia, se convierten en el lecho de un río por el que fluye, caudalosa, la sensibilidad que, por contacto vital, va aprendiendo el secreto de su liberación y de su destino”: “2. La perspectiva del Insight hacia la vida”, en: José Eduardo PÉREZ VALERA : “La filosofía como ejercicios espirituales, según Pierre Hadot y el ‘Insight’ de Bernard Lonergan” en: Revista de Filosofía (México) 32/95 may-ago. 1999 121-164, en (consulta de enero 2006): http://www.hemerodigital.unam.mx/ANUIES/ibero/filosofia/95/art1.html
[71] Como decía san Buenaventura, no se trata de un ordo factus, sino de un ordo factivus, que exige el ejercicio continuo y apasionado de la sabiduría.
Ottavio DE BERTOLIS ha hecho notar la necesidad intrínseca de la relación entre Jesucristo y el hombre, entre el derecho divino y el derecho natural, como característica y esencial para el Derecho canónico, por cuanto dicha relación no sólo “epistemológicamente” ubica al mismo en el ámbito de la Iglesia y de la historia, con las consecuentes exigencias para la disciplina canonística, sino que asume un “papel crítico” en relación con la legislación vigente, y, más aún, “altamente propositivo” – como, por otra parte, nos compromete en el desarrollo de esta investigación –: cf. “Ordinamento giuridico, diritti soggetivi e libertà individuali”, en P 98 2009 81-105, en especial 102 y 104.
[72] El CAIC prosiguió esta misma tradición eclesial: “Primera Parte: La Profesión de la Fe: Segunda Sección: La Profesión de la fe cristiana: Capítulo Segundo: Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios: Artículo 2: ‘Y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor’: I. Jesús y II. Cristo” (nn. 430- 440).
[73] En mi tesis anterior la denominé “sistemática”, por cuanto, según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, en su 22ª edición, acepción primera, sistemático se dice de lo “que sigue o se ajusta a un sistema”, y, dentro de nuestro propósito, también por su similitud o analogía con lo que afirma la tercera acepción: “Biol. Estudio de la clasificación de las especies con arreglo a su historia evolutiva o filogenia”. Sin embargo, en diálogo con mi Director de tesis, P. Rodolfo Eduardo De Roux, S. J.., me ha hecho notar que también es “sistemática” mi manera de acercarme a la “narrativa”, partiendo sí de relatos y narraciones bíblicas, pero actuando de forma temática, lo cual hace que, dentro de una amplia consideración, todo mi trabajo pueda ser considerado “sistemático”. 
También, con ocasión de una intervención reciente (13 de abril de 2011) en nuestra Facultad de Teología, el P. Alberto Parra M., S. J., ha manifestado su concepción de la “sistematicidad” general del proceder teológico al hacer la historia de las “áreas internas” de la teología: “Subyace también a la teología bíblica de los santos padres una verdadera teología sistemática, si por tal hay que entender el esfuerzo de ordenación de los datos fundantes y fundamentales en cuerpos ordenados y coherentes, según el modelo del órganon griego”. Trae a este propósito la anotación de Wolfhart PANENBERG en Teoría de la Ciencia y Teología Libros Europa Madrid 1981 355: “El problema de la verdad es sistemático por naturaleza, puesto que necesariamente investiga la coherencia de los diversos contenidos de la tradición entre sí y con la experiencia que se tenga de la realidad en la propia época. El pensamiento que busca la verdad tiene que ser sistemático si es que quiere responder a la unidad de la verdad, a la armonía de todo lo que es verdadero en sí”.
[73 bis] No ha de llamar la atención, pues, que el Santo Padre lo haya adoptado - en la relación justicia-verdad-caridad (misericordia), por ejemplo, o en la relación reconciliación (perdón)-víctimas-paz - como el criterio explícito y central de todos los mensajes e indicaciones durante su visita "apostólica y de Estado"; y, más aún, como el gran elemento cohesionador, seguramente, de todo su ministerio pastoral. Comparense los énfasis de este Magisterio ordinario con lo que estoy diciendo en el texto y se puede encontrar en el contexto, especialmente con las nt. de pie de página siguientes. Los mensajes del Santo Padre en sus discursos, homilías y oraciones, así como su testimonio personal y las actividades que desarrolló pueden encontrarse en http://w2.vatican.va/content/francesco/es/travels/2017/outside/documents/papa-francesco-colombia_2017.html, toda un tesoro de sugerencias y de propuestas para ser llevadas a cabo tanto al interior de la Iglesia, comunidad de los fieles cristianos, como del Estado, de la Nación y del pueblo colombiano.
[73 ter] Discurso del Santo Padre FRANCISCO a los nuevos Obispos ordenados en el último año, jueves 14 de septiembre de 2017, en: http://w2.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2017/september/documents/papa-francesco_20170914_nuovi-vescovi.html
A propósito de la imprescindible y crucial tarea ecuménica que, por la parte católica, debe liderar el Santo Padre, y así lo hace, el mismo Papa FRANCISCO, con ocasión de su visita a Ginebra, Suiza, el 21 de junio de 2018, en su discurso durante el Encuentro Ecuménico en el Visser 't Hooft Hall del Centro Ecuménico de Ginebra volvió con un énfasis singular sobre este punto relacionado con el discernimiento, proporcionando un criterio sobre el mismo: “Animémonos a superar la tentación de absolutizar determinados paradigmas culturales y dejarnos absorber por intereses personales”. Llamado a todos los cristianos que podemos llegar, a veces con alguna frecuencia, a confundir lo que es necesario e imprescindible según la fe con lo que proviene “del mundo”, “del diablo”, “del egoísmo”. Llamado, por otra parte, tremendamente “liberador”, por las consecuencias profundas y amplias que esta orientación (dejando los implícitos) puede llegar a tener en su desarrollo magisterial en muy diversos asuntos y circunstancias. Véase el documento en: http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2018/06/21/vis.html
[74] “El exaltado, según Pablo, sigue portando las heridas de los clavos del terreno pues de otro modo  no sería idéntico con Jesús”: Jon SOBRINO: Cristología desde América Latina México 1977 243.
De igual manera, en: Jesucristo liberador: lectura histórico-teológica de Jesús de Nazareth Madrid 1993, el mismo autor afirma que la “teología del seguimiento” que en sus escritos teológicos ha propuesto parte de un presupuesto: la conversión. Una conversión que exige “despertar de un sueño dogmático” en el que numerosas obras de cristología han caído, para encontrarse con un “Cristo liberador” del mundo del sufrimiento causado – y expresado – por diversas formas de inhumanidad. El “Jesús histórico” de los “primeros mundos” es meramente “categorial”, no confronta su contexto, a diferencia de la “cristología latinoamericana” que sí lo confronta y hace una opción. La clave de esta cristología no es tanto conocer los hechos y datos reales sobre Jesús sino en un “dejarse mover por el Espíritu de Jesús” expresado en la práctica. Es una teología que responde al reto del sufrimiento y de la inhumanidad, para responder esa realidad y transformarla.
En su obra El principio-misericordia: bajar de la cruz a los pueblos crucificados Sal Terrae Santander 1992 2ª, Sobrino insiste en que la revelación de Dios se ha dado también en el sufrimiento de las víctimas que esperan el ejercicio de la misericordia: se trata de una exigencia moral ante el sufrimiento y no simplemente de dar algo a las víctimas. Es necesario reconocer que este principio estructural forma parte de la humanidad (cf. Lc 10,25-37; 15,1ss). Es un principio no sólo de ortodoxia sino de ortopráxis, como es la misericordia esencial al amor de Dios: “intellectus amoris”. (Véase, no obstante, la “notificación” de la Congregación para la Doctrina de la Fe, del 26 de noviembre de 2006, sobre las obras del Padre Sobrino: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20061126_notification-sobrino_sp.html)
Sobre la relación, o mejor, la saludable tensión crucifixión-resurrección, cf. la exposición del Papa BENEDICTO XVI con ocasión de su audiencia en el Año Paulino (2008), el 22 de octubre, en la que se acerca a ésta desde uno de los aspectos caracterísitcos de la catequesis y de la teología del Apóstol, que trasluce en sus escritos, cual es “la centralidad de Cristo resucitado en el misterio de la salvación”: en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22810.php?index=22810&po_date=22.10.2008&lang=sp
De la misma manera, el Papa ha reivindicado la importancia que tiene la Cruz en la constitución de la Iglesia: “Y sólo mediante la Cruz se efectúa el camino hacia la totalidad de Cristo, hacia su Cuerpo resucitado, hacia la universalización de su ser en la unidad de la Iglesia. Y así, teniendo presente que sólo a partir del grano caído en tierra nace después la gran cosecha, del Señor atravesado sobre la Cruz proviene la universalidad de sus discípulos reunidos en este su Cuerpo, muerto y resucitado”: afirmó el Papa en la homilía de la primera sesión de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para el Medio Oriente, 11 octubre de 2010, en http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/26187.php?index=26187&po_date=11.10.2010&lang=sp.
Retornó el Papa también sobre el punto, en perspectiva de teología espiritual, con ocasión de su catequesis del miércoles 3 de noviembre de 2010, sobre la vida y obra de Margarita de Oingt, santa virgen del siglo XVI: “Queridos amigos, Margarita de Oingt nos invita a meditar cotidianamente la vida de dolor y de amor de Jesús y la de su Madre, María. Aquí está nuestra esperanza, el sentido de nuestro vivir. De la contemplación del amor de Cristo nacen para nosotros la fuerza y la alegría de responder con igual amor, poniendo nuestra vida al servicio de Dios y de los otros. Con Margarita decimos también nosotros: «Dulce Señor, todo lo que has efectuado, por amor mío y por el amor a todo el género humano, me provoca a amarte, pero el recuerdo de tu santísima pasión proporciona un vigor sin igual a mi potencia afectiva para amarte. Es por ello que me parece […] haber encontrado lo que tanto he deseado: no amar ninguna otra cosa fuera de ti, o en ti, o por amor tuyo»”: en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/26326.php?index=26326&lang=sp
Volveremos sobre el tema en el capítulo IV.
[75] Walter KASPER: Jesús, el Cristo Sígueme Salamanca 1978 21-26.
[76] Las figuras lógicas del lenguaje dan énfasis a las ideas y a los sentimientos. La persona que habla o crea en una obra literaria desvía conscientemente el sentido literal de sus palabras o el orden normal de las palabras en la frase con el fin de producir su efecto. Los tropos o figuras de significación son numerosos. Entre ellos descuellan, precisamente, la metonimia, la sinécdoque y la metáfora. La metonimia consisten en el uso de una palabra o frase por otra con la que tiene contigüidad, como el efecto por la causa, lo concreto por lo abstracto o el instrumento por la persona que lo usa. La sinécdoque, por su parte, en usar la inclusión: el todo por la parte, el género por la especie, el singular por el plural.
La metáfora, sin embargo, es no sólo de las más usadas figuras del lenguaje sino que el efecto de las construcciones que la emplean es, quizás, más fuerte. Justamente, la metáfora traslada el nombre de un objeto a otro gracias a la analogía existente entre ambos, de modo que el nuevo nombre sustituye al antiguo (Aristóteles), o, al menos, se evidencia la relación que existe entre el primero, el original, y el segundo, el metafórico (J. A. Richards). Por cierto, se distingue del símil o comparación en que en este se dicen expresamente las palabras que indican el parangón. El ser humano aparece entonces caracterizado esencialmente por su capacidad de producir metáforas (Nietzsche) e incluso, como considera el psicoanálisis, por la capacidad de identificación con otro (“el otro, metáfora amorosa”: J. Kristeva). Un tratamiento filosófico contemporáneo de la cuestión puede verse en: Mauricio BEUCHOT PUENTE: Hermenéutica analógico-icónica y teología Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Teología Bogotá 2008.
[77] Para esta parte me valgo de los materiales elaborados por Michael L. COOK S. J.: Christology as Narrative Quest The Liturgical Press Collegeville Minnesota 1997 32-39. Sin embargo, para conocer la historia del concepto, véanse los arts. “Analogy” y “Anthropomorfism (in theology)” de la New Catholic Enciclopedia Thomson – Gale Detroit 2002-2003 2ª v. 1 371-379, el primero, y 511-512, el segundo.
[78] Según el autor que seguimos, tal sería la posición, por ejemplo de Peter Macky: cf. Michael L. COOK S. J.: Christology as Narrative Quest o. c., nt. 292, 36.
[79] También, según el mismo autor, sería la posición de Paul Ricoeur, ibíd.
[80] Según el autor, Jacques Derrida, ibíd.
[81] Es la posición de Hans Frei que asume M. L. Cook: “Mejor que tratar de justificar las posibilidades generales él reclama por una descripción de ‘cómo y en qué específica clase de contexto funciona un determinado tipo de lectura’”: ibíd. (Traducción mía.)
[82] Además de la búsqueda del sentido literal del relato bíblico, al cual nos referimos en este momento, es necesario tener en cuenta que una consideración similar habrá que hacer respecto del texto canónico, al cual nos dedicaremos en el próximo capítulo. Y, según nuestro Modelo hermenéutico, a la interrelación (e, en cierto modo, interdependencia) que existe entre el relato bíblico y el texto canónico: una verdadera capacidad de analogía se exige en las bases o fundamentos del uno y del otro.
[83] Ibíd. 36.
[84] Es el “insight” que se produce cuando algo se entiende, no solamente la introspección que hace un sujeto.
[85] Ibíd. 37.  Traducción mía.
[86] El pensamiento de M. L. Cook coincide en este punto con el de Bernardo Lonergan, según él mismo afirma, ibíd. 38, con la nota 40.
[87] Ibid. 45-49.
[88] Citado por Cook, o. c., p. 125, nt. 292, 45. La obra de Wesley A. KORT: Story, Text, and Scripture. Literary Interests in Biblical Narrative University Park and London The Pennsylvania State University Press 1988.
[89]Verus homo”: cf. DS 294 (León Magno) y DS 301 (Concilio de Calcedonia) junto con toda la tradición anterior y posterior que así lo ha reconocido.
[90] Lo hacemos a partir del aporte que hace Francisco V. GALÁN VÉLEZ: “¿Qué es hacer metafísica según el Insight de Lonergan?”, en: G 85,4 2004 757-773. En relación con el Modelo hermenéutico que proponemos debemos destacar las premisas epistemológicas desarrolladas por B. Lonergan que se describen en diversos lugares de esta investigación.
[91] Cf. Frederick E. CROWE – R. M. DORAN (eds.), en: “Insight: Preface to a Discussion”, en: Collection CWL 4, Toronto 1988 142
[92] El método en teología, o. c., p. 22, nt. 47, capítulo 3. La abstracción no es empobrecimiento de la concreción, sino la precisión de la misma: la riqueza de su coherencia y de sus líneas estructurales básicas. Remite al concreto, pero ya con el enriquecimiento de la abstracción. Sobre los campos de significación, cf. María Lucía Jiménez de Zitzman: Acción soteriológica de Jesucristo en los cuatro evangelios a través de los campos semánticos que la significan Tesis doctoral PUJ Facultad de Teología Bogotá 1999 Dir. Pedro Ortiz Valdivieso S. J. Cf. también la nt. 99.
[93] Galán Vélez en este punto. La cita (n. 10) se encuentra en el cuerpo del texto, y está tomada de LONERGAN: “Philosophy and the Religious Phenomenon”, 393, en las obras del autor Collection CWL 4, Toronto 1988, citadas anteriormente.
[94] B. LONERGAN: “Philosophy and the Religious Phenomenon”, Collection CWL 4, Toronto 1988 393-394.
En un texto de 1976 decía nuestro autor: “De conocer lo que hacemos cuando conocemos y de conocer por qué hacer eso es realmente conocer se sigue un corolario, a saber, una metafísica que establece lo que conocemos en general cuando realizamos las operaciones cognoscitivas. Tal metafísica no será más que una metafísica del ser proporcionado, del mundo de nuestra experiencia. Pero de ese mundo es desde donde debemos partir si hemos de entender la moderna pregunta por Dios, puesto que la ciencia moderna nos ha dado un conocimiento restringido a este mundo, y para ir más allá de dicho conocimiento tenemos que darnos cuenta plena y explícitamente de lo que estamos haciendo”. En: “3.12 Una visión alternativa”,Questionnaire on Philosophy’ [1976], publicado en METHOD, Journal of Lonergan Studies, vol. 2 # 2, de Oct. de 1984.
[95] Cf. El método en Teología, o. c., p. 22, nt. 47, pp. 253-61; 332-37; 358-62.
[96] Y continúa: “He estado hablando de la religión cristiana en cuanto vivida para poder hablar de ella en cuanto tematizada, en cuanto objeto de la teología. Hemos visto que la religión en cuanto vivida es la elevación de la totalidad del vivir humano. Se sigue inmediatamente que tematizar la elevación de la totalidad de la vida humana es una tarea más allá de la competencia de la teología como ciencia particular o como disciplina particular, que la teología puede realizar esa tarea sólo ampliando su horizonte uniéndose con la filosofía en cuanto ciencia total y básica. Para decirlo de otra manera, se puede notar que las ciencias particulares son especializaciones; que los estudios interdisciplinarios construyen puentes entre las especializaciones para darnos la química-física, la biofísica, la bioquímica, la psicología del inconsciente y la psicología social; que la base última para toda obra interdisciplinaria es la ciencia básica y total que es resultado de entender los diversos métodos de las ciencias particulares así como los procedimientos del sentido común, tanto en sus semejanzas como en sus diferencias. Sólo en virtud de tal intelección el teólogo será capaz de tematizar adecuadamente la religión cristiana tanto en sí misma en cuanto principio de elevación como en sus efectos sobre la totalidad del vivir humano... Queda un punto final, porque, en el nuevo contexto, las relaciones entre la teología y la filosofía son particularmente sencillas y claras. La teología es la elevación de la filosofía. Porque la filosofía es la ciencia básica y total del vivir humano. La religión cristiana en cuanto vivida es la elevación de la totalidad del vivir humano. De aquí que la teología en cuanto tematizada sea la elevación de la ciencia básica y total del vivir humano”. Cf. “3.12.1 Importancia de tal visión alternativa, para la teología “, en: Questionnaire on Philosophy’ [1976], publicado en METHOD, Journal of Lonergan Studies, vol. 2 # 2, de Oct. de 1984., en: http://www.lasalle.org.ar/sap/lonergan/Lasituacionactualdelafilosofia.htm#_ftn1




Notas finales







[i] Las cartas pastorales (2 Tm 2,19 y Tt 1,9) se refieren a la tradición de la fe apostólica que se ha de custodiar con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros. Se trata del “depósito” ya mencionado, en el que se incluye, con el conjunto de la Tradición apostólica, el criterio de la fidelidad al anuncio del Evangelio. 

Con muchísima frecuencia haremos referencia en esta investigación a la Tradición viva de la Iglesia así como a otras formas y procesos de tradición. En Verdad y método, Hans-Georg GADAMER escribe que no se da comprensión por fuera de la "tradición". Ese es uno de sus conceptos básicos. Quien comprende, lo hace siempre dentro de un marco, que es histórico, de acumulación del pensamiento interpretativo anterior. La "tradición" no es el "pasado", sino su resultado, algo en lo que estamos inmersos y que avanza con nosotros ("la tradición no se detiene, no queda fijada de una vez para siempre", escribió en la p. 56). El conocimiento - el conocer - es, pues, histórico. Más aún, afirmó: "En el comienzo de toda hermenéutica histórica debe hallarse (...) la resolución de la oposición abstracta entre tradición e investigación histórica, entre historia y conocimiento de la misma. Por tanto, el efecto de la tradición que pervive y el efecto de la investigación histórica forman una unidad efectual cuyo análisis sólo podría hallar un entramado de efectos recíprocos. En este sentido haremos bien en no entender la conciencia histórica – como podría sugerirse a primera vista – como algo radicalmente nuevo sino más bien como un momento nuevo dentro de lo que siempre ha sido la relación humana con el pasado. En otras palabras, hay que reconocer el momento de la tradición en el comportamiento histórico y elucidar su propia productividad hermenéutica" (p. 351). Cf. Verdad y método Salamanca Ediciones Sígueme 4ª 1991 v. 1. 

Este aspecto básico no se encuentra referido sólo en esta obra. También insiste sobre él en El inicio de la filosofía occidental (Barcelona Piidos 1995), como señala Joaquín Mª AGUIRRE (comp.) en su texto sobre Gadamer: “Gadamer parte de este principio e interpreta a los presocráticos no a partir de unos textos presuntamente objetivos, sino a partir de aquellos que dialogaron con ellos, Platón y Aristóteles. La idea que preside el desarrollo del texto es que la comprensión del inicio sólo puede hacerse, no desde los fragmentos conservados, sino desde los primeros textos que entran en diálogo con ellos. Los primeros textos auténticos sobre nuestro tema son los de Platón y Aristóteles. Pues tenemos que saber que una colección de fragmentos de los presocráticos o de testimonios sobre ellos, aunque sea un trabajo meritorio que debemos agradecer a su autor, no tiene casi ningún valor, si se la compara con las posibilidades de comprensión que ofrece un texto auténtico e íntegro (p. 37)”: en - consulta mayo 2006 -: http://www.ucm.es/info/especulo/numero3/gadamer.htm#nota1

En nuestro tiempo, sin embargo, la referencia a la historia, y más precisamente a la tradición, es, muchas veces, considerada un estorbo para la interpretación de los textos. Al interior de la Iglesia, sobre todo en Occidente, se ha llegado a “sobrevaluar” de tal manera el presente, que se llega a pensar que el pasado es tan sólo una alienación. Existe una cierta hermenéutica que pretende “superar” la distancia que nos separa del pasado y se presenta bajo formas particularmente reductivas (o reductoras), a las que hemos hecho (y aún haremos) alusión en otros momentos de esta investigación. Para superarlas, precisamente, optamos por una “hermenéutica de corte ontológico” (y en términos de filosofía clásica, “metafísica” por los presupuestos que seleccionamos), fundados en el hecho de que la verdad se manifiesta en y a través del entendimiento humano. De esa manera, la relación entre verdad e historia no excluye la existencia de una Verdad absoluta, cuya vinculación con las percepciones de variada intensidad con la misma nada quitan a ella su valor universal. Esa Verdad consiste en la Verdad revelada, como oportunamente veremos, válida universalmente e inmutable en su sustancia. Nuestra tarea consiste, entonces, no sólo en no separarnos de la corriente vital de la tradición en la lectura del dogma, en particular de los dogmas cristológicos cuya importancia se irá viendo a lo largo de esta investigación, sino de aportar a ella al interior de la parádosis de la Iglesia, buscando penetrar aún más en el significado profundo de las palabras, de los gestos, de las imágenes propias del lenguaje humano, que sirven para expresar la fe: nada se añade a Cristo y a su Evangelio, sin duda, pero sí se lo quiere anunciar de una manera nueva. 

[ii] Un primer problema, como yo lo veo, atañe a la consideración del Derecho canónico en su globalidad, es decir, a la cuestión de si él es y qué tanto es un “lugar teológico”, como sostiene (y ha hecho uso de ello) la teología. En consecuencia, la pregunta sería: ¿poseen las normas canónicas una relación directa, y no solamente indirecta y remota, con la revelación cristiana? ¿Qué tipo de relación se establece con la revelación por parte de aquellas normas en cuya expresión o enunciación positiva no se hace explícita referencia a dicha revelación, o si esa relación la mantienen sólo aquellas normas que refieren literalmente textos bíblicos? ¿Bajo qué criterio, o qué criterios, es posible asegurar que una determinada norma canónica es, o no, “de derecho divino”, sea éste eterno, natural o positivo? 

Precisemos el problema aún más: la Constitución dogmática sobre la divina Revelación del Conc. Vat. II, Dei verbum n. 6, propuso una consideración nueva de lo que se entiende por Revelación en la que subraya los elementos de orden antropológico e histórico de la misma, a los cuales hoy somos tan particularmente sensibles, mientras refiere a dichos elementos, distinguiéndolos sí, aunque sin contraponerlos, dos tipos de contenidos de la Revelación cristiana: la revelación en sentido “estricto” y la revelación en sentido “amplio”. 

En cuanto al primero de ellos, afirma el Concilio, existe en la Revelación cristiana un centro o núcleo fundamental, al que denomina de “misterios estrictamente dichos”. A este sólo se puede acceder por pura dignación de Dios, quien ha querido manifestarlos a los seres humanos. Ese núcleo consiste precisa y principalmente en su deseo de darnos a participar vitalmente, y no meramente nocionalmente, “tales y tan grandes bienes divinos” que ni siquiera podemos imaginar, por cuanto “superan totalmente nuestra inteligencia humana”. A ese núcleo básico se lo ha denominado tradicional y bíblicamente la “economía de la salvación” y la “verdad salvífica”; teológicamente cae dentro del campo de la “soteriología”, operativamente, en términos pastorales canónicos, se lo ha llamado la “salus animarum”, y sacramentalmente se funda en la Encarnación del Segundo de la Trinidad quien “se hizo hombre, por nosotros y por nuestra salvación”, como profesamos en el Credo. Desde el punto de vista antropológico, en dicha participación en la naturaleza divina reside, consideramos, el “bien humano” máximo posible. La experiencia de la fe cristiana radica entonces en la respuesta libre y digna que hemos dado personas humanas a esta manifestación y dignación tan especial de Dios, y exige, en consecuencia, una consideración ética y moral de sus corolarios e implicaciones. 
Por otra parte, el Concilio enseñó que existe otra serie de relaciones, y concretamente de conocimientos, acerca de esa misma Revelación, comprendida ahora en sentido “amplio”, que pueden ser establecidos y alcanzados “por nuestra razón humana”, ya que por sí mismos “no son inaccesibles a ella”, pero que, gracias a la Revelación, pueden ser conocidos “más fácilmente, con certeza y sin error”. Entre estos conocimientos el Concilio mencionó expresa, aunque no exclusivamente, la noción acerca de Dios, obtenida gracias a la mejor comprensión que se adquiere mediante el estudio científico de la naturaleza, por ejemplo, o del hombre mismo, o de su cultura y de su sociedad. 
Hemos de advertir que cuando procedieron de esta manera, los Padres Conciliares decidieron seguir expresamente al Concilio Vaticano I (1869-1870) en la Constitución dogmática Dei Filius, en especial a los capítulos 2 y 4; lo mismo que éste, a su turno, se remontó al magisterio del Papa Pio IX en su Epístola al Obispo de Mónaco de Friburgo Gravíssimas inter de 1862; y éste, a su vez, había recurrido al Papa Gregorio IX en su Epístola a los teólogos de la Universidad de París Ab Aegyptiis del 7 de julio de 1228, “sobre la necesidad de conservar la terminología y la tradición teológica” (DS 824). 
Pero el Conc. Vat. II, sin embargo, no se contentó con reiterar y restaurar esos dos niveles o tipos de contenidos presentes en la Revelación cristiana: en mi opinión, profundizó en la materia y efectuó un avance en relación con el magisterio precedente al expresar el concepto de la “jerarquía de las verdades” o “doctrinas” de la fe. Lo hizo precisamente en el documento en el que invitaba a los “teólogos católicos” “a proceder con amor a la verdad”, a propósito del diálogo ecuménico. Según dicho concepto, y por amor a la verdad, no pueden ellos dejar de reconocer “que existe un orden o «jerarquía» en las verdades de la doctrina católica, ya que es diverso el enlace de tales verdades con el fundamento de la fe cristiana” (UR 11c), es decir, con aquél centro o núcleo fundamental salvífico al que hacíamos antes referencia al citar DV 6. 
Vengamos entonces a la aplicación de estos presupuestos al caso del Código vigente, globalmente considerado: principalmente el c. 1752 expresamente ha señalado que todas las leyes en la Iglesia – en su propósito, en su arquitectura, en su espíritu y en los medios de que disponga para su puesta en práctica – deben dirigirse hacia esos bienes divinos que superan totalmente nuestra inteligencia y hacia los cuales los seres humanos hemos sido convocados por Dios. La pregunta que brota espontáneamente de esta consideración es, por tanto: ¿qué tan expresamente pude reconocerse en los cánones hoy en día vigentes su vinculación con dicha verdad salvífica o, más exactamente, con la persona de nuestro Salvador y con su salvación? 
Sin olvidar las posibilidades de caer en los extremos, a pesar de lo dicho, algunos descalifican como extraño al modo de ser cristiano, inclusive como herético, todo intento por hacer una profundización leal pero razonada de la revelación. 
Nuestra opinión, en el plano de los principios, se asienta y guía en la expresión siguiente del Papa JUAN PABLO II: “La Revelación introduce en la historia un punto de referencia del cual el hombre no puede prescindir, si quiere llegar a comprender el misterio de su existencia; pero, por otra parte, este conocimiento remite constantemente al misterio de Dios que la mente humana no puede agotar, sino sólo recibir y acoger en la fe. En estos dos pasos, la razón posee su propio espacio característico que le permite indagar y comprender, sin ser limitada por otra cosa que su finitud ante el misterio infinito de Dios. Así pues, la Revelación introduce en nuestra historia una verdad universal y última que induce a la mente del hombre a no pararse nunca; más bien la empuja a ampliar continuamente el campo del propio saber hasta que no se dé cuenta de que no ha realizado todo lo que podía, sin descuidar nada. Nos ayuda en esta tarea una de las inteligencias más fecundas y significativas de la historia de la humanidad, a la cual justamente se refieren tanto la filosofía como la teología: San Anselmo...” Enc. FER 14, en: http://www.vatican.va/edocs/ESL0036/_INDEX.HTM
Este ejercicio, como hemos dicho recién, nos aboca a no salirnos de un contexto eclesial, a no perder la conexión con la gran tradición de la Iglesia y con la Escritura santa, valiéndose de la contribución del Magisterio, pues se trata en todo de conocer y de profundizar en la Palabra que Dios dirige a su pueblo para enriquecerlo con sus riquezas y proporcionarle aquella certeza de la fe, piadosa y reverente (DV 9), que proviene sólo de la Revelación del Amor. El Concilio Vaticano II expresó esta conciencia tan tradicional y característica en la Iglesia, ya que se remonta al Concilio de Trento (DS 1501), y, a través de éste hasta el Decreto de Graciano (1140-1142), y por éste a San Basilio Magno (± 329 – 379). La interpretación científica de la Revelación se vuelve, así, no un mero análisis literario de los diversos textos, sino capaz de acoger en sí misma el sentido global que, a través de los siglos, ha guiado la tradición entera del pueblo de Dios. 
Finalmente, en este mismo contexto debemos tomar en consideración también otro hecho de la máxima importancia: el Papa FRANCISCO ha urgido la necesidad de trabajar en la elaboración de esta “antropología cristiana” inclusive en el diálogo ecuménico. No oculta él que, por diversas razones, al interior de las mismas comunidades cristianas se han hecho presentes las mentalidades “reductivas” ya mencionadas perturbando, por supuesto, las derivaciones “éticas” que de ellas proceden. Ello ha contribuido no sólo a confundir a los propios cristianos, sino que ha ido creando, virtualmente, nuevas razones de división entre ellos. Este llamado de atención lo ha hecho con ocasión de su Audiencia del 7 de mayo de 2015 a los Miembros del Comité Conjunto de la Conferencia de las Iglesias Europeas (CEC) y del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE): “El Decreto conciliar sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio afirma que la división entre los cristianos es ‘obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio por todo el mundo’ (n. 1). Esto se muestra evidente, por ejemplo, cuando las Iglesias y las Comunidades eclesiales en Europa presentan visiones diversas sobre importantes cuestiones antropológicas y éticas. Deseo, por tanto, que no falten y que sean fructíferas las ocasiones para la reflexión común, a la luz de la Sagrada Escritura y de la tradición compartida. Contemplando juntos al Señor Jesús, quien ‘revelando el misterio del Padre y de su amor revela plenamente el hombre al hombre y le descubre la sublimidad de su vocación’ (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22), podemos encontrar respuestas comunes a las preguntas que la sociedad contemporánea nos pone a nosotros los cristianos. Cuanto más estemos cercanos a Cristo, tanto más estaremos unidos entre nosotros”: (en la fecha): http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2015/05/07/0341/00758.html
[iii] Se consideran dos líneas principales en la hermenéutica, la una, de corte positivista, la otra, antropocéntrica, cuyos riesgos principales consisten en que mientras la primera acentúa el desconocimiento de la realidad subjetiva humana, la segunda, por el contrario, la enfatiza sobremanera. Si bien su lugar de origen ha sido la investigación filosófica especialmente, en la teología contemporánea su énfasis de desarrollo se ha encontrado en los estudios bíblicos, ciertamente, pero de manera muy especial, en el estudio del sentido de los dogmas, aunque sin tocar (aún) la cuestión relativa a su verdad inmutable. 
Movimientos que han experimentado en esta línea han sido, principalmente, la “teología de la liberación” y la “teología feminista” que han propuesto un tipo de hermenéutica radical en la que, con frecuencia, la fe es colocada en el mismo plano interpretativo que las condiciones o factores socio-económicos y socio-culturales, en forma tal que, el progreso social o la emancipación femenina, respectivamente, llegan a ser los criterios que deciden el sentido de los dogmas. Y esto, ciertamente, provoca una seria reflexión y un reclamo a una permanente atención. 
A tal efecto, nuestro trabajo deberá tener en cuenta esta situación. Para el efecto, hemos recurrido fundamentalmente – aunque sin dejar de lado otros conceptos, como oportunamente se irá viendo – al texto de la COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL: Documento Interpretationis problema sobre la interpretación de los dogmas, del mes de octubre de 1989, aparecido inicialmente en G 72 1991 I, 5-37 y publicado luego en EV 11 nn. 2717-2811 con traducción italiana. 
El documento posee las siguientes partes: A. El estado de la cuestión: I. ¿De qué manera se propone filosóficamente la cuestión en general? 1. El problema fundamental de la interpretación. 2. La doble importancia actual del problema. 3. Diversos tipos de hermenéutica. 4. La cuestión fundamental: la verdad en la historia. II. ¿De qué manera se propone teológicamente la cuestión? 1. El problema de la evangelización parcial y de la nueva evangelización. 2. Las soluciones insuficientes en teología hermenéutica. 3. La legitimidad y los límites de los nuevos acercamientos al proponer las cuestiones referentes a la teoría y a la práctica. B. Los fundamentos teológicos: I. Fundamentos bíblicos: 1. La tradición y la interpretación en la Escritura. 2. Aspectos hermenéuticos en la Escritura. 3. Las fórmulas bíblicas de la confesión de fe. II. Las declaraciones del magisterio eclesiástico y su praxis. 1. Las declaraciones del Magisterio en relación con la interpretación de los dogmas. 2. La doctrina del Conc. Vat. II. 3. Las notas o calificaciones teológicas. 4. La praxis del Magisterio. III. Reflexiones fundamentales sistemáticas y teológicas: 1. El dogma dentro de la parádosis de la Iglesia. 2. La doctrina de la Iglesia (o los dogmas en sentido amplio). 3. Los dogmas en sentido estricto. 4. El sentido teológico de los dogmas. C. Los criterios sobre la interpretación: I. El dogma y la Sagrada Escritura: 1. La importancia fundamental de la Sagrada Escritura. 2. La crisis y las consecuencias positivas de la exégesis moderna. 3. La doctrina del Concilio Vaticano II sobre la interpretación de la Escritura. 4. El criterio cristológico como centro de la Escritura. II. El dogma en la tradición y en la comunión de la Iglesia: 1. La conexión indisoluble entre Escritura, tradición y comunión de la Iglesia. 2. La tradición única y la pluralidad de tradiciones. 3. La interpretación de los dogmas dentro de la comunión de la Iglesia. 4. Al servicio del “consenso de los fieles”. III. El dogma y la interpretación actual: 1. La necesidad de la interpretación actual. 2. Principios rectores de la interpretación actual. 3. El valor permanente de las fórmulas dogmáticas. 4. Criterios para una interpretación actual. 5. Los siete criterios propuestos por J. H. Newman. 6. La importancia del Magisterio para la interpretación actual. 
Acerca de la necesidad de una “exégesis” bíblica, simultáneamente histórica y teológica, como camino adecuado y eclesial que permite a la mujer y al hombre de hoy llegarse a los tesoros de la Revelación, el Papa BENEDICTO XVI, acudiendo a DV 12, intervino con ocasión de la XII Asamblea general del Sínodo de los Obispos, el 14 de octubre de 2008. Puede verse el texto en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22777.php?index=22777&po_date=18.10.2008&lang=sp
[iv] Recuérdese la reflexión hecha anteriormente sobre la respuesta de Lonergan a esta situación. La posibilidad para pensar siquiera que la interdisciplinariedad es útil, puede existir y debe existir, y que sería provechosa y conveniente, no la encuentro en otro orden sino en la misma existencia de los seres que se pueden comunicar. Hablo no sólo de los seres humanos (sobre los conceptos de “hombre” y “ser humano” véase la obra de Manuel TREVIJANO: En torno a la ciencia, o. c., p. 18, nt. 34, 118). 
Más allá de lo que pudiéramos querer o convenir los seres humanos, ello está fundado en sus posibilidades reales de existencia. Santo Tomás lo considera cuando examinaba el problema tradicional metafísico de la presencia del uno en lo múltiple, tema que, según el Santo, nos remonta hasta la noción de creación, por cuanto en esta es posible pensarlo, quizás sin terminar de resolverlo, tanto desde la perspectiva de la fe como desde la perspectiva de la razón (III Sententiae I, 1,2). Según él, la razón, a partir de la multiplicidad de los seres finitos llega a uno que Es y que es la Causa de todo lo que, en múltiples seres, también es (Contra gentiles II, 15; ST I, 45,1). Es su célebre doctrina de la participación de la existencia. Una existencia que en los seres creados es real y verdadera, aunque relativa y parcial; una existencia que es buena, verdadera, bella y una, pero porque participa de la Bondad, Verdad y Belleza de quien es Uno; una existencia que es infinita en posibilidades y virtualidades de ser participada; una existencia que es un don recibido por participación del Ser. Es la interpretación ontológica que hace Tomás del texto del Génesis, en el cual, Dios sólo habría creado al ser humano de manera muy especial, por una dilección muy particular, y en vistas a su Hijo Encarnado, “a su imagen, según su semejanza”, pero a todas las criaturas, según su manera propia, las habría creado participándoles también su semejanza: “Unaquaeque creatura habet propriam speciem, secundum quod aliquo modo participat divinae essentiae similitudinem” (ST I, 15, 2c). El ser posibilita la analogía, gracias a la participación. 
Con tal de que no la consideremos solamente como una imagen espacial y mitificada sino, sobre todo, como una razón inteligible, desmitificada. No estamos hablando de un caos, comprendido como un vacío o de una carencia de lógica eterna que se apresta a recibir la semejanza de una forma indiferente a ser imitada o no; estamos refiriéndonos, en el Origen más pleno y plenificante de la expresión – lo hemos llamado en el texto Alfa – a un Ser personal que, solamente por su iniciativa libre y gratuita, a la vez que pone la potencia de ser, y al ser que le corresponde. Dios mismo que le comunica a cada ser todo cuanto es posible para que ese ser sea plenamente lo que está llamado a ser (cf. De potentia 2,1; es también el pensamiento, hasta donde capto, que expone el P. Gustavo BAENA S.J.). La fe nos corrobora que Dios no nos salvará a los seres humanos sin nosotros. Él sigue creando. A cada momento de nuestra existencia, y de la existencia del cosmos, nos está comunicando Su existencia. 
Los últimos siglos, y sobre todo el momento actual, nos hacen muchas propuestas, que nos han obligado a re-plantearnos viejos problemas: el multirregionalismo del ser; el fisicismo; la absorción del múltiple en el uno y la unidad en la reducción de todas las diferencias; la materia como realidad original; la conjunción indiferenciada de materia y conciencia; una divinidad sutil y material que lo invade todo... Así mismo, corrientes culturales, de igual modo, nos exigen revisar nuestros presupuestos: el excesivo sentido de la existencia personal y el riesgo de la libertad; la soledad como impotencia de comunicación; los encantos que seducen en las propuestas vitalistas, materialistas, racionalistas,etc. Todo ello no puede dejar sin cuestionar al filósofo, al científico, al artista, al teólogo, al ser humano. Pero en todo esto, es posible que alguien caiga en la cuenta de que todo lo que posee, todo lo que es, lo ha recibido. Y en últimas, ése es su Creador, a quien cada día deberíamos amar más, para que su existencia se comunique en nosotros – como individuos, como comunidad y como sociedad – y en todos los seres, cada vez más (cf. Summa Tehologiae I, 60, 5). 
De otra parte, un término que he venido empleando y que será central en toda nuestra discusión es “coherencia”, empleado hoy en muchos casos como sinónimo de “validez” pero contrapuesto y contradictorio con la “veracidad” o con la “verdad”. Por supuesto me refiero a su significado propio. Pero, tratándose de un ámbito académico, como en el que pretendo exhibir e implementar el Modelo hermenéutico, es necesario tratar de precisar mejor el asunto. 
Encuentro unos primeros elementos de respuesta en la exposición que hace Manuel TREVIJANO ETCHEVERRÍA: En torno a la ciencia, o. c., p. 18, nt. 34, Tecnos Madrid 1994 11-124, sobre la “coherencia” – acompañada de la “corrección” y de la “lógica consigo misma”, “de lo razonable” (p. 39) – típica de las modernamente denominadas “ciencias formales” o “exactas” (cf. in extenso pp. 73ss y 103: “Los modelos de ciencias seguían siendo las matemáticas y la lógica, que además resultaban ser ciencias auxiliares de todas las demás. Cuanto más se estructurase lógicamente el proceso de deducción interno y por otra parte más interviniesen las matemáticas en la determinación de los datos empíricos, la precisión en la medida de los datos experimentales, más exacta y perfecta parecería una ciencia”). Como sabemos, dichas ciencias son principalmente la geometría, la aritmética, el álgebra, el análisis, etc. (pero presumirán de serlo, también, la “lógica matemática” – Rusell y Whitehead – y la sintaxis – Saussure – con la lingüística – Oxford – y con la gramática estructural – Chomsky –). Sus primeros principios son los axiomas (validez universal) y los postulados (validez regional), y de ellos derivan los teoremas, en un conjunto que, a la postre, como dice el autor, “desde un punto de vista lógico y matemático esto (puntos de partida en geometrías euclíneas y no euclídeas formados por conjuntos de axiomas diferentes) nos lleva a una conclusión importantísima. Cada una de esas geometrías es tan correcta como las otras. En ninguna de ellas hay contradicciones internas. Pero entonces ¿cuál es la verdadera? La asombrosa respuesta que vamos a recibir es que las geometrías, en cuanto ciencias formales, no son verdaderas ni falsas, porque no se las tiene que comparar con la realidad, sino únicamente correctas y coherentes consigo mismas” (p. 37). Esta es, para nosotros, una primera exigencia en nuestro propósito. Con todo, también será necesario atender a una segunda, dentro de lo humanamente posible: 
En efecto, agrega nuestro autor, cuando se quiere relacionar a dichas ciencias con la realidad, entramos a otro importantísimo ámbito de las ciencias, las denominadas “ciencias aplicadas”, a las “ciencias naturales”, y, en su caso, a la “cosmología” y, más precisamente, a la física y a la astronomía, p. ej.: “de principios generales se deducen por medio de leyes unas consecuencias observacionales que luego se comparan con la realidad” (p. 38). De esta manera, señala: “En la segunda mitad del siglo XIX cuando las geometrías no euclidianas empezaron a ser aceptadas y admitidas por todos, se fue cambiando el sentido de lo que podríamos llamar verdadero por el de razonable. La geometría ya no conocía las cosas en sí, sino únicamente era una perfecta construcción de nuestra razón. Y esto se había logrado descubriendo el valor y la importancia que la corrección lógica tenía en toda deducción no sólo geométrica sino de todas las ciencias, y ante todo en la física que en ese momento era considerada como el modelo de las ciencias naturales” (p. 39; cf. p. 49). Con todo, las ciencias “fácticas” reivindican la necesidad de que junto con la “corrección” se dé la “verdad”, y ésta en relación con la afirmación o con la negación que se haga del mundo real al que se refieren (p. 74). Volveremos sobre el asunto, cf. infra nt. ccxx, p. 1845. 
Retomando a nuestro autor, en esta nuestra investigación, como se va viendo, procedo con mucha libertad, en muchos casos a la manera “analista”, por demostraciones, paso a paso, probando los detalles; en otros, por intuiciones y por innovaciones y creaciones, a la manera “algebrista”, sabiendo que una y otra se requieren, “se complementan”, como él mismo señala (p. 33). El Modelo hermenéutico, a causa precisamente de su interdisciplinariedad, requiere de una y otra. 
Se ha de recordar a este propósito, sin embargo, el intento que dio origen al Círculo de Viena: “Pero resulta evidente que esto no pueda ser la empresa de un solo hombre por muy polifacético que sea. Tiene que ser una empresa interdisciplinar, donde los especialistas de cada materia aporten lo suyo a esta misión conjunta. Y para esto hace falta alguien que proponga la idea y fusione los esfuerzos y conocimientos de todo el grupo. Y se necesitará también una concentración de cerebros en un territorio reducido y con posibilidades de apertura y contacto con otros más lejanos. Este caldo de cultivo se encontraba en condiciones ideales en las grandes universidades germanas. El centro surgió en Viena, con una sucursal satélite en Berlín” (p. 42). De allí surgió el “neopositivismo” (pp. 43ss) con su crítica a la “metafísica”, a la “ética” y a la “religión”, ya que, dice, ellas tienen en común “conceptos y proposiciones no verificables”, es decir, “sin sentido”, esto es, no empíricamente (nuevo concepto de “epistemología”, de “filosofía del lenguaje” y de “filosofía de la ciencia”, que se convirtieron en adelante en la razón única de ser y tarea única de la filosofía). 
Por otra parte, la ECE 15-20 pondera enormemente el ejercicio del “diálogo interdisciplinar” como el típico de las Universidades católicas: además del n. 15, que lo propone, los nn. subsiguientes lo motivan sobre todo con vistas a alcanzar una nueva síntesis, e, incluso, señalan un esquemático método para el mismo: “16. La integración del saber es un proceso que siempre se puede perfeccionar. Además, el incremento del saber en nuestro tiempo, al que se añade la creciente especialización del conocimiento en el seno de cada disciplina académica, hace tal tarea cada vez más difícil. Pero una Universidad, y especialmente una Universidad Católica, «debe ser "unidad viva" de organismos, dedicados a la investigación de la verdad... Es preciso, por lo tanto, promover tal superior síntesis del saber, en la que solamente se saciará aquella sed de verdad que está inscrita en lo más profundo del corazón humano» (JUAN PABLO II, Alocución al Congreso Internacional sobre las Universidades católicas, 25-IV-1989, n. 4: AAS 81 (1989), p. 1219. Cf. también Gaudium et spes, n. 61: AAS 58 (1966), pp. 1081-1082. El Cardenal Newman observa que una Universidad «declara asignar a todo estudio, que ella acoge, su propio puesto y sus límites precisos; definir los derechos sobre los que basa las recíprocas relaciones y de efectuar la intercomunicación de cada uno y entre todos» (Op. cit, p. 457)). Guiados por las aportaciones específicas de la filosofía y de la teología, los estudios universitarios se esforzarán constantemente en determinar el lugar correspondiente y el sentido de cada una de las diversas disciplinas en el marco de una visión de la persona humana y del mundo iluminada por el Evangelio y, consiguientemente, por la fe en Cristo-Logos, como centro de la creación y de la historia.17. Promoviendo dicha integración, la Universidad Católica debe comprometerse, más específicamente, en el diálogo entre fe y razón, de modo que se pueda ver más profundamente cómo fe y razón se encuentran en la única verdad. Aunque conservando cada disciplina académica su propia identidad y sus propios métodos, este diálogo pone en evidencia que la «investigación metódica en todos los campos del saber, si se realiza de una forma auténticamente científica y conforme a las leyes morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en el mismo Dios» (Gaudium et spes, n. 36: AAS 58 (1966), p. 1054. A un grupo de científicos hacía observar que «mientras razón y fe representan sin duda dos órdenes diferentes de conocimiento, cada uno autónomo en relación a sus métodos, ambos, en fin, deben converger en el descubrimiento de una sola realidad total que tiene su origen en Dios» (JUAN PABLO II, dirigiéndose al Convenio sobre Galileo, 9-V-1983, n. 3: AAS 75 [1983], p. 690)). La vital interacción de los dos distintos niveles de conocimiento de la única verdad conduce a un amor mayor de la verdad misma y contribuye a una mejor comprensión de la vida humana y del fin de la creación.” 
Finalmente, el Papa señaló allí mismo: “46. Un campo que concierne especialmente a la Universidad Católica es el diálogo entre pensamiento cristiano y ciencias modernas. Esta tarea exige personas especialmente competentes en cada una de las disciplinas, dotadas de una adecuada formación teológica y capaces de afrontar las cuestiones epistemológicas a nivel de relaciones entre fe y razón. Dicho diálogo atañe tanto a las ciencias naturales como a las humanas, las cuales presentan nuevos y complejos problemas filosóficos y éticos. El investigador cristiano debe mostrar cómo la inteligencia humana se enriquece con la verdad superior, que deriva del Evangelio: «La inteligencia no es nunca disminuida, antes por el contrario, es estimulada y fortalecida por esa fuente interior de profunda comprensión que es la palabra de Dios, y por la jerarquía de valores que de ella deriva... La Universidad Católica contribuye de un modo único a manifestar la superioridad del espíritu, que nunca puede, sin peligro de extraviarse, consentir en ponerse al servicio de ninguna otra cosa que no sea la búsqueda de la verdad» (PABLO VI, a los Delegados de la Federación Internacional de las Universidades católicas, 27-XI-1972: AAS 64 (1972), p. 770)”. 
Véase, además, sobre los “grupos” (sociales) de investigadores, sus posibilidades y limitaciones, CIV 7; 22; 26; 28; 32; 46; 49; 55. Y, de nuevo, sobre la “interdisciplinariedad” y su necesidad, ibid., 30-31. ¿Si este ideal – con sus límites ciertos – no corresponde a una Universidad, y en cuanto tal a una Universidad católica, entonces a quién? 
[v] La palabra del Papa resuena aún hoy. Transcribo aquí algunos pocos párrafos de la Encíclica Ecclesiam suam (6 agosto 1964) en los que presenta su propuesta, válida hoy como ayer – no sólo para el tema que nos ocupa –, y de donde hemos tomado la cita. Primeramente, sobre los fundamentos teológicos, trinitarios y cristológicos; luego, sobre los valores morales por los que hay que propender en el diálogo: 
“27. La Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio [...]Y no podemos hacerlo de otro modo, convencidos de que el diálogo debe caracterizar nuestro oficio apostólico, como herederos que somos de una estilo, de una norma pastoral que nos ha sido transmitida por nuestros Predecesores del siglo pasado, comenzando por el grande y sabio León XIII, que casi personifica la figura evangélica del escriba prudente, que como un padre de familia saca de su tesoro cosas antiguas y nuevas (Mt 13, 52.), emprendía majestuosamente el ejercicio del magisterio católico haciendo objeto de su riquísima enseñanza los problemas de nuestro tiempo considerados a la luz de la palabra de Cristo. Y del mismo modo sus sucesores, como sabéis. [...] He aquí, Venerables Hermanos, el origen trascendente del diálogo. Este origen está en la intención misma de Dios. La religión, por su naturaleza, es una relación entre Dios y el hombre. La oración expresa con diálogo esta relación. La revelación, es decir, la relación sobrenatural instaurada con la humanidad por iniciativa de Dios mismo, puede ser representada en un diálogo en el cual el Verbo de Dios se expresa en la Encarnación y, por lo tanto, en el Evangelio. El coloquio paterno y santo, interrumpido entre Dios y el hombre a causa del pecado original, ha sido maravillosamente reanudado en el curso de la historia. La historia de la salvación narra precisamente este largo y variado diálogo que nace de Dios y teje con el hombre una admirable y múltiple conversación. Es en esta conversación de Cristo entre los hombres (cf. Bar. 3, 38) donde Dios da a entender algo de Sí mismo, el misterio de su vida, unicísima en la esencia, trinitaria en las Personas, donde dice, en definitiva, cómo quiere ser conocido: Él es Amor; y cómo quiere ser honrado y servido por nosotros: amor es nuestro mandamiento supremo. El diálogo se hace pleno y confiado; el niño es invitado a él y de él se sacia el místico. 
“29. Hace falta que tengamos siempre presente esta inefable y dialogal relación, ofrecida e instaurada con nosotros por Dios Padre, mediante Cristo en el Espíritu Santo, para comprender qué relación debamos nosotros, esto es, la Iglesia, tratar de establecer y promover con la humanidad. El diálogo de la salvación fue abierto espontáneamente por iniciativa divina: Él nos amó el primero (1 Jn 4, 19.); nos corresponderá a nosotros tomar la iniciativa para extender a los hombres el mismo diálogo, sin esperar a ser llamados. El diálogo de la salvación nació de la caridad, de la bondad divina: De tal manera amó Dios al mundo que le dio su Hijo unigénito (Jn 3, 16); no otra cosa que un ferviente y desinteresado amor deberá impulsar el nuestro. El diálogo de la salvación no se ajustó a los méritos de aquellos a quienes fue dirigido, como tampoco por los resultados que conseguiría o que echaría de menos: No necesitan médico los que están sanos (Lc 5, 31); también el nuestro ha de ser sin límites y sin cálculos. El diálogo de la salvación no obligó físicamente a nadie a acogerlo; fue un formidable requerimiento de amor, el cual si bien constituía una tremenda responsabilidad en aquellos a quienes se dirigió (cf. Mt 11, 21), les dejó, sin embargo, libres para acogerlo o rechazarlo, adaptando inclusive la cantidad (cf. Mt 12, 38 ss) y la fuerza probativa de los milagros (cf. Mt 13, 13 ss) a las exigencias y disposiciones espirituales de sus oyentes, para que les fuese fácil un asentimiento libre a la divina revelación sin perder, por otro lado, el mérito de tal asentimiento. Así nuestra misión, aunque es anuncio de verdad indiscutible y de salvación indispensable, no se presentará armada por coacción externa, sino tan sólo por los legítimos caminos de la educación humana, de la persuasión interior y de la conversación ordinaria, ofrecerá su don de salvación, quedando siempre respetada la libertad personal y civil. El diálogo de la salvación se hizo posible a todos; a todos se destina sin discriminación alguna (cf. Col 3, 11.); de igual modo el nuestro debe ser potencialmente universal, es decir, católico, y capaz de entablarse con cada uno, a no ser que alguien lo rechace o sin sinceridad finja acogerlo. El diálogo de la salvación ha procedido normalmente por grados de desarrollo sucesivo, ha conocido los humildes comienzos antes del pleno éxito (cf. Mt 13, 31); también el nuestro habrá de tener en cuenta la lentitud de la madurez psicológica e histórica y la espera de la hora en que Dios lo haga eficaz. No por ello nuestro diálogo diferirá para mañana lo que se pueda hacer hoy; debe tener el ansia de la hora oportuna y el sentido del valor del tiempo (cf. Ef 5, 16). Hoy, es decir, cada día, debe volver a empezar, y por parte nuestra antes que por parte de aquellos a quienes se dirige.” En: http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_06081964_ecclesiam_sp.html
[vi] Lo afirma con toda claridad el documento de la COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL: Theology today: Perspectives, principles and criteria, publicado el 8 de marzo de 2012, del cual transcribimos sus números 79 y 80 en los que se refiere, precisamente, a la interdisciplinariedad en el quehacer del teólogo: 
“79. La búsqueda de la unidad en la pluralidad de las teologías adopta hoy formas distintas: insistiendo en la referencia a una tradición eclesial común de la teología, practicando el diálogo y la interdisciplinariedad, y prestando atención para prevenir que las otras disciplinas con las que la teología está en contacto impongan sobre la teología su propio «magisterio». La existencia de una tradición teológica común en la Iglesia (que debe distinguirse de la Tradición, pero que no está separada de esta) [ver más arriba, capítulo 2, sección 2: «Fidelidad a la Tradición apostólica»] es un factor importante en la unidad de la teología. Existe una memoria común en la teología, así como ciertos logros históricos (por ejemplo, los escritos de los Padres de la Iglesia, tanto de Oriente como de Occidente, la síntesis de santo Tomás, Doctor communis) [cf. Optatam totius 16], que continúan siendo puntos de referencia para la teología hoy. Es verdad que determinados aspectos de la tradición teológica anterior pueden y deben hoy ser abandonados en algunos casos, pero la obra del teólogo nunca puede prescindir de una referencia crítica a la tradición que le precedió. 
"80. Las distintas formas de teología que básicamente pueden distinguirse hoy (por ejemplo, bíblica, histórica, fundamental, sistemática, práctica, moral), caracterizadas por sus diversas fuentes, métodos y tareas, están todas intrínsecamente unidas por un esfuerzo en el conocimiento verdadero de Dios y de su plan salvador. Debería por tanto haber una comunicación y cooperación intensa entre ellas. El diálogo y la colaboración interdisciplinar son medios indispensables para asegurar y expresar la unidad de la teología. El singular, «teología», no indica en modo alguno una uniformidad de estilos o conceptos; al contrario, sirve para indicar la búsqueda común de la verdad, el servicio común del cuerpo de Cristo y la entrega común al único Dios.” Texto original inglés, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_cti_doc_20111129_teologia-oggi_en.html Texto castellano en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_cti_doc_20111129_teologia-oggi_sp.html

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